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Solar fotovoltaica
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La oportunidad de España ante el nuevo impulso de las renovables

Solo el año pasado, la industria de la energía solar fotovoltaica generó más de 8.000 millones de euros de contribución al PIB nacional, aunque tiene pendiente la fabricación a gran escala de módulos fotovoltaicos

Montaje de estructuras de placas solares en el tejado de una industria.
Montaje de estructuras de placas solares en el tejado de una industria.CRISTÓBAL CASTRO

Nuestro país afronta un momento decisivo en las próximas semanas en las que la Unión Europea va a tomar importantes decisiones en materia energética. Cada país tiene sus propios intereses y el nuestro está ligado a las renovables, como lo está nuestro futuro. En primer lugar, debido a la abundancia de recurso eólico y sobre todo solar en nuestro país: es el de mayor intensidad solar horaria de Europa y tiene territorio para aprovechar economías de escala. Pero también porque contamos con una industria de tecnologías renovables competitiva a nivel internacional. Hoy, España cuenta con empresas en este sector líderes a nivel global, con una importante capacidad exportadora, y que generan actividad económica y empleo estable y de calidad.

La industria de la energía solar fotovoltaica, en particular, está sólidamente posicionada en las distintas fases de la cadena de valor: en electrónica de potencia, en seguidores, en estructuras e ingenierías. Solo el año pasado, nuestro sector generó más de 8.000 millones de euros de contribución al PIB nacional, exportó por más de 2.400 millones y dio trabajo a más de 60.000 personas, entre empleos directos, indirectos e inducidos.

A pesar de todo, nuestra industria tiene una asignatura pendiente: la fabricación a gran escala de módulos fotovoltaicos. Un componente que, aunque solo supone el 35% del valor de una planta solar, obviamente, es imprescindible. Hoy, estos módulos fundamentalmente se importan, aunque España fue un país pionero en el desarrollo de esta tecnología. En los años 90 poseía más del 50% de la producción global, si bien es verdad que entonces el mercado mundial era de unos pocos megavatios. Y en la primera década del presente siglo se instalaron algunas de las más modernas factorías del momento. Sin embargo, la falta de un mercado doméstico y la competencia asiática produjo su desaparición.

Esta situación no es inalterable. Podemos revertirla y, de hecho, estamos en un gran momento para hacerlo. España cuenta con uno de los mercados más sólidos de Europa, con más de 4 gigavatios instalados el año pasado, mercado respaldado por unos objetivos del Plan Nacional Integrado de Energía y Clima (PNIEC) que deberían ser revisados pronto al alza, y en el que solo aparecen las sombras de la dificultad de gestionarlos en tiempo por parte de las diferentes administraciones y de los movimientos neonegacionistas.

Además, la automatización de los procesos de producción de módulos ha hecho que los costes de mano de obra hayan dejado de ser determinantes. El factor clave es la obtención del silicio, no por su escasez —es el segundo metal más abundante en la corteza terrestre— sino por ser un proceso intensivo en energía. La utilización de la energía fotovoltaica, “solar para la solar”, esto es, utilizando la electricidad renovable obtenida a partir de plantas solares directamente para fabricar módulos, puede contribuir a ganar competitividad. Un planteamiento de economía circular que, además, y, a diferencia de lo que sucede en otros países, permitiría hacerlo de forma climáticamente neutra, sin emisiones de carbono.

A este escenario, hoy viable gracias a la competitividad alcanzada por la tecnología fotovoltaica en los últimos años, se une la extraordinaria oportunidad que suponen los Fondos Europeos Next Generation. Todo ello hace que hoy sea posible plantear el desarrollo de una industria nacional de fabricación de módulos fotovoltaicos que permitiría dotar a España y a toda Europa de una “reserva estratégica de tecnologías renovables”, en coincidencia con otras iniciativas similares que se están llevando a cabo en otros países europeos. Un objetivo que resulta inaplazable a la vista de la fragilidad que conlleva la dependencia energética europea del suministro energético de países como Rusia, tal y como se ha puesto de manifiesto durante la invasión de este último país de Ucrania.

De la geopolítica a la tecnopolítica

España no puede permitirse desaprovechar esta oportunidad. La Primera Revolución Industrial transformó para siempre la forma de concebir la economía. Las zonas del globo abundantes en carbón y hierro se descubrieron entonces poseedoras de unos recursos que en unos casos se convirtieron en su bendición y, en otros, su maldición. El final del siglo XIX fue también el de la hegemonía del carbón y el inicio del siglo XX lo fue de la del petróleo. El cambio en la primacía de las materias primas tuvo su correlato en la geopolítica: el control geográfico de las zonas productoras de estos recursos naturales se convirtió en un elemento fundamental para el control político y el crecimiento económico.

Pero ya entrados en el siglo XXI, el auge de las energías renovables, como la solar y la eólica, ha conseguido romper con esta dinámica. Porque el recurso estratégico de las renovables, el sol y el viento, son comunes, no se agotan y están presentes en mayor o menor medida en todo el planeta. Es por ello que ahora el control de la tecnología sustituye al control geográfico. Y así, en nuestros tiempos, la geopolítica abre paso a la tecnopolítica.

España afronta este nuevo escenario en una posición muy ventajosa: a diferencia de lo que sucedía en el pasado, disponemos del recurso energético, el sol y el viento, y, lo más importante, somos líderes en la tecnología necesaria para aprovecharlo. En el caso de la energía solar fotovoltaica, solo nos queda hacer una apuesta para terminar de ser líderes en toda la cadena de valor, desde la innovación hasta la fabricación de módulos, evitando la dependencia que hoy tenemos de este último componente. Están en juego nuestros intereses económicos, nuestra autonomía energética, nuestra seguridad y, por extensión, nuestra soberanía nacional. No dejemos, esta vez no, dejar pasar esta oportunidad.

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