Brasil, otro avance más del modelo antiliberal
Hace apenas 33 años las calles del país sudamericano festejaban el fin de la larga dictadura militar, hoy celebran el triunfo de un candidato que rememora con simpatía el periodo dictatorial
Hace apenas 33 años las calles de Brasil celebraban el fin de la larga dictadura militar. Hoy, celebran el triunfo de un candidato a presidente que rememora con simpatía el periodo dictatorial y solo critica que no se hubiese ensañado aún más con los izquierdistas.
Entre un punto de la historia y otro, Brasil ha vivido periodos de intenso cambio social, entre ellos 13 años de gobiernos del Partido de los Trabajadores (PT) liderado por la figura de Lula Da Silva. La buena situación económica de los países latinoamericanos, mientras que Estados Unidos y en especial la UE atravesaron una de las crisis más duras de su historia, dieron lugar a una política expansiva de gasto social que consiguió importantes avances en materia de disminución de la pobreza y otros indicadores de desarrollo. Brasil se convirtió en un referente de programas sociales como ‘bolsa Familia’ pero también de exitosos avances en la participación social que hoy en día imitamos en Europa.
Cabe por tanto preguntarse, qué pasó para que un país que parecía transitar por una senda de desarrollo de corte social, acoja como su nueva promesa de futuro a un exmilitar, machista, homófobo, con claros tintes racistas y que promueve soluciones de mano dura y el neoliberalismo económico para Brasil.
El voto de Bolsonaro ha sido esencialmente blanco y de sectores medios y altos, su campaña se basó en la movilización de mensajes extremistas a través de las redes
Los enormes escándalos de corrupción que han acabado con el PT parecen una respuesta obvia a esta pregunta. Sin embargo, solo el castigo al anterior Gobierno no explica un giro tan radical. Las explicaciones son complejas, y entre ellas pesa la poca sostenibilidad de los avances sociales, el fin del ciclo de auge y la vulnerabilidad económica, pero fundamentalmente hay que tener en cuenta aquellas razones que se asientan en la estructura social.
El voto de Bolsonaro ha sido esencialmente blanco y de sectores medios y altos, su campaña se basó en la movilización de mensajes extremistas a través de las redes y, sobre todo, tuvo unos enormes amplificadores a través de la iglesia evangélica, a la cual pertenecen hasta un 20% de los brasileños. Brasil es un país roto que ha perdido el pudor a quejarse y pedir dureza con sectores a los cuales el discurso ultraderechista sitúa como causantes del atraso: los indígenas, los negros, los pobres e incluso las mujeres.
Bolsonaro va a tener que enfrentarse a algunas dificultades para gobernar. Su presencia en el legislativo no le asegura el control de las votaciones, lo cual puede alimentar sus impulsos antidemocráticos, pero sobre todo va a enfrentarse con una gran parte de la sociedad. La defensa a ultranza de la propiedad le enfrentará con el histórico movimiento de los Sin Tierra; su desdén a los acuerdos contra el cambio climático y en contra de la protección del Amazonas lo llevarán a enfrentarse con los pueblos indígenas y sus pretensiones de política de seguridad de mano dura crearán una enorme tensión con los sectores marginalizados. El coste humano va a ser alto, sin duda.
Mientras luche con los frentes internos de oposición social contará con la simpatía de EEUU, lo cual sin duda le hará fuerte en algunas de sus posturas, aunque también revelará la debilidad de otras que tienden al neoliberalismo frente a la postura proteccionista de Trump. Aunque es probable que la simpatía mutua determine una renovación de la relación entre EEUU y América Latina en el marco del nuevo ciclo político radical.
Este resultado electoral es una más de las alarmantes consecuencias de la crisis de la democracia liberal y fortalece un movimiento internacional cuya amenaza debe señalarse sin matices. Pero, a su vez, también revela algunas de las causas que explican esta tendencia: procesos de ruptura social alimentados por la desigualdad; el deterioro de los sistemas educativos y de los proyectos cívicos; los terribles efectos de la corrupción en el descrédito del sistema y la pasmosa complicidad de élites supuestamente liberales que han permitido e incluso alimentado el auge de los discursos radicales de la postverdad, siempre y cuando esto evitara el cuestionamiento real a las estructuras del poder y de la representación.
Brasil es hoy uno más de los puntos de avance de un proyecto radical basado en lecturas parciales y tendenciosas de la realidad. La limitación del espacio de lo público a categorías binarias y su despolitización es una muestra más de que la historia no siempre avanza hacia adelante.
(*) Érika Rodríguez es coordinadora de América Latina de la Fundación Alternativas y doctora por la Universidad Autónoma de Madrid
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