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El arte busca nuevos héroes

El sector se concentra en torno de megagalerías que ponen en riesgo a los marchantes jóvenes

Subasta de 'Past Times', de Kerry James Marshall, en la galería Sotheby's.
Subasta de 'Past Times', de Kerry James Marshall, en la galería Sotheby's.
Miguel Ángel García Vega

El mercado del arte siempre busca campos base. Lugares desde donde atacar la cumbre. De ahí que sea capaz de abrir vías en espacios que semejan paredes. Persigue, incansable, nuevas rutas hacia el dinero. Las subastas de arte moderno, impresionista y contemporáneo de mayo en Nueva York dejaron en su semana central unas ventas de 1.900 millones de dólares (1.700 millones de euros). Una cifra que para este mundo es como alcanzar cinco ochomiles en invierno. Entre el 16 y el 18 de ese mes Sotheby's, Christie's, Phillips y Bonhams ofrecieron más de 1.000 obras solo en contemporáneo y postguerra. Un atracón que el mercado ha encajado con la naturalidad de un millonario en una tienda de Prada.

Pero de esa lujuria de dinero y primavera se pueden extraer varias conclusiones. Los coleccionistas apuestan por el arte africano y en especial los artistas afroamericanos. En mayo se vendieron ocho obras de Kerry James Marshall que superaron los 33 millones de dólares. El rapero Diddy desembolsó 21,1 millones para quedarse con el lienzo Past Times (1997). Récord del artista. Hace pocos años, una tela del pintor de Alabama podría comprarse a partir de 50.000 dólares en su galería Jack Shainman. Estos días sus óleos tienen lista de espera y resulta obligado rellenar un cheque de seis ceros.

La demanda es una fuerza de atracción poderosa por los trabajos de creadores de la negritud como Julie Mehretu, Basquiat, Mark Bradford, Adam Pendleton, Njideka Akunyili Crosby o Lynette Yiadom-Boakye. "Es cierto que estos artistas están rompiendo récords", refrenda, desde Miami, el coleccionista y filántropo Jorge Pérez. "Pero también lo es que lo logran gracias al respaldo de comisarios y galerías importantes. La opinión de esas personas tiene ahora más fuerza que nunca. Parece que, para comprar, el público necesita la aprobación de los expertos y de los creadores de mercado", ironiza. Es la evidencia de que el mercado es un animal gregario. Los precios medios en subasta del pintor afroamericano Kehinde Wiley se han duplicado (de 50.000 a 100.000 dólares) desde que Barack Obama lo escogiera para pintar su retrato oficial.

Ese patear caminos trillados es una de las señas de identidad, otra es la tensión entre lo nuevo y lo establecido. "El arte que entroniza el mercado es básicamente el que dictan los catálogos de Christie's y Sotheby's", critica el coleccionista Francisco Cantos. "Y la distancia, en términos de reconocimiento económico, entre los artistas que aparecen en sus páginas y el resto resulta abismal". Pero el mercado también necesita para completar esos catálogos nombres frescos que se sostengan a largo plazo. Los precios de algunos de los grandes creadores (Gerhard Richter, Frank Kline, Robert Motherwell o Calder) del arte de posguerra se han estabilizado. Por el contrario, los coleccionistas creen que muchas mujeres artistas están infravaloradas. Representan la nueva veta, el próximo filón.

La pintora británica Joan Mitchell (1925-1992) brilla como el oro. Hace pocas semanas su tela Blueberry (1969) se adjudicaba por el precio récord en subasta de 16,6 millones de dólares. Cumple la mística de los tiempos. Talento, una pintura "muy occidental" (expresionismo abstracto) y su legado está en manos de una de las galerías (David Zwirner) más poderosas del mundo. Además, en vida nunca consiguió el mismo reconocimiento que otros grandes expresionistas como Frank Kline o Willem de Kooning. El resultado es previsible. "Los historiadores están reconociendo la importancia de las mujeres en el expresionismo abstracto", defiende el marchante Andrew Terner en The New York Times. Tras la historia acude el dinero. Y no importa el género. Un pintor como Richard Diebenkorn (1922-1993), quien era un "segundo nivel" entre los escogidos del mercado, ya se remata por 24 millones de dólares. Es la incansable persecución de novedades. "Siempre estamos buscando canonizar nuevos héroes y llevarlos a otros niveles", admite el dealer londinense Ivor Braka.

Todas estas vidas cruzadas construyen el relato global del arte. Un espacio, resume Clare McAndrew, fundadora de Art Economics, que el año pasado movió 64.000 millones de dólares, que ha concentrado su actividad en el Reino Unido, Estados Unidos y China y que ve cómo las transacciones están dominadas por el segmento moderno y contemporáneo. Algo que hace 30 años era impensable. Un espacio impulsado por la venta de ese 1% de las obras que solo puede adquirir menos del 1% de la población del planeta. "Vemos precios multimillonarios por algunas piezas que no hubiéramos ni siquiera imaginado que fueran posibles. De todas formas, lejos de ese nicho prémium, el rendimiento general del mercado continúa siendo mixto", aclara la economista.

Hacia un oligopolio

Sin embargo, estos días el mercado del arte se comporta igual que las grandes compañías digitales. Unas pocas firmas de enorme tamaño controlan la mayor parte del negocio a costa de las firmas pequeñas y medianas. Galerías que representan a los creadores más rentables. El año pasado, únicamente 50 artistas coparon el 45% de las ventas en subasta y casi todos están representados por gigantes. "Se atraviesa una evidente polarización", alerta el coleccionista Juan Bonet. "Solo ganan dinero las grandes galerías mientras sufren las pequeñas y medianas. Los artistas que comienzan y de media carrera no pueden vivir del arte. Únicamente los creadores más comerciales y que trabajan con esos gigantes se hacen millonarios". Y todo este sistema es artificial. "Las galerías no venden si no van a ferias y los coleccionistas solo compran en estos espacios. El sistema está montado así, pero resulta inviable", advierte Bonet.

De repente, un raro sentido de culpa recorre esta peculiar industria. ¿Y si el éxito de las grandes galerías se ha construido a expensas de las pequeñas y medianas? David Zwirner, representante de esa élite, ha lanzado la idea de subvencionar la presencia de galerías más pequeñas en las ferias.

En esta lucha frente a la inequidad que existen en torno al arte, el coleccionista belga Alain Servais propone crear un sistema de traspasos similar al que existe en el negocio del futbol. Sí, por ejemplo, fichan un artista con éxito de una galería pequeña tendrían que abonar un canon. "Porque a menudo, las galerías jóvenes apoyan durante años el inicio de las carreras de algunos artistas solo para que cuando empiezan a despegar se marchen a otras más grandes. Por el momento no existe ningún mecanismo de compensación. Pero es una dirección que vale la pena explorar", apunta Marc Spiegler, director global de Art Basel. Y añade: "El problema es que muy pocos galeristas y artistas tienen algún tipo de contrato, lo que sería necesario para incluir esa prima por transferencia".

Suena lógico, y a la vez parece algo distante. "De todas las cosas malas que le pueden ocurrir a una galería mediana, que una grande fiche a uno de sus representados no es de las peores. Peor sería que bajara la calidad del trabajo o que desapareciera. Además, es un reconocimiento que puede atraer a otros coleccionistas a esa galería", defiende Carlos Urroz, director de Arco. Quizá sea cierto, pero esta injusticia ceba la inequidad del arte. "El mercado está dominado por un número muy pequeño y excepcional de individuos que producen las obras más vendidas y que ganan bastante más que el resto de sus compañeros de profesión, a menudo sin apenas diferencia en talento", zanja Clare McAndrew. El arte, diríase, de la desigualdad.

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Sobre la firma

Miguel Ángel García Vega
Lleva unos 25 años escribiendo en EL PAÍS, actualmente para Cultura, Negocios, El País Semanal, Retina, Suplementos Especiales e Ideas. Sus textos han sido republicados por La Nación (Argentina), La Tercera (Chile) o Le Monde (Francia). Ha recibido, entre otros, los premios AECOC, Accenture, Antonio Moreno Espejo (CNMV) y Ciudad de Badajoz.

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