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La UE abraza las renovables para romper la dependencia de Rusia

La Comisión quiere que el bloque se desenganche por completo de los combustibles fósiles de Putin en 2027. Las energías eólica y solar emergen como la alternativa prioritaria

Parque eólico en Sahagún, en la provincia de León.
Parque eólico en Sahagún, en la provincia de León.Ruben Earth (Getty Images)

El Centro de Investigación en Energía y Aire Limpio, un grupo de analistas especializados en transición energética, ha creado un particular contador digital que muestra lo que la Unión Europea lleva pagado a Rusia por los combustibles fósiles importados desde el inicio de la invasión de Ucrania el 24 de febrero. La factura rondaba ya este sábado los 9.500 millones de euros gastados en petróleo, gas y carbón. Bruselas y las capitales europeas ansían poder llegar a una desconexión total de los combustibles fósiles de Vladímir Putin como la que han anunciado Estados Unidos y el Reino Unido. Pero la dependencia de la UE es mucho mayor.

La intención de la Comisión Europea es que el bloque rompa por completo con las importaciones de energía rusa para 2027. Y la alternativa por la que apuesta a medio y largo plazo son las renovables y la electrificación de la economía. Así lo han constatado en los últimos días la Comisión Europea, la Agencia Internacional de la Energía (AIE) y el Gobierno alemán, líder de facto del club. “No es solo una cuestión ambiental o económica. Es, también, un asunto decisivo para nuestra seguridad”, sintetizaba esta semana el canciller germano, Olaf Scholz. De romper el “chantaje energético” al que está sometiendo Putin a la economía europea habló su homólogo español, Pedro Sánchez, este viernes en la cumbre celebrada en Versalles. “Nuestra dependencia está financiando esta guerra, y cada día sin sanciones energéticas nos hace cómplices”, resume por su parte Laurence Tubiana, directora ejecutiva de la European Climate Foundation.

Dejar atrás la peligrosa sumisión energética a Rusia obliga a correr primero una carrera de 100 metros lisos y, acto seguido, una maratón. En el corto plazo, las noticias no son precisamente positivas desde el punto de vista ambiental: el ahorro al que apela el alto representante de la UE para Política Exterior, Josep Borrell, y la entrada en funcionamiento de nuevas instalaciones renovables —todas ellas planeadas mucho antes de que el Kremlin tomase la decisión de invadir Ucrania— no serán ni mucho menos suficientes para cubrir el boquete que dejaría el fin de las importaciones rusas en la matriz europea. Hará falta traer más gas por barco desde terceros países (EE UU, Qatar, Argelia o Nigeria, entre otros), una operación mucho más contaminante que traerlo por un tubo. Y varios Gobiernos europeos, entre ellos los de Italia y Alemania, han activado planes de emergencia para tener listas sus centrales de carbón —que genera hasta alrededor de un 60% más de dióxido de carbono que el gas— por lo que puede estar por venir en los próximos meses.

“En el corto plazo, se puede esperar un aumento de las emisiones de efecto invernadero por el mayor uso del carbón e incluso del petróleo para calefacción; es algo inevitable ahora mismo por los altos precios de gas natural”, opina David Robinson, investigador del Oxford Institute for Energy Studies. Ese incremento llega con las emisiones ligadas al sector energético mundial en niveles nunca vistos, en plena recuperación pospandemia, según advertían esta semana los técnicos de la AIE.

En el largo plazo, en cambio, se abren otros horizontes. La eficiencia energética jugará un papel importante, según los datos que maneja Bruselas. También el hidrógeno procedente de fuentes no contaminantes, llamado a ser una pila clave para garantizar la estabilidad del sistema. Y, sobre todo, las energías verdes, clave de bóveda de todo el entramado y prácticamente única alternativa posible para asegurar la independencia energética del continente. “Es crítico aumentar la eólica y solar por encima de lo que se ha propuesto hasta ahora. Necesitamos reemplazar la generación con gas más rápido de lo que se pensaba”, sintetiza Jan Rosenow, director para Europa del think tank Regulatory Assistance Project. En 2021, la electricidad generada por la quema de gas supuso el 18% de la generación total en la UE, mientras que el carbón aportó otro 15%.

Según los datos del centro de estudios británico Ember, entre 2011 y 2019 el paulatino crecimiento de las renovables en la UE fue a parar casi íntegramente a cubrir el hueco que iban dejando las centrales atómicas y de carbón. Y el gas seguía ganando cuota. Desde 2019, sin embargo, la adición de más y más capacidad de producción eólica y solar ha ganado terreno, en idéntica medida al gas y a la suma del carbón y la nuclear. Cuando Europa corte definitivamente amarras con Rusia, esa tendencia se acelerará aún más. “No veo otra alternativa que acelerar el proceso de descarbonización, es decir, que incrementar las renovables y las nuevas fuentes de flexibilidad para integrar las renovables”, añade Robinson.

Dependencia

La supeditación europea del gas ruso es enorme. El 45% de lo consumido el año pasado por la industria, los hogares y el sistema energético llegó desde Rusia, mayoritariamente por gasoductos pero también por barco. Para poner en contexto este dato, cabe decir que el segundo máximo suministrador, Noruega, aporta la mitad; y el tercero, Argelia, la cuarta parte. Esto necesariamente tendrá que cambiar desde ya: Bruselas plantea que este mismo año las compras a Rusia sean solo la tercera parte de lo que eran antes de la invasión de Ucrania. Y para 2027 se debería haber roto por completo esa dependencia, según la propuesta adelantada por Bruselas de impulso a las energías verdes que se espera que se termine de concretar en mayo.

Algunos socios europeos, como la República Checa o Letonia, tienen a Rusia como único suministrador. Y otros, como Alemania —junto con Italia, el país en el que el bloque librará la madre de todas las batallas para desengancharse de Moscú—, ya han verbalizado que una desconexión acelerada causaría estragos sobre su poderoso sector manufacturero y, en última instancia, sobre el conjunto de su economía.

Habituada a ser uno de los eslabones más débiles en un sinfín de apartados económicos, España goza de una situación privilegiada, con una dependencia inferior al 9%, lo que le permite dar por seguro el suministro en los próximos meses. A precios, eso sí, disparatados respecto a la media histórica. “Dentro de la UE, España está en una situación ventajosa: además de tener una baja dependencia del gas rusos, cuenta con el 25% de la capacidad regasificadora europea”, recuerda Natalia Collado, investigadora de Esade especializada en mercados energéticos.

En 2020, el 22% de toda la energía consumida en la UE provino de fuentes renovables (solar, eólica e hidráulica principalmente). El último plan climático impulsado por Bruselas para luchar contra el calentamiento global y ayudar a la recuperación económica, el llamado Fit for 55, proponía llegar a una cuota de al menos un 40% en 2030. Siete meses después de que la Comisión presentara esa propuesta y cuando todavía se está terminando de negociar con los Estados, la crisis de Ucrania puede llevar a un incremento mayor de la ambición y de esos objetivos.

Esto, a su vez, llevará a los Veintisiete a incrementar sus objetivos nacionales, como recuerda Antxon Olabe, economista y experto en transición energética. En 2020, el 21,2% de toda la energía consumida en España fue de origen renovable y en el plan de energía y clima del Gobierno la meta es llegar en 2030 al 42%. Olabe sostiene que se deberán “acelerar los objetivos climáticos” y empezar a revisarlos a partir del año que viene para incrementarlos. Pero también reconoce que “la descarbonización en España va más rápida ya de lo que estaba previsto en el plan de energía y clima”, que se aprobó definitivamente en marzo del pasado año. La salida del carbón y la rápida implantación de la solar y la eólica gracias a las subastas han sido determinantes en el caso español.

Razones económicas

Al margen de los beneficios ambientales, en lo puramente económico, los argumentos a favor de las renovables también son de peso. Solo en 2019, el año inmediatamente anterior a la pandemia, los países de la UE se dejaron casi 200.000 millones de euros en importar petróleo —las dos terceras partes, procedente de Rusia— y otros 60.000 millones en gas natural —el 40%, originario de ese país—, según las cifras de la oficina estadística comunitaria. Con la subida de precios de los últimos meses, otro poderoso incentivo adicional para dejar atrás estos combustibles, esas cifras se multiplicarán exponencialmente en 2021 y, sobre todo, en 2022.

De poder sustituirse estos combustibles con renovables, si no íntegramente sí en gran medida, se quedarían dentro de los Estados miembro. Pero para eso antes es necesaria una estrategia masiva de electrificación del transporte y de las calefacciones en paralelo a un salto cualitativo en la eficiencia que reduzca el consumo, como reclama Rosenow: “Las bombas de calor [en sustitución de las calefacciones alimentadas por gas] pueden reducir el uso de este combustible en hasta en un 80%, y la mejora del aislamiento de las viviendas podría reducir la demanda de calor en otro 30% adicional”.

Bastante más cauta se muestra Natalia Fabra, catedrática de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid, que subraya que la “ambición” y la “apuesta” de la UE por las energías verdes ya era “total” antes de que Europa optase por cortar por lo sano con el gas ruso. “Esto pone en valor dos cualidades de las renovables: que no dependen de otros y que son recursos autóctonos, pero no sé cuantificar el adicional que vamos a tener. Y creo que hay un exceso de optimismo en los cálculos de reducción de la dependencia del gas ruso”, afirma.

Donde sí hay margen de maniobra, dice Fabra, es en la agilización de los trámites administrativos y de los cuellos de botella a los que se enfrentan muchos proyectos de energía eólica y solar, así como en superar el rechazo local en algunas zonas. “También en gases renovables y el hidrógeno verde, donde sí se puede acelerar”. Collado también incide en la importancia de las medidas regulatorias que Bruselas ha esbozado, como la intención de reducir los tiempos de las tramitaciones para la instalación de renovables o el impulso al autoconsumo energético colectivo para incentivar la instalación de paneles fotovoltaicos en bloques de vecinos.

Pero el afán por desengancharse rápidamente del gas ruso, paradójicamente, también puede llevar a inversiones que perpetúen la dependencia de este combustible fósil (pero procedente de otros lugares). Las voces que abogan por impulsar interconexiones y gasoductos —como el Midcat, proyectado para conectar la península Ibérica con el resto del continente— crecen. Y la Comisión también ha apuntado en esa línea, aunque Collado recuerda que Bruselas condiciona estas nuevas infraestructuras a que puedan ser empleadas en un futuro para transportar hidrógeno verde (el generado con fuentes renovables). Ahí sí, los 100 metros y la maratón se pueden fundir en una sola carrera.

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