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El peso del carbón en la energía mundial se reduce por la pandemia y el auge de las renovables

El cumplimiento de los objetivos climáticos exige un recorte mucho mayor y una transición acelerada hacia las energías verdes

Ignacio Fariza
Un hombre camina, en noviembre de 2019, frente a una planta de generación de electricidad a partir de carbón en Harbin (China).
Un hombre camina, en noviembre de 2019, frente a una planta de generación de electricidad a partir de carbón en Harbin (China).JASON LEE (Reuters)

Aunque por poco, la pandemia provocó el año pasado la primera caída de la demanda global de electricidad desde 2009. El consumo retrocedió un 0,1% el año pasado y, junto con el avance de las renovables —en cuyo despegue, la crisis sanitaria apenas tuvo impacto: su crecimiento sigue siendo sólido, a un ritmo del 15% anual— provocaron una caída sin precedentes en la quema de carbón, de largo el combustible más contaminante de la producción energética mundial. La electricidad generada por este mineral cayó un 4% el año pasado, según un informe publicado este lunes por la firma de análisis sectorial Ember.

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A pesar de este descenso, cubierto íntegramente por las renovables y el gas natural, el carbón sigue cubriendo el 33,8% de la demanda eléctrica global. Esa cifra, aun siendo cuatro puntos más baja que en 2015, hace imposible cumplir los compromisos climáticos asumidos para los próximos años. “Aún debe bajar un 80% más de aquí a 2030 para evitar el peligroso calentamiento global de más de 1,5 grados centígrados”, apunta Dave Jones, líder global del centro de análisis británico.

El reto es doble: generar suficiente energía limpia para reemplazar el carbón y, a la vez, proveer la electricidad que la economía mundial necesitará en los próximos tiempos, cuando la pandemia sea historia. “Los líderes del mundo todavía deben despertarse y ver la magnitud del desafío”, subraya Jones. Según los cálculos de la organización Climate Analytics, para evitar el escenario de un aumento de 1,5 grados en la temperatura media global respecto a los niveles preindustriales, el carbón debería quedar abolido de la matriz energética, a más tardar, en 2040.

Tras el descenso abrupto del consumo eléctrico registrado en la primera mitad del año, provocado por los confinamientos y las restricciones a la movilidad para evitar la expansión del virus, en el tramo final del ejercicio la demanda global ya había dejado atrás el paréntesis de la pandemia y en diciembre ya estaba en un nivel más alto que 12 meses antes. La tregua ha durado poco.

China o el gran reducto mundial del carbón

Hay, con todo, una excepción a la norma general de paulatino arrinconamiento del carbón en la matriz eléctrica global. Y no es precisamente pequeña: China. El gigante asiático sumó el 53% de la electricidad producida en todo el mundo quemando este mineral, casi 10 puntos más que hace un lustro, a pesar del avance sin precedentes de las renovables. El crecimiento sostenido de su demanda de energía explica buena parte de ese incremento.

La electricidad generada a partir de carbón creció en un 1,7% en 2020, remando en contra de su promesa de reverdecer su matriz eléctrica a corto plazo: el país más poblado del mundo y punta de lanza del bloque emergente, ha prometido que sus emisiones de gases de efecto invernadero toquen techo en 2030 para empezar a bajar desde entonces y dejar en cero su huella en carbono en 2060. Un objetivo que, a tenor de las cifras actuales, aún parece lejano: solo las emisiones de su sector eléctrico —sin contar con las exhalaciones del transporte o la industria— fueron un 2% superiores a las de cinco años atrás.

Las energías verdes crecen, pero no lo suficiente

En 2020, la eólica y la solar llegaron a generar por sí mismas casi la décima parte de la electricidad consumida en el mundo, el doble que hace cinco años. Las dos caras de la moneda son la Unión Europea, que lleva claramente la delantera —la quinta parte de la electricidad que fluye por su red proviene del aire o del sol—, y Rusia, Indonesia y Arabia Saudí, donde la generación renovable es virtualmente cero. También preocupa el caso de Turquía, cuyo Gobierno ha remado a contracorriente en los últimos tiempos: mientras medio mundo hacía retroceder el peso del carbón en su matriz eléctrica, el país euroasiático reemplazaba el gas —una fuente contaminante, pero menos— por el mineral.

En paralelo al retroceso del carbón y —en menor medida— de la nuclear, ajenas a la pandemia las dos mayores fuentes de energía limpia —eólica y la solar— prolongaron en 2020 su tendencia al alza. Ambas aportaron un 15% más, el equivalente a la electricidad que consume anualmente el Reino Unido, mientras que la hidráulica, la bionergía y el resto de renovables subieron un 5%. Cifras insuficientes, en todo caso, para corregir el peligroso rumbo del cambio climático. “Su aumento fue el mayor de todos los tiempos en términos absolutos, pero no es suficiente para alcanzar los objetivos climáticos”, avisan los técnicos de Ember.


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Sobre la firma

Ignacio Fariza
Es redactor de la sección de Economía de EL PAÍS. Ha trabajado en las delegaciones del diario en Bruselas y Ciudad de México. Estudió Económicas y Periodismo en la Universidad Carlos III, y el Máster de Periodismo de EL PAÍS y la Universidad Autónoma de Madrid.

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