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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La economía española ante el riesgo de recesión global

La desaceleración mundial y las incertidumbres internas anuncian un otoño complicado

Raymond Torres
Contenedores en el puerto de Valencia, el pasado mes de noviembre.
Contenedores en el puerto de Valencia, el pasado mes de noviembre. Mònica Torres

Mientras que en la primera parte del año la economía española mantenía un sólido crecimiento, especialmente en comparación con el resto de Europa, empiezan a aparecer claras señales de debilitamiento. El sector exterior se resiente de la desaceleración mundial. Ante la contracción de los intercambios internacionales —un fenómeno sin parangón desde la Gran Recesión—, las exportaciones apenas avanzan a un ritmo anual del 1,1%, casi la mitad que las importaciones (datos hasta junio, respecto al mismo periodo de 2018). Los ingresos del turismo registran un leve aumento, que no compensa el mediocre resultado de las ventas de bienes en el extranjero.

La novedad viene de la inversión directa extranjera, que registra un fuerte frenazo. Según los datos de balanza de pagos, apenas entraron 7.600 millones de euros en el primer semestre, frente a 36.700 millones un año antes. En un movimiento inverso, se incrementa la entrada de capital financiero, que incluye la inversión en bonos, acciones y otras operaciones de cartera.

La demanda interna aguanta mejor, pero no es inmune a la desaceleración. El consumo de las familias resiste, en parte gracias al suplemento de poder adquisitivo que genera la moderación de los precios. Sin embargo, la creación de nuevos puestos de trabajo, una variable que en nuestro país mantiene una relación estrecha con el gasto de las familias, pierde impulso, algo que augura unos resultados menos favorables para la segunda parte del año. Por otra parte, hasta fechas recientes, el consumo público también se mostraba boyante. No obstante, la prórroga presupuestaria, a la que se superponen las limitaciones inherentes a un gobierno en funciones, ejercerá su efecto restrictivo sobre el gasto de las Administraciones públicas durante los próximos meses.

La inversión empresarial es, sin duda, la más vulnerable ante el súbito cambio de tendencia. Las condiciones financieras para invertir son inmejorables, habida cuenta de los excedentes de las empresas y de la disponibilidad de crédito bancario a coste irrisorio. El problema radica en las incertidumbres por el contexto global y la imprevisibilidad del marco regulatorio, tras varios años de interinidad política. La previsibilidad de las políticas públicas es crucial para la toma de decisiones que condicionan el futuro económico, como la ampliación de capacidad productiva, la apertura de un negocio o la creación de empleos estables. Esto es especialmente relevante en un contexto de revolución tecnológica, de cuestionamiento de la mundialización y de transformación del modelo energético.

La industria está en primera línea de esos cambios de paradigma. Los principales indicadores, como la cartera de pedidos o el índice PMI de gestores de compra, apuntan a un declive industrial preocupante, que se extiende desde el automóvil a otros sectores. La actividad en los servicios de mercado, que son los más intensivos en empleo, es más resiliente frente a los vientos adversos, pero la probable moderación de la demanda interna acabará por pasar factura.

En suma, la economía española se comporta mejor que otras de nuestro entorno ante el inquietante enfriamiento de la economía mundial, pero no es inmune. Parece difícil que el crecimiento supere el 2,2% previsto para este año, y podría caer por debajo del 2% para el próximo ejercicio. Se espera que el BCE anuncie próximamente una bajada de tipos de interés, así como una nueva ronda de compra de títulos de deuda pública y corporativa. Sin embargo, su impacto sobre la demanda interna será muy limitado, además de generar riesgos sobre la estabilidad financiera. La eventualidad cada vez más probable de un Brexit sin acuerdo en menos de dos meses, y la intensificación de la escalada arancelaria entre EE UU y China, que podría desembocar en una guerra de monedas, hacen temer nuevas turbulencias, todo ello en un contexto interno que deja poco margen de reacción para las políticas públicas. Un otoño que se anuncia complicado para la economía española.

Raymond Torres es director de Coyuntura en Funcas. En Twitter: @RaymondTorres

Deuda

Ante las incertidumbres económicas y la perspectiva de una relajación de la política monetaria del BCE, los inversores incrementan su demanda de títulos de deuda pública. Fruto de ello, el Tesoro consigue financiación en condiciones cada vez más favorables. La rentabilidad de los bonos a 10 años roza el 0,10%, mínimo absoluto, mientras que cerca del 60% del total de deuda emitida cotiza en terreno negativo. Las últimas colocaciones, de letras a tres y seis meses, se realizaron a tipos de interés inferiores al -0,5%, y la demanda resultó cuatro veces superior al monto adjudicado.

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