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El misterio del gas y la industria: cómo las fábricas europeas están consiguiendo hacer lo mismo (o más) con menos

La producción del sector secundario crece en comparación interanual, a pesar de la caída en picado de la demanda de gas natural desde la invasión rusa de Ucrania

Siderurgia alemana
Un operario de una planta siderúrgica en Eisenhüttenstadt (este de Alemania), en una imagen de archivo.JOHN MACDOUGALL (AFP)
Ignacio Fariza

Hace un año, con el precio del gas natural en máximos históricos, todas las miradas se posaban —con razón— sobre la industria europea. ¿Sería capaz de resistir una embestida sin precedentes o se hundiría en una espiral de cierres, deslocalizaciones y despidos? 12 meses después, la respuesta es mixta: hubo suspensiones de empleo y parones de actividad, sí, pero el zarpazo no ha sido, ni de lejos, tan mortífero como se temió —y muchos casi dieron por descontado—: como en tantos y tantos ámbitos, aquí la realidad también ha dado la espalda a la hecatombe augurada. Los acontecimientos esconden, además, una paradoja mayúscula: el consumo de gas natural se ha hundido en el sector secundario, incluso más de lo previsto, pero la producción industrial ha resistido muchísimo mejor de lo que nadie nunca pensó.

“Es un desacoplamiento verdaderamente extraño”, admite Thierry Bros, reputado analista energético y profesor de la Escuela de Asuntos Internacionales de Science Po (París). “Ha sido una gran sorpresa para mí, que tanto la producción como el PIB no hayan sufrido un golpe tan grande pese a la fuerte caída en el consumo de gas”. En febrero, el índice de producción industrial creció un 2% en comparación anual, según los datos publicados este jueves por la agencia estadística comunitaria Eurostat. La demanda sectorial de gas, por el contrario, acumula una caída del 15% frente a la media del periodo 2019-2021, de acuerdo con el centro de estudios bruselense Bruegel.

La economía moderna deja, a veces, espacio a este tipo de contradicciones: dos variables que deberían ir de la mano, de pronto se desconectan sin explicación evidente. Solo el tiempo podrá decir con certeza qué ha ocurrido, pero quienes siguen el día a día del sector empiezan a lanzar las primeras hipótesis: una sustitución del gas por otros combustibles más contaminantes, como el fueolóleo, el diésel o incluso el carbón —algo solo posible en algunas industrias, no en todas—; un esfuerzo adicional en eficiencia —con los precios disparados, los réditos del ahorro son mayores que nunca—; una mayor importación de bienes intermedios —para evitar tener que fabricarlos en suelo comunitario—, con la industria europea concentrando todos sus esfuerzos en los segmentos que aportan más valor añadido; e incluso una electrificación acelerada de aquellos segmentos en los que es posible.

El desacoplamiento entre la demanda de gas y producción final revela, también, un “exceso de consumo sin sentido; inútil”, como lo catalogaba en febrero, en estas mismas páginas, el todavía jefe del gigante nergético italiano Enel, Francesco Starace. Esa sobredemanda, que rondaría según sus cálculos el 15%, ha quedado al descubierto en la actual coyuntura, en la que la industria ha logrado algo que se acerca mucho a la cuadratura del círculo: hacer lo mismo —e incluso más, en algunos casos— con menos recursos.

Con el 26% del consumo final de energía, el sector industrial es el tercer polo de demanda en el Viejo Continente, solo por detrás del transporte y los hogares, según los datos de la oficina de estadística comunitaria. Casi un tercio de ese ingente volumen de energía es gas, otro es electricidad —donde también se ha producido un descenso acusado— y el restante se divide entre otros combustibles fósiles o renovables y autoconsumo. La química y la petroquímica es, de largo, el subsector más intensivo, seguida por los minerales no metálicos; el papel; la transformación de alimentos, bebidas y tabaco; la metalurgia y siderurgia y la fabricación de maquinaria.

Del gas al fuelóleo, al diésel o al carbón

Solo cuatro sectores —la industria química, el papel, el procesamiento de minerales y los metales básicos— suponen casi las dos terceras partes del consumo industrial total de gas natural en la UE, a pesar de suponer solo el 15% de la mano de obra en el sector secundario y el 12% del valor añadido, según los datos de Ben McWilliams, de Bruegel. “En esas industrias, el gas se ha demostrado mucho más sustituible de lo previsto”, constata por teléfono. “Las respuestas dadas por las empresas se han demostrado útiles”, añade Marie Tamba, analista sénior de la consultora Rhodium tras varios años en la Comisión Europea. “Y se han visto favorecidas por el mejor tono de las cadenas de suministro, que les ha permitido importar algunos bienes intensivos en gas que son clave en los procesos productivos, en lugar de tener que producirlos ellos”.

“Con estos precios, es más rentable que nunca invertir en eficiencia. El coste de oportunidad de no ahorrar es altísimo”, sintetiza Gonzalo Escribano, investigador principal del Real Instituto Elcano. Lo mismo ocurre con la electrificación: “Quien técnicamente podía y no había dado el paso, se está arrepintiendo y lo está haciendo de manera acelerada”. Ese “técnicamente” es clave: los límites de la electrificación los marca hoy el grado de calor necesario para cada proceso industrial. “En los altos hornos, los fertilizantes, la petroquímica o la cerámica, por ejemplo, todavía no se llega a las temperaturas requeridas con una bomba de calor eléctrica”.

Como toda estadística, el índice de producción industrial enmascara las múltiples realidades por subsectores: los que más han sufrido han sido, con diferencia, los más dependientes del gas, que han visto cómo su factura se encarecía brutalmente de la noche a la mañana. Con todo, incluso en esos ámbitos el daño ha sido “menor de lo previsto”, como refrendan los economistas de BBVA Research Cristina Valera y Carlos Castellano, autores de un reciente estudio sobre el tema. La reapertura económica pospandemia, dicen, también ha remado a favor. Pero ni mucho menos explica todo.

Más bienes intermedios procedentes del exterior

Valera y Castellano se inclinan, sobre todo, por tres: eficiencia, sustitución de gas por derivados del crudo e importación de insumos intermedios especialmente intensivos en este combustible. Y otorgan un peso especial a los dos últimos: “No descartamos que haya habido eficiencias, pero al ser un choque de tan corto plazo, estos procesos no son tan fáciles. Así que creemos que la sustitución de carburantes y el aumento de importaciones de algunos productos pueden explicar mejor lo sucedido”. Uno de los ejemplos más claros de reemplazo de productos intermedios en cuya producción se necesita mucho gas son las compras extracomunitarias de amoniaco por parte del gigante alemán BASF para concluir luego sus procesos productivos en Europa. Circunscribir el consumo de gas, en definitiva, a lo que de verdad da dinero y externalizar el resto.

Quien pide tomar los indicadores de producción industrial con un grano de sal es Verónica Rivière, jefa de la patronal española GasIndustrial: “Mi indicador de la salud de la industria, el que no tiene trampa ni cartón, es el consumo de gas. Es verdad que hay algo de cambio de combustible y algo de eficiencia, pero la bajada en la demanda industrial de gas quiere decir que la industria está sufriendo”. Los pedidos, sostiene, han caído con fuerza. “Y desde España sí estamos viendo casos de deslocalización a otros países europeos, como Francia, Portugal o Alemania, cuyos gobiernos están siendo más ágiles con las ayudas y subvenciones al sector”. El último directamente ha hecho saltar la banca. Con todo, Rivière espera “una cierta recuperación en los próximos meses”, que se debería traducir, también, en un aumento en la demanda de gas.

Superado el peor trance de la crisis, las dudas sobre la seguridad de suministro en Europa se han despejado, el precio del gas ha aterrizado bruscamente —los casi 350 euros por megavatio hora (MWh) del pasado verano han pasado a ser 40 hoy— y la soga sobre el cuello de la industria aprieta, en fin, mucho menos que hace solo unos meses. Son varias las señales en ese sentido: muchos de los planes empresariales de traslado a otras geografías con menores costes energéticos han quedado temporalmente en la nevera —prestos, eso sí, por si vuelven las curvas— y algunas industrias gasintensivas, como la química, empiezan a dar por concluida la letanía de parones de producción y suspensiones temporales de empleo.

“Lo cierto es que, aunque las preocupaciones no han desaparecido del todo, la UE está abordando la transición y la competitividad en la dirección correcta”, desliza Tamba, de Rhodium. “Los peores presagios, que imaginaban al continente prácticamente convertido en un erial industrial, claramente no se han cumplido: Europa ha mostrado su capacidad para evitar lo peor en un momento de estrés extremo, y la transición energética ha pasado de ser un riesgo para su sector secundario a ser una oportunidad”, resume Escribano. “El relato es otro, pero aún es pronto para cantar victoria; hay que ver qué fuerza tiene la política estadounidense para atraer fábricas a su territorio”. Una tesis a la que se suma Bros: “Quizá no hemos visto todo todavía. Bruselas tiene que ser mucho más pragmática”.

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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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