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Mariano Puig, un empresario indomable

Fue artífice de la transformación de Puig, empresa que fundó su padre en Barcelona, en uno de los principales grupos de moda y perfumería del mundo

Eugenia de la Torriente
Mariano Puig.
Mariano Puig.PUIG (Europa Press)

“Me he pasado toda la vida esforzándome por no salir en la foto y ahora me la hago yo mismo”, le gustaba repetir en los últimos años a Mariano Puig (1927-2021). Andaba el empresario enfrascado en la escritura de sus recuerdos para un pequeño libro que quería regalar a su esposa María, a sus cinco hijos y a sus nietos. Después de celebrar en 2014 el centenario de Puig, la empresa que creó su padre Antonio y que él lideró durante décadas, se quedó con ganas de contar más de su propia historia a sus descendientes. Eran unas memorias privadas y familiares ya que durante toda su vida Mariano Puig rehuyó las entrevistas y los personalismos. El relato, en casa Puig, siempre debía escribirse en la primera persona del plural.

En eso los cuatro hermanos que formaron la segunda generación de esta empresa familiar siguieron fielmente el consejo que les dio su padre en su lecho de muerte, en 1979. Como tantas otras sentencias del patriarca, esta se convirtió en un dogma: “Haced piña, unidos seréis más fuertes”. Mariano Puig y sus tres hermanos se presentaron siempre como una única fuerza, capaz de transformar el negocio de perfumería que su padre abrió en los sótanos y la planta baja de la casa en la que vivían, en la barcelonesa calle Valencia, en una de las principales compañías de moda y cosmética del mundo. A Mariano Puig le emocionaba recordarlo cuando contemplaba la Torre Puig de Barcelona, obra de Rafael Moneo, y las oficinas de la empresa en los Campos Elíseos de París.

Los edificios son símbolos de la potencia actual de Puig, una multinacional que hoy posee marcas como Carolina Herrera, Paco Rabanne, Nina Ricci o Jean Paul Gaultier y que vende productos por valor de más de 2.000 millones de euros al año. El 85% de su negocio está fuera de España y el grupo opera en 150 países con 26 filiales. El impulso a la globalización se dio ya en este siglo y es cosa de la actual gestión, pero el primer empuje internacional fue mérito de sus visionarios predecesores. Mariano y sus hermanos fueron asumiendo la responsabilidad de forma progresiva a partir de los años cincuenta y, aunque se presentaran como un solo hombre, el reparto de tareas entre ellos siempre estuvo claro. El primogénito Antonio (1924-2018) aportaba la sensibilidad artística y la creatividad y el segundo, Mariano, la visión estratégica, la capacidad empresarial y de liderazgo de equipos y el olfato para la expansión que se construyó en los años sesenta. Hasta que se traspasó el poder a la tercera generación, en 1998, Mariano Puig fue el presidente y máximo ejecutivo de la compañía. Un puesto que hoy ocupa su hijo Marc.

Fallecido este martes por la mañana en su casa de Barcelona, a los 93 años y por causas de las que no se ha informado, Mariano llevaba el nombre de su abuelo materno. De él y de su padre heredó un carácter indomable, tanto en la vida como en los negocios. Lo exhibió desde muy joven cuando, todavía estudiante de ingeniería química, viajó a Ginebra para conocer el negocio de la cosmética suiza en Givaudan. Una estancia que sirvió para ampliar su visión del mundo y para gestar su ambición de mirar más allá del mercado español. Graduado en la escuela de negocios IESE, y a pesar de las restricciones a las relaciones de las empresas españolas con el exterior, Mariano estableció tempranos e importantes lazos con Estados Unidos, Latinoamérica y Francia. A menudo, eso implicaba que saliera él mismo a recorrer el mundo con una maleta cargada con muestras de productos y que viviera aventuras y peripecias que animaban sus recuerdos. Así estableció sus primeros vínculos profesionales con personalidades como Max Factor, Carolina Herrera o Paco Rabanne.

Ferozmente competitivo, fue también un gran deportista. Una lesión le apartó del esquí alpino a los 18 años y se redirigió hacia el esquí náutico. Como no sabía hacer nada a medias, terminó siendo campeón de España y presidente de la Federación Española de Esquí Náutico. Fue gran aficionado a la vela durante toda su vida, lo que explica el patrocinio de la Copa del Rey de vela de Mallorca que su familia mantuvo durante 25 años. Obtuvo muchos reconocimientos institucionales y empresariales, pero se enorgullecía de forma muy especial de haber sido miembro fundador del Instituto de Empresa Familiar en España y su presidente entre 1995 y 1997. Sobre todo, porque eso significaba mantener la transmisión de los valores y principios que siempre formaron parte de su filosofía personal. También en eso seguía otra máxima de su padre. Según su relato, cuando el patriarca le llamó para explicarle que daba un paso atrás en la compañía, le dijo: “Mariano, en la vida hay cinco etapas importantes: aprender a hacer, hacer, enseñar a hacer, hacer hacer y dejar de hacer”. Nunca dejaba de sonreír cuando recitaba esa letanía.


Eugenia de la Torriente es autora del libro Puig: 100 años de una empresa familiar (Assouline, 2014).

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