El bum digital en Israel dispara su moneda y convierte a Tel Aviv en la ciudad más cara del mundo
El diluvio de inversiones internacionales en el sector de alta tecnología ha disparado un 20% al shéquel frente al dólar en 2021
Israel ha dejado de tener una economía aislada, lastrada por el gasto defensa y dependiente de las exportaciones, para transformarse en una potencia económica, además de militar. El shéquel, la moneda nacional, ha alcanzado en las últimas fechas la cotización más alta frente al dólar de los últimos 25 años tras haberse apreciado un 20% en 2021, y Tel Aviv, la capital comercial del país, acaba de ser proclamada como la ciudad más cara del mundo en el índice anual de The Economist Intelligence Unit (EIU).
“La entrada masiva de inversiones en el sector de la alta tecnología y los fondos de la diáspora judía que nutren el sistema de emprendimiento local, junto con un tipo de interés al 0,1%, han generado una tormenta económica perfecta”, precisa Enrique Bal, consejero económico y comercial en la Embajada de España en Tel Aviv. “Desde que dio con la tecla de las start-up, Israel lleva muchos años de crecimiento sostenido por encima del 3% salvo en crisis globales como la pandemia”, puntualiza, al hilo de la llegada masiva de capitales (cerca de 33.000 millones de euros en la primera mitad de este año, más que en todo 2019) que ha impulsado la rampante apreciación del shéquel. “Y lo sorprendente es que la balanza por cuenta corriente no se ha visto afectada”, destaca Bal.
“El shéquel fuerte es una consecuencia del nuevo Israel forjado en el último cuarto de siglo, que ya no depende en exclusiva de la venta al exterior de bienes y ahora exporta también servicios, centrados en la alta tecnología y la energía”, ha condensado en las páginas del diario Haaretz el analista David Rosenberg sobre el giro experimentado por la economía del Estado judío. Además de haber logrado atraer inversores extranjeros para financiar las tecnológicas emergentes, Israel produce ya la mayor parte de su electricidad con gas natural procedente de yacimientos propios en el Mediterráneo y ha comenzado a exportarlo a los vecinos Egipto y Jordania.
El tipo de cambio tiende a apreciarse ante la ingente cantidad de fondos que entran desde el exterior. “Cada vez se demandan más shéqueles en el mercado, y, por lo tanto, el dólar y el euro se deprecian”, resume el consejero económico español en Tel Aviv. Bal no ve, por ahora, riesgo de una burbuja tecnológica en un crecimiento que gravita esencialmente sobre un solo sector. “El ecosistema de las ‘start-up’ tiene un abanico muy diversificado. Existe una tendencia hacia la ciberseguridad, pero también se aborda la gestión del agua, los drones o la trazabilidad alimentaria”, matiza.
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) acaba de elevar al 6,3% la previsión de crecimiento del PIB de Israel para 2021, 1,3 puntos más que en su anterior predicción, aunque por debajo del 7% que anticipan el Gobierno y el Banco de Israel. La curva de la inflación se ha situado en el pico más alto desde hace una década, pero se mantiene contenida en 2,3% anual. “El progreso de la campaña de refuerzo de la vacunación (cerca de un 45% de la población ha recibido ya la tercera dosis), la mejoría del mercado laboral (la tasa de desempleo ha descendido hasta el 7%, acercándose al 3,5% anterior a la pandemia) y la recuperación de la demanda interna”. Estas son las causas apuntadas para justificar su diagnóstico por el organismo que representa a las economías más avanzadas del planeta.
Pero la tormenta perfecta que impulsa las velas de la economía no sopla igual para todos en Israel. Los ganadores, los trabajadores de las start-up’, apenas representan un 10% de la población laboral. Sin embargo, aportan el 25% de la recaudación con sus altos salarios, en un sector que concentra el 43% de las exportaciones del país. “Esta situación genera un problema de desigualdad del que Israel tampoco se libra”, subraya Enrique Bal. Los niveles de renta más bajos se localizan en las dos minorías más desconectadas de la actividad económica: los árabes israelíes (el 21% de la población) y los judíos ultraortodoxos (el 12%).
El consejero económico español no es partidario de clasificaciones “artificiales” como la elaborada por The Economist Intelligence Unit, aunque reconoce que la carestía de la vida en Israel (con un nivel de precios situado un 19% por encima de la media de la OCDE) es particularmente elevada en Tel Aviv. “El sector tecnológico tira hacia arriba mientras los trabajadores de los sectores tradicionales se ven expulsados de las zonas centrales de las ciudades”, advierte. El coste tipo de adquisición de una vivienda en Tel Aviv supera los 3,5 millones de shéqueles (975.000 euros), el doble que la media nacional israelí, según la Oficina Central de Estadísticas.
“Camino de una explosión”
El índice elaborado por EIU, una filial del semanario británico The Economist, no incluye los gastos de vivienda, pero aun así sitúa a Tel Aviv a la cabeza, por coste de la vida, entre 170 ciudades de todo el mundo. La capital económica y cultural de Israel ha superado este año a urbes tan onerosas para expatriados que cobran su sueldo en dólares o euros como París, Zúrich, Hong Kong o Nueva York. En una reciente entrevista publicada por Haaretz, el alcalde de Tel Aviv, el exlaborista Ron Huldai, alerta de que su ciudad “va camino de una explosión (a causa de los problemas de vivienda y transporte), y va a ser cada vez más cara”. A unos 220 kilómetros al noreste de los rascacielos de Tel Aviv se encuentra Damasco, la urbe considerada más barata en el listado de EIU.
En el Estado judío los precios marcan la diferencia. La alimentación (una tarrina de yogur puede costar más de 1,5 euros, la pieza), el transporte (el mismo Seat León que en España no supera los 25.000 euros de precio de venta, en Israel se acerca a los 40.000 euros, al cambio actual) o el combustible (el litro de gasolina de 95 octanos se sitúa en los 1,9 euros), junto a otros productos como el alcohol o los artículos de cuidado personal, están detrás de la carestía.
El elevado coste de la vida es una queja general en Israel, donde hace una década se desencadenó un estallido de protestas sociales, con miles de jóvenes acampados en el centro de Tel Aviv. El actual Gobierno, que hace seis meses puso fin a los 12 años de mandatos consecutivos del conservador Benjamín Netanyahu, ha puesto en marcha una reforma del sistema de importaciones que ya ha sido aprobado en comisión en la Kneset (Parlamento). “El objetivo es suprimir los oligopolios que surgieron en un país aislado y obsesionado desde su nacimiento (en 1948) con la seguridad alimentaria”, explica Bal. No es un empeño fácil, avisa: “El 70% de los huevos, el pollo y la leche del país están ahora en manos de una misma empresa”.
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