Europa se asoma a la recesión tras seis meses de guerra
El continente acusa el imparable ascenso del precio del gas y el desplome del euro frente al dólar
La economía está en deuda con los optimistas. Cuando la pandemia era solo un extraño virus, lejano y desconocido, perdieron los que lo comparaban con una gripe más. La guerra en Ucrania vino precedida de una frenética movilización diplomática que decepcionó las expectativas de paz hace justo seis meses. Desde antes de que las tropas rusas cruzaran la frontera estaba lanzado un encarnizado debate entre los defensores de que la inflación era transitoria, y los que alertaban de un fenómeno más profundo y duradero con resultados conocidos. Ahora, una nueva discusión recorre Europa: ¿es inevitable una recesión?
Cada día que pasa aumentan los argumentos que apuntan a un parón. La decisión de Moscú de suspender temporalmente el suministro a Alemania ha disparado hasta los 295 euros el megavatio hora el precio del gas, clave para la producción de electricidad; los datos de este martes muestran que la actividad empresarial se contrajo en Alemania y Francia en agosto por la caída de la demanda y el aumento de los precios; el euro acaba de tocar nuevos mínimos de 20 años frente al dólar, cuya paridad volvió a perder este martes, encareciendo la compra de energía en los mercados internacionales, que se paga con el billete verde; el Bundesbank espera una inflación de dos dígitos en Alemania en otoño —actualmente en el 7,5%— y ve más probable la recesión, y la fuerte sequía que sufre el continente ha reducido la producción hidroeléctrica cuando más se la necesita y ha dejado bajo mínimos los niveles de ríos como el Rin —ahora prácticamente innavegable—, irremplazable para la circulación de mercancías y materias primas energéticas. Con la locomotora europea gripada, toda la zona euro corre peligro.
Hay otros titulares para adentrarse aún más en esas sombras que oscurecen un 2022 que empezó con las variantes de ómicron como gran preocupación y cruza su ecuador mirando más a los megavatios y las balas que a los partes médicos diarios. El banco estadounidense Citigroup predice una devastadora inflación del 18,6% para el Reino Unido en 2023. Y el primer ministro belga, Alexander De Croo, ponía las luces largas y advertía este lunes de que por delante esperan cinco o diez inviernos complicados. Ni siquiera la temporada turística, animada por millones de viajeros ávidos de recuperar el tiempo perdido por los confinamientos, está siendo del todo plácida: la falta de trabajadores suficientes para atender el recuperado aluvión de visitantes está obligando a cancelar miles de vuelos.
La enumeración es agotadora, y en ella resuenan cada vez más referencias a crisis pasadas. Capital Economics habla de que para la mayoría de los países del euro, el impacto de los altos precios del gas será mayor que el del petróleo en las crisis de 1974 y 1979 “y ambas fueron seguidas de recesiones”.
La palabra recesión vuela cada vez más sin tapujos. Para los economistas de ING, no hay duda. El servicio de estudios del banco holandés señalaba este martes que la contracción económica “comenzó en el tercer trimestre”, es decir, en julio. Asientan su conclusión en el dato del PMI compuesto —un índice elaborado con una encuesta a jefes de compras en las empresas— que no alcanzó los 50 puntos. “Cualquier indicador por debajo de ese nivel indica una caída de actividad”, apuntan los analistas, que insisten en que la situación no va a cambiar en los próximos meses.
A la misma conclusión llegan en Goldman Sachs. En un informe de la semana pasada, el banco de inversión norteamericano augura “una modesta recesión en la segunda mitad del año, provocada por las continuas interrupciones de gas por la guerra en Ucrania […], aunque la desaceleración puede ser más brusca en caso de corte total del suministro de gas ruso”. El estudio de los países más dependientes de este combustible sirve para apuntar quiénes pueden lastrar más la economía europea: Alemania e Italia.
Sacrificar el crecimiento
La erosión del poder adquisitivo y la capacidad de consumo de las familias, para las que se ha vuelto habitual consultar las horas a las que la energía es más barata, reducir el uso del coche o el aire acondicionado, y en definitiva, adaptar sus hábitos para proteger sus finanzas personales, junto a la debilidad de la divisa europea, presionan para que el BCE suba los tipos de interés. Incluso aunque eso suponga enfriar la economía y tenga un efecto indeseado en el alza del euríbor que encarece las hipotecas variables, las que tienen, por ejemplo, tres de cada cuatro hipotecados españoles.
El bum inflacionista, con la eurozona no muy lejos del doble dígito —8,9% en julio— hace que gane terreno la idea de una subida de tipos de otros 50 puntos básicos por parte del Banco Central Europeo en septiembre, aunque no puede descartarse por completo la posibilidad de que los nubarrones que se ciernen hagan a Fráncfort reflexionar y relajar el ritmo de encarecimiento del dinero, si bien es más fácil que eso suceda pasado septiembre.
La puerta por la que se cuela la posible recesión es el citado precio de la energía. Los más optimistas apuntan a que esta situación es coyuntural y provocada por la invasión de Ucrania, lo cual puede llevar a la conclusión de que la desaceleración es temporal. No obstante, la guerra no apunta a una solución rápida, y a ella se suman los cambios estructurales en marcha para cumplir con los objetivos climáticos, que por sí solos ya obligaban a una reconversión de las industrias más contaminantes, como la automoción o la minería.
La rebaja de previsiones por venir es generalizada. Entre los que anuncian ese paso está Oxford Economics. “Si bien los riesgos de racionamiento han disminuido últimamente gracias a las medidas de ahorro de energía, los picos en los precios del gas y la elevada incertidumbre continúan nublando las perspectivas de crecimiento a corto plazo. Los altos precios de la energía y la destrucción de la demanda asociada también podrían causar un impacto más frontal en la industria de lo esperado”, alertan.
Brecha con EE UU
Mientras en EE UU ya se atisban signos de mejora —la inflación cayó en julio del 9,1% al 8,5% por la bajada de la gasolina—, Europa sigue pagando su dependencia del gas, y ya supera las tasas de su socio transatlántico, una brecha que podría ir agrandándose con el tiempo, según un informe que firman Aneeka Gupta y Pierre Debru, de la gestora WisdomTree. “La zona euro se está enfrentando a una crisis energética y a una inflación mucho mayor que la de EE UU. Dado que los precios de la energía subieron un 42% interanual en junio, el sector energético ha contribuido a más de la mitad del 8,9% de inflación interanual registrada en julio”, calculan.
Indicadores como la caída del precio de los alimentos y la corrección del petróleo a mínimos de seis meses no están siendo suficientes para compensar en Europa las alzas del gas. La caída de algunas materias primas se debe en ciertos casos a la idea de que la economía no será lo suficientemente vigorosa para seguir absorbiendo la demanda, por lo que Ariel Bezalel y Harry Richards, de Jupiter AM, ven un lado positivo en el bache europeo, siempre que no se prolongue y sea una forma de tocar fondo para resurgir. “En última instancia, y por desgracia, la mejor medicina posible para la alta inflación suele ser una recesión a la antigua”.
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