La guerra estratégica por el paso helado del norte
La búsqueda de una ruta por el norte hacia Asia ha sido una obsesión desde hace siglos
Groenlandia, el gigantesco territorio helado situado en el Atlántico norte y la isla más grande del mundo, se quedó sin habitantes en la prehistoria por motivos que siguen siendo un misterio. También se ha especulado mucho sobre las razones que llevaron a la desaparición de las colonias vikingas que se establecieron en el sur de la isla en torno al siglo X y que se habían desvanecido cuando llegaron navegantes nórdicos en el siglo XVIII. Cuando el misionero noruego Hans Egede, que había navegado hasta allí en el barco La Esperanza para convertir a aquellos habitantes de los que nadie había tenido noticias en 200 años, preguntó a los escasos inuits dónde estaban los vikingos, se limitaron a enseñarle las ruinas de una civilización que duró 500 años y que se desvaneció derrotada por el clima.
El mundo del hielo puede resultar remoto y misterioso, pero es sobre todo despiadado. El frío ha engullido multitud de expediciones, aunque la humanidad nunca ha dejado de buscar un camino al otro lado del mundo a través del norte, el mítico paso del norte, que permite llegar desde el Atlántico a Asia sin atravesar por los canales de Suez o de Panamá, con una importante ganancia de jornadas de viaje. El escritor y periodista Javier Reverte acaba de publicar Confines (Plaza y Janés), un libro en el que relata sus propios viajes por el Ártico y la Antártida. Reverte recuerda, además, la enorme cantidad de expediciones que partieron en busca del Polo Norte, que arrancaron en el siglo XVII con Henry Hudson. Exploradores como John Franklin —que desapareció junto a otros 129 marinos en 1847 aunque su barco, el Terror, no fue descubierto hasta 2016—, Charles Hall o George Washington de Long dejaron su vida en el hielo.
El título de uno de los relatos de aquellas expediciones refleja lo que se encontraron aquellos primeros exploradores: En el país de la muerte blanca, del ruso Valerian Ivánovich Albanov, que a principios del siglo XX logró sobrevivir de milagro a una expedición imposible. "Toda esa tortura no es más que una retribución merecida. No debería uno meter las narices donde la naturaleza no desea la presencia del hombre", escribió Albanov, que se alimentaba de carne de foca y de oso polar (aunque descubrió que el consumo de su hígado puede resultar mortal por el exceso de vitamina A).
Aquellos pioneros buscaban algo más que la fama. Se trataba ante todo de una carrera que tenía un enorme interés estratégico y que todavía no ha acabado. Este martes se conoció que la empresa danesa Maersk, una de las mayores navieras del mundo, va a enviar un buque portacontenedores por la ruta del Mar del Norte, que atraviesa el Ártico. El objetivo es evaluar una posible utilización comercial de esa ruta, hasta solo utilizable en verano. Los recursos minerales que pueda esconder el Ártico no son nada comparados con la posibilidad de navegar sus aguas. Al final, tal vez la humanidad logre derrotar al paso del norte, aunque se trate de una victoria pírrica, porque significaría que el cambio climático ha llegado a un punto de no retorno. Esa tierra que no desea la presencia del hombre solo podrá ser domada por el deshielo. Como aprendió casi dejándose la vida Albanov, es mejor dejar en paz al desierto de hielo.
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