De Lehman Brothers a FTX: un repaso a los mayores escándalos financieros de EE UU
Batacazos contables, fraudes al por mayor y sofisticada ingeniería financiera protagonizan los casos, cuyo denominador común fue el fracaso de los mecanismos de control y regulación
La quiebra de la firma de criptodivisas FTX, junto con la detención de su fundador, Sam Bankman-Fried, representa el último eslabón de una larga cadena de escándalos financieros en EE UU. De la economía analógica de los ochenta, con barra libre de intereses y lobos de Wall Street como sinónimo de bonanza, a la amenaza de implosión del universo cripto, una docena de casos de fraude, ingeniería financiera o picaresca de altos vueltos —la trama piramidal de Bernard Madoff, por ejemplo— han jalonado el corazón del capitalismo en las últimas décadas. En casi todos ellos, la falta de regulación del mercado jugó un papel fundamental (enseguida se aprendió la lección, aunque los mecanismos de control no hayan llegado a los criptoactivos). En otros, los excesos tuvieron consecuencias globales en forma de ondas de choque, como las provocadas por el colapso de las hipotecas basura, que arrastró a Lehman Brothers y, detrás, a la eurozona. Fue el Titanic que provocó la Gran Recesión de 2008.
Por orden cronológico, estos son algunos de los escándalos más graves de la economía estadounidense desde los ochenta, la época dorada de Wall Street tras la superinflación de la década anterior. Como dijo esta semana en alusión a FTX Gary Gensler, presidente de la Comisión de Bolsa y Valores de EE UU (SEC, en sus siglas inglesas, el regulador bursátil), “castillos de naipes construidos sobre la base del engaño”, una definición que podría aplicarse a muchos de los casos.
Enron y el efecto rebote de Arthur Andersen
A la eléctrica, en su época una de las mayores del mundo, le cabe el dudoso honor de inaugurar el listado de batacazos contables. En octubre de 2001 el presidente de Enron anunció unas pérdidas trimestrales de 618 millones de dólares. Ello se debió a la creación de una serie de filiales instrumentales para sacar fuera de su balance deuda y activos. A los dos meses, Enron presentó la mayor suspensión de pagos de la historia. Las acciones pasaron de cotizarse a 90 dólares a valer sólo 42 centavos. De rebote, su auditora, Arthur Andersen, fue arrastrada a la ruina al demostrarse que había avalado cifras de facturación muy infladas (más de 100.000 millones de dólares anuales). Desde el punto de vista político suscitó muchas preguntas, al conocerse que el 75% de los senadores y la mitad de los congresistas habían recibido donaciones de la compañía para su campaña electoral.
Los ‘errores contables’ de Worldcom
La que fuera operadora líder en el mercado estadounidense reconoció en 2002 haber inflado sus resultados en 11.000 millones de dólares durante los años precedentes. Al anuncio le siguió un desplome en Bolsa que provocó pérdidas por 200.000 millones de dólares. La crisis de confianza derivada del colapso de Worldcom y de Enron llevó a las Bolsas a su peor crisis a comienzos de este siglo. Como Enron, la operadora acordó primero la suspensión de pagos, aunque finalmente se declaró en bancarrota gracias al capítulo 11 de la Ley de Quiebras para reestructurarse, un procedimiento habitual que inunda de expedientes la corte de Wilmington (Delaware) que los tramita. Tras reconocer la firma errores contables, la SEC presentó una demanda por fraude. El proceso terminó con un acuerdo extrajudicial por el que la operadora se comprometía a pagar 750 millones de dólares.
Lehman Brothers y la Gran Recesión de 2008
El 15 de septiembre de 2008 las fotografías de ejecutivos en mangas de camisa saliendo de la sede neoyorquina de Lehman Brothers, con sus pertenencias en una caja de cartón, corrieron como la pólvora. Es la imagen de la Gran Recesión de 2008, un seísmo que costó 22 billones de dólares a la economía estadounidense y que obligó a intervenir a la Administración de Barack Obama con un rescate de 800.000 millones de dólares (unos 615.000 millones de euros, al cambio de entonces) para cubrir hipotecas y créditos al consumo, mientras la Fed asumía la compra de activos —potencialmente tóxicos— respaldados por hipotecas.
Lehman, con 158 años de historia, había perdido el 95% de su valor en Bolsa desde su máximo de 2007 cuando se le dejó caer. Su apuesta por hacer negocio con las hipotecas basura, las denominadas subprime, le costó la existencia. Esa misma noche, mientras las imágenes de la desbandada de ejecutivos daban la vuelta al mundo —tenía una plantilla de 25.935 empleados—, los analistas advirtieron: “Tendrá importantes consecuencias para el sistema financiero del país”. Pocos imaginaron hasta qué punto. La quiebra del cuarto banco de inversión de EE UU aceleró una crisis mundial, de la que la crisis de la deuda europea es el principal capítulo; una sacudida desconocida desde el tsunami del petróleo en los setenta.
La exposición de los bancos a las hipotecas basura y los activos tóxicos, ocultos y empaquetados en millones de productos de inversión y fondos de todo el mundo —y respaldados por supuestos seguros que demostraron ser papel mojado—, había infectado todo el sistema. Las subprimes afloraron problemas también en bancos europeos como Société Générale, BNP Paribas o Deutsche Bank, especialmente expuestos a la deuda griega. Lo demás es historia: tres rescates financieros y la eurozona al borde del precipicio durante buena parte de la pasada década. Cinco años después de la quiebra de Lehman Brothers, la Fed cifró en 12,6 billones de dólares la cantidad que destinó a apuntalar el sector financiero.
La trama Madoff
El financiero Bernard Madoff fue el gran estafador de Wall Street: defraudó más de 64.000 millones de dólares gracias a la trama piramidal que dirigió durante años. La estafa salió a la luz con el colapso de Lehman Brothers, pero operaba desde principios de los años noventa. En 2009, fue condenado a 150 años de cárcel como responsable del “mayor fraude cometido por un solo individuo”, según la sentencia. No volvió a ver la luz del sol, y murió en prisión en abril de 2021. Hombre hecho a sí mismo y con gran predicamento entre la comunidad judía, a la que pertenecía, Madoff estafó a celebridades, empresas, fundaciones como las del director Steven Spielberg o el Nobel de la Paz Elie Wiesel, e incluso a entidades financieras como el Banco Santander. Su modus operandi consistía en captar el dinero de inversores, a los que prometía una alta rentabilidad. Cuando estos reclamaban los intereses, se les daba largas o, en algunos casos, se les pagaba con el dinero de los inversores recién llegados. El que lograba retirarse a tiempo, ganaba; el nivel inferior quedaba siempre expuesto, y así hasta el infinito. Es el llamado esquema Ponzi, un clásico de la estafa al por mayor como la que, con ligeras diferencias, llevó a la ruina a Albania a finales de los noventa y conmocionó a Portugal una década antes.
En una historia con tintes de tragedia griega, los delitos de Madoff fueron revelados por sus hijos, ajenos al negocio, en 2008. El sumario dejó de manifiesto la miopía de la SEC, que por incompetencia o negligencia frustró media docena de investigaciones sobre los negocios de Madoff. “Hubo varias reuniones con [funcionarios de] el SEC en las que pensé: me han pillado”, confesó Madoff ya entre rejas.
Theranos, golpe a la reputación de Silicon Valley
Ejemplo de fraude en el sector de las start-ups tecnológicas, el caso Theranos es el espejo hecho añicos de Silicon Valley. La empresa que prometía un sistema exprés de análisis de sangre, en un sector casi monopolístico que mueve miles de millones de dólares, fue una colosal estafa que se ha llevado por delante a su fundadora, Elizabeth Holmes. Pero hasta 2016, cuando se presentó la demanda por fraude, gozaba de la bendición mediática. No era para menos: Theranos fue de los primeros unicornios (compañías que antes de salir a Bolsa ya superan los mil millones de dólares). La start-up, que logró sentar en su consejo asesor a personalidades como el exsecretario de Estado Henry Kissinger, llegó a valorarse en 9.000 millones de dólares. Hasta que una investigación del diario The Wall Street Journal (luego adaptada en un documental y una serie de ficción) puso bajo los focos a Holmes y a su socio y pareja de entonces, Ramesh Balwani. La empresa de biotecnología había prometido revolucionar el panorama sanitario con una máquina capaz de hacer cientos de análisis clínicos con una sola gota de sangre, facilitando así el diagnóstico de 200 enfermedades. Los pocos aparatos hallados no funcionaban, confirmó el WSJ.
En noviembre Holmes, de 38 años, fue condenada a 11 años de prisión por fraude. El juez consideró probado que defraudó a los inversores 385 millones de dólares, aunque la acusación elevaba el monto a 800 millones; entre los perjudicados figuran personalidades como Bill Clinton, Carlos Slim y Rupert Murdoch. “Desde 2015 había señales claras de que la empresa iba a fracasar. Los inversores estaban encerrados, no había forma de que se pudieran deshacer de sus acciones. Invirtieron cientos de millones de dólares y no pudieron retirar nada”, dijo la acusación durante el juicio. Su expareja recibió una condena de 13 años en diciembre.
FTX, el Monopoly de las criptodivisas
El gran escándalo de las criptomonedas es visto por algunos como el canario en la mina que avisa del inminente colapso de las galerías. Sam Bankman-Fried (SBF), fundador de la plataforma FTX, fue detenido esta semana en las Bahamas por presuntamente desviar 10.000 millones de dólares (9.400 millones de euros) de clientes e inversores de FTX sin su conocimiento y contra los términos del contrato. El pufo fue destapado por el cierre de la matriz Alameda Research, una firma de inversiones ligada al intercambio de criptoactivos. El fiscal del distrito sur de Nueva York calificó el hecho como “uno de los mayores fraudes financieros en la historia de EE UU”. Hasta su detención, SBF se codeaba con lo más granado de las finanzas. Intervino, en remoto, en un importante foro organizado por el diario The New York Times a finales de noviembre en la Gran Manzana, pese a que ya le cercaban las sospechas. El criptogurú por antonomasia se ufanaba hace solo un año ante el Congreso de EE UU de desplegar “una estructura [financiera] que reduce el riesgo” gracias a los estándares de una industria que permanece ajena a la regulación. Pero en realidad la gestionaba de manera grosera mediante un programa informático de contabilidad para pymes. “Dinero del Monopoly”, calificó el valor del negocio el congresista Ritchie Torres.
Como Holmes, SBF, de 30 años, fue engullido por los focos que había atraído hacia sí, como la luz a las polillas. Niños bonitos de las finanzas, de ascenso fulgurante y estrepitosa caída, ambos encarnan el desafío que suponen empresas que van mucho más deprisa que las leyes encargadas de regularlas, es decir, también de proteger a quienes invierten en ellas. Una lección que la SEC aprendió en 2008, pero que aún parece no haber llegado a las finanzas virtuales.
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