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La bajada del gas despeja nubarrones sobre la economía europea

El precio del combustible rey en la industria se desploma un 75% en cinco meses y acelera el crecimiento del PIB en la mayoría de países del bloque

Un barco metanero, fotografiado la semana pasada frente a las costas de Mecklemburgo-Pomerania Occidental (Alemania).
Un barco metanero, fotografiado la semana pasada frente a las costas de Mecklemburgo-Pomerania Occidental (Alemania).picture alliance (dpa/picture alliance via Getty I)
Ignacio Fariza

Tras un año más que turbulento, las economías europeas tienen motivos para sonreír. Los peores augurios, aquellos que daban por sentado el descalabro del PIB y que atisbaban un largo y oscuro túnel para los principales países del bloque, se han esfumado: la UE y la eurozona no solo no han sucumbido a las garras de la recesión, sino que las perspectivas de la Comisión Europea sobre la actividad económica del Viejo Continente han mejorado. Detrás de esta revisión al alza, los técnicos de Bruselas ven un elemento de peso por encima del resto: la caída en el precio de la energía y, muy particularmente, del gas.

Importador neto de combustibles fósiles, el bloque europeo es uno de los más sensibles a cualquier subida de precio, como la del año pasado. Ahora, cuando ocurre exactamente lo contrario —desde finales de 2022, el petróleo ha pasado de 85 dólares por barril a 75; el gas natural se ha desplomado un 75%, de 130 euros por megavatio hora (MWh) a poco más de 30—, ocurre exactamente lo contrario: la balanza comercial mejora y la renta disponible de los hogares crece. El impacto es especialmente significativo en el segundo caso, el del gas, en el que la escalada en 2022 fue particularmente acusada y en el que la caída también lo está siendo.

“Hay varias razones por las que el precio del gas está bajando ahora: los almacenamientos están en niveles muy altos, la demanda se ha reducido significativamente de acuerdo con el marco europeo y se han desarrollado nuevas infraestructuras para apoyar los esfuerzos de diversificación”, afirma a EL PAÍS Miguel Gil Tertre, economista jefe de la dirección general de Energía de la Comisión Europea. “Sobre todo, hay mucha menos incertidumbre: la capacidad de Rusia para manipular el mercado es muy reducida y la preocupación por una posible escasez causó una gran incertidumbre el año pasado, que no se ha materializado”.

Industria: menor coste y menor riesgo de deslocalizaciones

Si un sector sufrió con especial virulencia la espiral alcista del gas, ese fue el industrial. En especial, en aquellos procesos productivos que requieren de altísimas temperaturas, aún difíciles de conseguir con bombas de calor eléctricas o en los que —como en el caso los fertilizantes— este combustible se utiliza no solo como fuente de energía sino como materia prima. Tras meses de apreturas, ERTEs y parones temporales de actividad —en los que, sin embargo, la producción ha mantenido un vigor mucho mayor del esperable—, el sector vuelve a ver la luz. Y este renacer se empieza a dejar ver en unos datos de demanda que ya están lejos del descalabro del año pasado.

La resistencia y la relativamente rápida recuperación de la industria continental, espoleada ahora por el aterrizaje del gas, se traduce también en un menor riesgo de deslocalizaciones. Frente al inmenso temor inicial, el número de empresas que ha puesto pies en polvorosa para llevarse sus plantas a suelo extracomunitario ha sido relativamente pequeño y prácticamente circunscrito al sector químico, uno de los más castigados. Ahora, prácticamente desaparece: como antes de la crisis, el sector secundario estadounidense —donde el gas es endógeno y mucho más barato— mantiene una ventaja competitiva sobre sus competidores europeos. Pero la diferencia ya no es ni de lejos tan abismal como el verano pasado, cuando apostar por Europa era poco menos que un acto de fe.

Luz más barata

Los valores disparatados que alcanzó la factura eléctrica el año pasado en prácticamente todos los Estados miembro tuvieron que ver, sobre todo, con la subida sinfín del gas. El porqué hay que encontrarlo en el diseño del propio mercado eléctrico, en el que la fuente de energía más cara —habitualmente, las centrales de ciclo combinado, en las que se quema este combustible para obtener electricidad— es la que marca el precio en cada tramo horario. “Lo que realmente determina el impacto de la energía en la economía es el precio de la electricidad, que el año pasado se vio impulsada por los precios del gas natural”, apunta Gil Tertre.

En los últimos meses, las fuerzas están operando en sentido contrario: la caída está presionando a la baja el precio de la luz en los tramos del día en los que estas centrales marcan precio. Esto ocurre, sobre todo, a primera hora de la mañana y a última de la noche, cuando la demanda es alta y —sin sol— las renovables y la nuclear no son capaces de cubrir todas las necesidades. Pero también está dejándose notar, y mucho, en el precio medio diario, traduciéndose en una menor carga para los hogares y las empresas. En el caso de España, los primeros en notarlo están siendo quienes tienen una tarifa regulada. Poco a poco, sin embargo, también se va dejando sentir en el mercado libre.

Inflación a la baja

Con la caída del gas y de la luz, a diferencia de lo ocurrido el año pasado, las empresas no están teniendo que trasladar ningún aumento de los costes energéticos a sus precios venta. Y esto, junto con la propia bajada de ambos suministros (que computan en el IPC de todos los Estados), está permitiendo una paulatina relajación del indicador al que se dirigen todas las miradas: la inflación. Que esa fiebre se modere quiere decir, en última instancia, que la drástica subida de tipos aplicada por el BCE —”la más rápida” de la historia de la eurozona, como ha reconocido la jefa del Eurobanco, Christine Lagarde— está cerca de llegar a su fin. Y esa es, también, una buena noticia para los europeos: las hipotecas y, en general, el crédito, dejarán de encarecerse al ritmo al que lo han hecho hasta ahora y permitirán a las economías domésticas tomar algo de oxígeno.

Menor presión sobre las arcas públicas

La explosión en el precio del gas en 2022 se tradujo en un reguero de ayudas fiscales encaminadas tanto a paliar el golpe económico para empresas manufactureras y consumidores domésticos como a evitar una desbandada industrial a terceros países. Hasta finales de marzo, el centro de estudios bruselense Bruegel llevaba contabilizados 646.000 millones de euros en subsidios, el 40% de ellos (265.000 millones) en Alemania, el país más grande de todos, el que más ha tirado de chequera y, también, el que de alguna forma ha roto la baraja.

Aunque España no ha sido ni mucho menos uno de los países más activos estas lides —según el recuento de ese think tank, estaba en la parte media de la tabla—, las ayudas directas para paliar el alto coste del gas han ido en dos grandes bloques: 950 millones para la industria gasintensiva y algo más de 350 millones (hasta finales de marzo) para cubrir la brecha entre la tarifa de último recurso (TUR, subvencionada) y el coste de este combustible en el mercado mayorista. La bajada en el precio del gas reducirá sustancialmente esa salida de recursos del erario.

Lo que está por venir: un camino más recto, pero cuidado con el triunfalismo

Pese a que la reciente evolución del mercado es más que alentadora, nadie se atreve a lanzar las campanas al vuelo. Los depósitos subterráneos están mucho más repletos de lo que suele ser habitual a estas alturas del año, y algunos países, entre ellos España, Portugal o Suecia, han alcanzado ya el objetivo de llenado del 90% que Bruselas fijó para noviembre. El gas natural licuado (GNL, el que se mueve por barco) sigue fluyendo con alegría hacia las cada vez mayores infraestructuras de regasificación de los Veintisiete. Y, sin embargo, si algo ha recordado la crisis de 2022 es que en los mercados energéticos el equilibrio tiende siempre a una peligrosa inestabilidad.

Ahora son tres los factores que pueden dar la vuelta a la tortilla, presionando de nuevo al alza el precio del gas: un mayor consumo industrial, que a los niveles actuales ya no se anda con tantos remilgos a la hora de gastar; un regreso a lo grande de China al mercado mundial de GNL, tras unos meses en los que se ha inclinado más por el sucio carbón que por el —también sucio, pero menos— gas; o un invierno más el frío que el pasado, en el que las temperaturas anormalmente altas mitigaron el riesgo de desabastecimiento. La situación es buena, mucho mejor de lo que el más optimista pudiese siquiera haber soñado hace un año, pero hay quien —como Wolfgang Munchau, de Eurointelligence— cree que los precios aún pueden deparar sorpresas negativas. “Es muy importante que los esfuerzos de reducción de la demanda y almacenamiento sigan en la línea de los acuerdos europeos”, zanja Gil Tertre.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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