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Columna
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Empresas con propósito (y rentabilidad)

Los despidos masivos son, en muchos casos, la solución fácil adoptada por malos directivos, bien pagados

Antón Costas
Rafael Ricoy

¿Deben los directivos tener como único objetivo de sus empresas aumentar la riqueza de sus accionistas, o han de considerar a otros actores (stakeholders) interesados en la sostenibilidad a largo plazo de la empresa: empleados, proveedores, clientes, comunidad en que se inserta la empresa? De la respuesta a esta cuestión no sólo depende el futuro de la empresa, sino también de la sociedad y la democracia, porque no son piezas aisladas.

La visión dominante es la “doctrina Friedman”, en recuerdo del conocido economista norteamericano Milton Friedman: “El único propósito social de las empresas es aumentar sus beneficios” (“the one and only social purpose of business is to increase its profits”).

La rentabilidad es indispensable, dado que sin ella no se pueden perseguir otros objetivos ni hacer sostenible la empresa. Pero la derivación de esta doctrina consistente en “maximizar el valor para los accionistas” está detrás de los escándalos corporativos de las últimas décadas. No sólo escándalos en el sector financiero y bancario, sino en sectores industriales y de servicios. Escándalos que incluyen la proclividad de algunos altos directivos y gobiernos corporativos a abordar los necesarios cambios y ajustes empresariales mediante despidos masivos que, en muchos casos, son la solución fácil adoptada por malos directivos, bien pagados.

Es tentador pensar que estos escándalos son casos aislados, debidos a negligencia profesional o corrupción. Pero como analizaba con acierto hace poco The Economist, un medio nada sospechoso de veleidades anticapitalistas, no es así, sino que se trata de una práctica que se ha convertido en una enfermedad del capitalismo contemporáneo. Y como tal hay que tratarla.

Directivos y empresarios han de reconocer que esos escándalos y la búsqueda de la rentabilidad mediante soluciones que hacer recaer el coste sobre los empleados y la comunidad están detrás del malestar social. La frustración causada por los salarios estancados, las elevadas retribuciones y pensiones de los directivos, los despidos masivos, el miedo a los efectos de la tecnología sobre el empleo y la incertidumbre respecto al futuro están avivado el resentimiento y la ira de la población. La derivada política de ese malestar social es el populismo, el nacionalismo y la xenofobia.

No estoy planteando una causa general contra las corporaciones. Sin duda, han hecho grandes contribuciones a la prosperidad y al crecimiento. Pero hoy se las asocia al aumento de las desigualdades sociales y al deterioro de las comunidades locales. Las corporaciones no han estado a la altura de lo que se esperaba.

Pero no todo es negativo. Por un lado, la ecología del capitalismo es variada. Como en la selva, hay depredadores, pero también actores cooperadores que buscan conciliar el interés particular con el interés general. Hay, además, movimientos de renovación moral, tanto desde dentro del capitalismo como desde fuera. Me sorprende gratamente ver como los conservadores británicos debaten sobre “el buen y el mal capitalismo”. Y ver como desde ámbitos académicos, en algunos casos muy próximos al liberalismo económico, como la escuela de economía de Chicago, se defiende la reinvención de las corporaciones para “salvar al capitalismo de los capitalistas”.

La sociedad, angustiada por la incapacidad de los gobiernos para dar soluciones adecuadas, vuelve la vista hacia las empresas esperando que aborden asuntos sociales y económicos apremiantes como el cambio climático, la desigualdad de género y racial, la formación de los trabajadores o la prosperidad de las comunidades en que las empresas desarrollan sus actividades.

Necesitamos directivos con liderazgo capaces de responder a las demandas de los “stakeholders” para incorporar asuntos sociales y políticos sensibles que hasta ahora estaban fuera de sus modelos de gestión. Necesitamos un nuevo contrato social de la empresa que permita ver estos objetivos sociales no como una carga que penaliza la rentabilidad sino como una vía para fortalecer el compromiso de los empleados y la comunidad con la empresa. Una encuesta de la consultora Deloitte a los “milenials”, que constituyen el 35 % de la fuerza laboral, dio como resultado que un 63 % quiere trabajar en empresas cuyo propósito sea “mejorar la sociedad” y no sólo “generar rentabilidad”.

Este propósito, en palabras de Larry Fink, fundador y presidente de BlackRock, uno de los mayores fondos de inversión del mundo, “no es un simple eslogan o una campaña de marketing, es el motivo fundamental de la existencia de la empresa, lo que esta hace todos los días con el fin de crear valor para sus stakeholders (...). El propósito no es únicamente la búsqueda de la rentabilidad, sino la fuerza que impulsa a lograrla”.

Se trata de cambiar el principio de “maximizar el valor para los accionistas” por el de “maximizar el valor para la sociedad”. Hay muchas empresas que ya han incorporado ese propósito social a sus modelos de negocio. Y son muy rentables. Las necesitamos para construir una sociedad decente y una democracia estable.

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