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La pandemia lleva al euro a su máximo de dos años frente al dólar

La fortaleza de la moneda única se explica por las incertidumbres en torno a EE UU

Una mujer que se protege de la lluvia pasa por delante de la pizarra de una casa de cambio de divisas.
Una mujer que se protege de la lluvia pasa por delante de la pizarra de una casa de cambio de divisas. Reuters

La crisis del coronavirus ha catapultado al euro a su nivel más alto de los últimos dos años frente a la divisa estadounidense. La moneda única se cambiaba este viernes a 1,19 dólares, un 11,2% más que el 20 de marzo, cuando alcanzó su mínimo anual en pleno impacto de la pandemia. Pero, más que al vigor del euro, la paridad actual se debe a la endeblez de su contrincante del otro lado del Atlántico: la política monetaria de la Reserva Federal ha ido quitando atractivo al dólar mientras la incertidumbre sobre la evolución de la crisis y las elecciones del 3 de noviembre disparaba su volatilidad.

Los tiempos en que la alta sociedad europea se iba de compras a Nueva York para aprovechar la fortaleza del euro no volverán: la covid-19 lo impide. Pero la misma enfermedad que ha hecho trizas la economía del Viejo Continente y llevó a la moneda única a tocar fondo en marzo —1,07 dólares, en mínimos de 2017— está causando el efecto contrario en los últimos meses: los expertos han pasado de especular sobre una paridad total (con un euro que valga lo mismo que un dólar) a advertir de las consecuencias sobre las exportaciones del club comunitario de una divisa demasiado fuerte.

Superado el shock inicial, que impulsó al dólar como valor refugio, las consecuencias de la pandemia han fortalecido a la moneda única, hasta llevarla a máximos de mayo de 2018. Y, según la mayoría de analistas consultados, la tendencia no se revertirá en los próximos meses. El euro está cada vez más cerca de los 1,2 dólares, a costa de la debilidad de la gran divisa internacional, de la que huyen los grandes fondos especulativos desde hace semanas.

Jorge López Llave, de la consultora XTB, cree que, si supera esta barrera, la divisa comunitaria aún tiene más recorrido: “Lo más sensato es que se estabilice en 1,18 o 1,19, pero las ventas que estamos viendo refuerzan la idea de que pueda llegar a 1,24”.

La incertidumbre juega en contra del dólar. Pese a sufrir un impacto económico menos brutal que la zona euro, Estados Unidos verá disparado su déficit hasta el 23,8% y su deuda pública hasta el 141% a final de 2020, muy por encima de la media comunitaria, según las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI).

En ese escenario, Diego Morín, analista de IG, cree que el oro y otros metales preciosos dan más seguridad que la moneda norteamericana: “Tomar el dólar como valor refugio es un error, simplemente es la divisa más negociada”. Paradójicamente, en Wall Street pocos tienen que refugiarse: a diferencia de los parqués europeos, la Bolsa de Nueva York ha conseguido máximos históricos pese al descontrol de la pandemia en EE UU, y su rentabilidad ejerce un imán sobre los inversores decepcionados con el dólar.

La crisis del coronavirus ha puesto de manifiesto la fragilidad de un país que afronta en los próximos meses una dura campaña electoral sin haber podido controlar la pandemia. El presidente Donald Trump incluso ha amenazado con suspender los comicios y, según Bloomberg, su rival —el demócrata Joe Biden, que lidera las encuestas— despierta dudas en algunos inversores por una posible subida de impuestos. Morín lo tiene claro: “Si gana Trump se fortalecerá el dólar; si gana Biden, el euro”.

Pero hay una política que está por encima, incluso, del inquilino del Despacho Oval: la monetaria. Y ahí se halla la verdadera clave de lo que está ocurriendo. Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal, tuvo el jueves que tomar una difícil decisión: poner fecha de caducidad al dinero barato —los tipos de interés están al 0% desde la contundente bajada del pasado 15 de marzo— o prolongarlo sine die para apoyar la recuperación de la economía y el empleo. Eligió lo segundo, a costa de tolerar que la inflación llegue a superar el 2%. El dólar se convertirá en uno de los grandes perjudicados.

El efecto es doble. Por un lado, los tipos bajos aportan rentabilidades mínimas para los inversores, lo que reduce la demanda. Por el otro, el aumento de la masa monetaria debido a las reiteradas inyecciones de la Reserva Federal y los billonarios planes de estímulo aprobados en las Cámaras, muy superiores a los europeos, incrementa la oferta. Como resultado, el precio —la cotización del dólar— se desploma.

El fondo de recuperación

No todas las explicaciones apuntan a EE UU. A diferencia de la mayoría de expertos, Natalia Aguirre, directora de Análisis de Renta 4, considera que el vigor del euro frente a la divisa norteamericana también se debe a méritos propios: “No solo es debilidad del dólar, sino fortaleza del euro. El fondo de recuperación le ha sentado muy bien”, explica, en referencia al decisivo acuerdo alcanzado en julio por los Veintisiete para lanzar un multimillonario plan de estímulos financiado con deuda europea. Julio fue, precisamente, el mejor mes de la moneda única en la última década: se revalorizó un 4,7%.

Pero la fortaleza también tiene sus peligros. Juan José Fernández-Figares, director de Análisis de Link Securities, apunta dos consecuencias negativas para la economía europea si la situación se mantiene: el riesgo deflacionista y el daño a las exportaciones, especialmente en el caso de las multinacionales alemanas. “La Administración de Trump está encantada con la caída del dólar, ya que hace más competitivas a las empresas estadounidenses, pero para el Banco Central Europeo (BCE) es lo peor que podía ocurrir en estos momentos”, explica.

Todas las miradas apuntan a Fráncfort. La reunión del BCE del 10 de septiembre será clave para decidir si el club comunitario sigue la misma política monetaria que EE UU o establece límites a la mayor inyección de liquidez de su historia. Solo lo primero evitaría una robustez de la moneda única como la que dificultó la salida de la Gran Recesión. El euro aguarda, aunque esta vez nadie pueda irse de compras a Nueva York.

El daño para emergentes como Turquía o Brasil

El dólar no es la única divisa que ha dado señales de debilidad en los últimos meses. A diferencia de lo acontecido durante la Gran Recesión, la crisis del coronavirus se ha cebado con los países emergentes, que, además del impacto de la covid-19, han sufrido en los mercados fuertes ataques de los especuladores.

En la mayoría de los casos, el esquema es el mismo: las autoridades monetarias bajan los tipos para mitigar los efectos de la pandemia, la inflación aumenta y los inversores huyen, con el consiguiente hundimiento de la cotización de las divisas.

Así ha ocurrido en Turquía, donde la lira ha caído varias veces a mínimos históricos ante la negativa del banco central a subir los tipos de interés, presionado por el presidente islamista Recep Tayyip Erdogan. La moneda turca se cambia a 0,11 euros, frente a los 0,15 de enero. La notable exposición del BBVA —obtuvo en el país el 21% de sus beneficios del segundo trimestre— ha tenido un gran impacto en la cotización de la entidad financiera en Bolsa: sus acciones están en mínimos de las últimas dos décadas.

En América Latina, la situación también es preocupante. El real brasileño ha perdido un tercio de su valor frente al euro desde que comenzó 2020, tras las sucesivas bajadas de tipos de los últimos meses. En este caso, Telefónica es una de las más perjudicadas: su filial brasileña ganó un 18% menos en el primer semestre.

La debilidad de las divisas emergentes contrasta con la fortaleza del yen japonés —que se ha convertido en el verdadero valor refugio durante esta crisis— y la libra británica. Sin embargo, la moneda del Reino Unido depende del devenir del Brexit: la ausencia de un acuerdo sobre la futura relación con la Unión Europea sería fatal para su cotización, alertan los analistas.

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