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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Poder, políticas y consenso

Seguir con el mercado de trabajo que tenemos y pretender crecer con equidad es hacerse trampas al solitario

rafael ricoy

El crecimiento de la economía mundial en 2019 es el más bajo desde la Gran Recesión. Para 2020 el pronóstico mejora hasta el 3,3%, aunque pocos se hacen ilusiones y apuestan a que la tozudez, la impericia o la mala suerte acabarán llevando a recortar la previsión. Cuando pintan bastos es inevitable que florezcan propuestas para combatir los impactos de la posible recesión. La más excéntrica es la que proclama que "esto-aquí-no-va-a-pasar". Los datos estropean hasta el mejor de los relatos: quien en España haya mirado la evolución reciente del consumo, la inversión, las exportaciones o el empleo sabe que la desaceleración está aquí, e intuye que pronto creceremos por debajo del 2%.

¿Qué se puede esperar de las políticas de demanda? Desde 2008, los bancos centrales han sido los protagonistas de la política económica mundial. Sus políticas no convencionales se tradujeron en una expansión de sus balances equivalente al 17% del PIB mundial que evitaron una deflación global que hubiera sido catastrófica para el empleo y la actividad. Pero ni la demanda de crédito e inversión se han relanzado en la cuantía esperada, ni la inflación ha reaccionado al alza. Además, se han generado consecuencias no intencionadas, como el impacto sobre la rentabilidad del sistema bancario europeo, o el alza de la desigualdad derivado del crecimiento dispar del precio de los activos financieros y de los salarios.

Tiene lógica que se reclame un mayor activismo fiscal. Con tipos de interés inferiores a las tasas de crecimiento, incurrir en un déficit financiado con emisión de deuda tiene menores riesgos de ser una estrategia insostenible. Ahora bien, no todos los déficit son iguales. Los hay que responden a políticas de gasto e impuestos bien diseñadas y evaluadas, y hay déficits que son el resultado de gestiones desprolijas y clientelistas con altos costes de eficiencia y equidad. Que sea más barato financiarlos no los hace deseables. Todavía mas importante, las políticas de demanda solo sirven para reducir las desviaciones del crecimiento y del empleo respecto a la tendencia, pero no para modificar el crecimiento potencial de la economía. Si se pudiera crecer gastando o emitiendo Argentina o Venezuela serían países desarrollados y no economías enfrentadas a crisis homéricas.

Para crecer hay que hacer reformas que aumenten la flexibilidad de la economía para responder a los shocks positivos o negativos que se puedan producir. Llevamos mucho tiempo hablando de ellas y haciendo muy pocas. La economía política de las reformas es compleja. La OCDE ha analizado la experiencias de tres décadas de políticas de oferta para concluir que para tener éxito con las reformas estructurales el factor determinante es contar con un fuerte mandato electoral. Hay que ganar explicando por qué, qué y cómo se quiere cambiar. Algo que es mejor intentar cuando las reformas se construyen sobre análisis y evidencias que permiten cuantificar creíblemente sus costes y beneficios, incluyendo los costes de no hacer nada. Hablar de políticas es debatir sobre cómo las distintas opciones de reforma determinan esos costes y beneficios, y sobre cómo hay que diseñar los mecanismos de compensación de los potenciales perdedores de los cambios.

No es lo que hemos estado viendo desde el 28 de abril. Pero nada impide que no pueda pasar en el futuro. Por las buenas o por las malas. Porque la política funcione y permita alcanzar consensos que den profundidad y sostenibilidad a las reformas, o porque una crisis lo imponga. No hay muchas más opciones. Seguir con el mercado de trabajo, el sistema educativo o el sistema fiscal que tenemos y pretender crecer con equidad en el siglo XXI es hacerse trampas en el solitario.

Si la incertidumbre económica crece es probable que los votantes acumulen no solo decepción y hartazgo, sino también ansiedad ante el riesgo de una nueva recesión. De ahí que sea tan deseable que los principales candidatos y sus spin doctors detecten que el ambiente social no da para que ellos sigan hablando de poder y no de políticas. Cuando la crisis te deja sin espacios, los ajustes se imponen. No los mejores, pero sí los imprescindibles para seguir tirando. El drama es que ese camino puede tener costes desorbitados. Entre otros, que la clase política no pueda encontrar la forma de echarle la culpa a los otros. Esta vez están solos y con todo el mundo mirándolos. Si fracasan, será un fracaso generacional, probablemente, lo último que necesita este país.

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