España 2050: vista larga y paso corto
Esperemos que el futuro desarrollo del plan permita ser todavía más audaces en sus propuestas de futuro
Uno de los mantras más repetidos en la vida política española es la ausencia de un proyecto de país en el que todos nos sintamos identificados. El Plan España 2050, presentado esta semana, tiene precisamente como objetivo contrarrestar el excesivo cortoplacismo del que adolece -por desgracia- nuestra vida pública. Retos como el cambio climático, los desafíos vinculados al reto demográfico, la exponencialidad de la revolución digital o las incertidumbres geoestratégicas ligadas a la erosión del orden internacional liberal, suponen todos ellos elementos que requieren de un pensamiento con luces largas y gran angular. Nuestra elecciones de hoy marcarán el futuro de nuestro país. Defiende Roman Krznaric en The Good Ancestor que deberíamos tomar nuestras grandes decisiones teniendo en cuenta sus efectos sobre los siguientes cien años. Quizá pueda parecer demasiado, pero si exploramos nuestro mundo, desde los conflictos en África, hasta el teclado QWERTY, o el sentido de la conducción en determinados países, comprenderemos pronto hasta qué punto estamos determinados por decisiones pasadas.
Entrando en el documento, España 2050 incluye un primer capítulo destinado a afrontar uno de nuestros principales retos estratégicos: el incremento de la productividad y la mejora de la competitividad de la economía española. Frente a un escenario tendencial poco halagüeño, que supone un descenso del crecimiento potencial de nuestra economía entre un 0,3% y un 1,1% anual, el plan propone medidas para incrementar la productividad total de los factores y mejorar el dinamismo a largo plazo de nuestra economía, con un objetivo de lograr un crecimiento económico sostenido de hasta un 1,5% anual de promedio, reduciendo la brecha de renta per cápita que nos separa de los países punteros de la Unión Europea. Un objetivo preciso, medible y ambicioso.
Para ello, el plan identifica las principales debilidades de nuestra economía, tales como el capital humano, la capacidad innovadora, la deficiente implantación de las nuevas tecnologías en las pequeñas y medianas empresas, y un marco institucional y regulatorio poco proclive al dinamismo en los mercados de bienes y servicios. Partiendo de este análisis, sobre el que es difícil estar en desacuerdo, España 2050 propone una batería de orientaciones destinadas a acometer cambios en profundidad sobre cada uno de estos retos: incidir en el capital humano y en la educación a lo largo de toda la vida, estructurar adecuadamente el sistema de innovación, haciendo más efectivos los esfuerzos públicos y favoreciendo la participación privada en el desarrollo y la comercialización de propuestas innovadoras, incentivar la adopción tecnológica y mejorar la dinámica empresarial. Adicionalmente, el plan incluye una reforma de la administración pública y el incremento de la lucha contra la economía sumergida. En definitiva, grandes ejes que se articulan bien con el plan Next Generation, presentado igualmente esta primavera, que apuntan en la buena dirección y entre los que quizá sólo faltaría una reflexión sobre la pendiente transformación empresarial.
Lógicamente, no se puede pedir a un documento con las miras puestas en los próximos 30 años, que detalle todas y cada una de las recomendaciones. Debe ser cada gobierno, atendiendo a sus preferencias y a su mandato democrático, el que oriente la acción pública hacia uno u otro instrumento, pero brújula que representa España 2050 está perfectamente orientada, y será difícil que nadie que haya pensado en nuestra economía más de dos minutos disienta de esta orientación general.
Y esa es, precisamente, su principal debilidad. El plan acierta al plantear los problemas históricos de nuestra economía, pero se echa en falta una respuesta más atrevida a cómo las grandes megatendencias pueden afectarnos en los próximos 30 años. Así, el carácter innovador del plan queda, en sus aspectos económicos, ciertamente limitado. Porque si de algo peca el documento es de no salirse del guion: no hay nada en el mismo que resulte disruptivo o abiertamente impensable. En otras palabras: refleja bien los consensos de la España de 2021, pero quizá hubiera sido deseable tener un espectro intelectual con mayor desviación estándar, sabiendo como sabemos que es en esos límites donde se producen las innovaciones que necesitamos. Esperemos que su futuro desarrollo y concreción permita, desde la independencia y libertad de pensamiento de los excelentes expertos que han contribuido al mismo, ser más todavía audaces en sus propuestas de futuro.
José Moisés Martín es economista y consultor.
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