¿Por qué los defectos de la UE son en realidad virtudes?
La Unión tiene mecanismos que obligan a los matices y al consenso entre aquellos que son diferentes pero tienen denominadores comunes muy importantes: populares, socialistas, liberales e incluso verdes
Alcanzar el acuerdo del Consejo Europeo sobre las principales responsabilidades institucionales de la UE no ha sido fácil, pero finalmente se ha conseguido en tiempo y forma. Esa es sin duda la primera valoración que debe hacerse del resultado de las intensas jornadas vividas esta semana en Bruselas. Basta imaginar que tal acuerdo no se hubiera materializado para calibrar la crisis que se ha evitado.
Es verdad que la candidata a presidir la Comisión Europea no estaba entre aquellos que acudieron a las urnas a finales mayo en nombre de sus partidos pidiendo el voto para después ocupar esa responsabilidad. Pero no es menos cierto que la alemana Ursula von der Leyen pertenece a la formación que ganó las elecciones europeas como primera minoría. Además, el Tratado de Lisboa heredó de la Constitución Europea un artículo que establece que, a la hora de proponer al Parlamento Europeo un nombre para encabezar la Comisión, el Consejo Europeo debe tener en cuenta el resultado de aquellos comicios.
Pero eso no significa que deba tomarlos como criterio único o que lo haga de forma literal. De ahí que los socialistas, aun habiendo quedado segundos, se sintieran legitimados con razón para reclamar el puesto. Conclusión: si la Eurocámara quiere que se acepte su interpretación estricta del Tratado bien haría en promover la reforma constitucional correspondiente.
Otro asunto ha sido el de la orientación política de las responsabilidades. Muchos esperaban que los conservadores dejaran de tener en sus manos la presidencia de la Comisión Europea como vía para dar un giro a las políticas comunitarias. Es evidente que las personas son las que hacen política, pero es imposible imaginar que el color de quien ejerza ese cargo cambie por definición la dirección del Colegio de Comisarios. Por la sencilla razón de que tanto el programa político como el legislativo de la Comisión son necesariamente una transacción de todas las visiones que conforman aquel Colegio.
Bajo la presidencia de una conservadora alemana será posible que la austeridad por la austeridad pase a mejor vida, que el cambio climático se sitúe como prioridad de las prioridades y que la UE siga avanzando en su profundización política. La Unión tiene mecanismos que, a diferencia de lo que ocurre en sus estados miembros, obligan a los matices y al consenso entre aquellos que son diferentes, pero tienen denominadores comunes muy importantes: populares, socialistas, liberales e incluso verdes.
Conviene en ese sentido no olvidar algo difícilmente compatible con la urgencia informativa: la UE es una construcción de derecho que tiene normas propias de una república parlamentaria en la que el presidencialismo está bastante fuera de lugar. Sí, claro, es importante ser presidente de esto o de aquello, pero, a la hora de adoptar decisiones, más allá de la función propositiva, mediadora y representativa (empezando por la obligación de rendir cuentas), las instituciones son muy colectivas y responden a una dirección colegiada en todo el proceso de toma de decisiones por encima de quien las encabeza.
Pedro Sánchez ha vuelto a jugar un papel protagonista, concretado con éxito en la sólida candidatura de Josep Borrell a convertirse en Alto Representante
Como tampoco debe olvidarse que la UE es una unión política no perfecta en la que el Tratado reserva a los Estados miembros un papel fundamental en muchos terrenos, como el de proponer candidatos a las altas responsabilidades. La mayoría cualificada en el Consejo Europeo está pensada para promover el consenso y evitar el bloqueo por parte de uno o dos países, pero no para imponerse sobre más Estados, porque las consecuencias de hacerlo serían simplemente devastadoras. De todo ello podemos sacar una conclusión: el resultado del Consejo Europeo es positivo en términos generales y responde al actual grado de desarrollo constitucional de la UE.
Muchos verán en la ausencia de un automatismo electoral para proponer candidatos a presidir la Comisión, en el fuerte papel de los países miembros, en la prevención ante el uso de la mayoría cualificada, en la intensa colegialidad de sus instituciones, e incluso entre la carencia de una radical diferenciación entre partidos, grandes defectos de la Unión que tendrían que ser corregidos para actuar más rápidamente. Pero también todas esas situaciones se pueden considerar virtudes de la construcción europea porque garantizan su solidez -basada en el consenso o en acuerdos muy amplios-, elevan la implicación y previenen el desentendimiento de los socios comunitarios en las decisiones de Bruselas, evitan el error porque muchos ojos ven más y mejor que dos, y priorizan el ser europeo por encima -pero no al margen- de las diferencias ideológicas.
En ese marco, España, con su presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha vuelto a jugar un papel protagonista que no ejercía desde hacía muchos años. Un papel protagonista y constructivo -porque hubo épocas en que ese papel se interpretó, sí, pero para dividir y vetar: Aznar- capaz de adelantar propuestas y forjar acuerdos en nombre de una familia política entera a la vez que defendiendo su papel nacional en el entramado comunitario, concretado con éxito en la sólida candidatura de Josep Borrell a convertirse en Alto Representante y vicepresidente de la Comisión Europea.
Por todo ello, como europeístas españoles, podemos estar satisfechos. Aunque queda mucho camino por recorrer para culminar la unión política federal.
* Carlos Carnero es director gerente de la Fundación Alternativas y ex eurodiputado
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