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El precio del gas cae a mínimos desde finales de 2021 y allana el camino para que la UE vete las compras a Rusia

Los Veintisiete siguen comprando miles de millones de metros cúbicos de gas natural licuado (GNL) procedente del país euroasiático

Un metanero, atracado en febrero en el Estado alemán de Mecklemburgo-Pomerania Occidental.
Un metanero, atracado en febrero en el Estado alemán de Mecklemburgo-Pomerania Occidental.picture alliance (dpa/picture alliance via Getty I)
Ignacio Fariza

El precio del gas regresa a su banda habitual de fluctuación previa a la invasión rusa de Ucrania, que hizo saltar todo por los aires. El mercado TTF holandés, el que sirve de referencia en Europa, se ha instalado en los últimos días por debajo del umbral de 30 euros por megavatio hora (MWh) por primera vez en año y medio, una caída que tiene múltiples implicaciones: rebaja la presión inflacionaria en un momento en que el IPC se ha convertido en indicador económico de primer orden, permite llenar los depósitos para el próximo invierno a unos precios mucho más asumibles y allana el camino para que la UE y —en general— Occidente corten amarras definitivamente con el gas natural licuado (GNL, el que llega por mar) de origen ruso.

Los Veintisiete llevan meses haciendo equilibrios entre lo que les pide el cuerpo —romper del todo con Rusia, como ya han hecho en otros ámbitos— y evitar pegarse un tiro en el pie con medidas que puedan complicar su ya de por sí intrincada matriz de suministro. El crudo ruso, como los derivados del petróleo procedente de ese país, llevan meses vetados en suelo comunitario, que ha aumentado las compras a otros proveedores para rellenar ese hueco. En el caso del gas, sin embargo, la cautela se ha impuesto. Si las llegadas por tubo son hoy mínimas es por decisión unilateral de Moscú: si por Europa fuera, el gas seguiría fluyendo bajo tierra. Tampoco en el caso del gas que llega por barco los socios comunitarios se han atrevido a cortar por lo sano con Rusia, uno de los grandes exportadores a escala mundial.

La constante bajada de precios, sin embargo, es un impulso argumental para las crecientes voces que piden dejar de comprar GNL ruso. Lo es porque, en última instancia, los precios son fiel reflejo de la tensión o distensión del mercado: de cuánta oferta hay disponible y de si esta es o no suficiente para cubrir la demanda. Y, de alguna manera, también es un termómetro sobre cómo estarán las cosas en unos meses, cuando el invierno toque de nuevo a la puerta y el gas vuelva a ser el combustible rey en las calefacciones europeas. Cuando los precios bajan, lo hacen porque los operadores descuentan menos problemas de abastecimiento tanto en el presente como en el futuro.

Una de las primeras voces oficiales en verbalizar que el fin de las compras de GNL ruso es solo cuestión de tiempo ha sido la vicepresidenta tercera española y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, que la semana pasada dejó caer que la UE prohibiría la importación de este producto “más pronto que tarde”. “Si queremos ser coherentes, tenemos que decir que no vamos a aceptar más GNL ruso. Nos sentiríamos mucho más cómodos en ese escenario”, subrayó en una entrevista con la agencia Reuters. “A medida que pase el tiempo, cada vez será más fácil adoptar esta decisión”. En las últimas semanas, se había especulado con la opción de que el G-7 incluyese este asunto en el apretado orden del día de la cumbre de Hiroshima, pero finalmente no fue así.

A finales de marzo, tras conocerse los altos volúmenes de GNL procedentes del gigante euroasiático —en 2022 estas importaciones se duplicaron, hasta superar los 56.000 gigavatios hora (GWh)—, la propia Ribera ya urgió a las energéticas españolas a dejar de importar gas ruso. Días después, las autoridades comunitarias empezaron a buscar opciones legales para hacerlo posible. Pero no será fácil: el problema es que esos contratos —como el de Naturgy con Yamal LNG, el mayor de los que involucran a España y Rusia— son plurianuales y obligan al comprador a pagar el gas lo reciba o no, por lo que su ruptura conllevaría unas pérdidas importantes para las empresas europeas. Además, a diferencia del gas que Rusia vende por tubo, cuyos ingresos van íntegramente a las cuentas de Gazprom y —por tanto— del Kremlin, Yamal LNG es un consorcio liderado por la gasista privada rusa Novatek (50%) y en el que también participan la francesa TotalEnergies (20%), la china CNPC (20%) y el fondo Silk Road Fund, también chino (10%).

“Ahora mismo, Europa está recibiendo alrededor de 20 bcm [millardos de metros cúbicos] de GNL ruso y otros 20 por tubo, cuando antes entraban un total de 170 bcm: 20 y 150, respectivamente”, calcula Javier Revuelta, especialista de la consultora energética Afry. “El nivel llenado de almacenamientos estacionales está muy bien, en niveles récord, pero Europa seguirá necesitando entregas permanentes de GNL, sobre todo para la industria, y sigue sin haber disponibilidad suficiente como para cubrir toda la demanda posible”. Aunque la situación es “más cómoda de lo que se esperaba hace unos meses”, el “déficit estructural” europeo —avisa— “no se va a cerrar hasta 2026 o 2027, y el invierno que viene seguiremos pugnando por el gas con otros países. No es una situación para lanzar las campanas al vuelo”.

Cuando la desconexión europea del GNL ruso sea un hecho, lo más probable es que se produzca una triangulación similar a la acontecida con la gasolina y, sobre todo, con el diésel: el gas de Yamal (en el ártico ruso) que antes llegaba a Europa irá a parar a terceros países que no se andan con remilgos a la hora de comprar energía al gigante euroasiático y los metaneros que iban a esos destinos acabarán en el Viejo Continente.

Cambiar de destino sobre la marcha no será problema: hace años que los océanos se convirtieron en algo así como un bazar en el que el mejor postor se acaba llevando el gas que viaja en un buque independientemente de lo cerca que esté de su destino final. Todo, claro, a costa de un coste mayor, tanto económico como de emisiones, por las distancias más largas que tienen que recorrer. “Si Europa decide no comprar GNL, la situación no cambiaría mucho por redistribución de los flujos: el gas ruso lo comprarán otros y, a cambio, llegarán a Europa barcos desde países más lejanos”, zanja Revuelta.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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