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Columna
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El cinturón del óxido

Trump fusiona paso a paso su Gobierno con el de las empresas más importantes

Joaquín Estefanía
Donald Trump, durante su reunión con el presidente de Filipinas, Rodrigo Duerte, este domingo.
Donald Trump, durante su reunión con el presidente de Filipinas, Rodrigo Duerte, este domingo.Andrew Harnik (AP)

Donald Trump ha escogido como próximo presidente de la Reserva Federal (Fed), el banco central de EE UU, a un antiguo banquero de inversión. Ni rastro de puertas giratorias. Jerome Powell, que fue socio del grupo Carlyle (primera firma de capital de inversión del mundo), sustituirá en el puesto a Janet Yellen. Con ello, Trump rompe con la tradición de que el nuevo presidente mantiene al elegido por su predecesor. Quien ganó la Casa Blanca hace un año con un discurso antiestablishment se sigue rodeando para gobernar con lo más granado de la aristocracia financiera. Powell, como Trump, es partidario de suavizar las normas de regulación establecidas por Obama y Yellen para que no se pudiesen repetir los abusos e irregularidades que dieron lugar a la Gran Recesión. La zorra en el gallinero. Mejoran las condiciones para la captura del regulador.

Naomi Klein ha denominado a esta práctica “golpe de Estado corporativo”. Todo el mundo sabía que el programa de defensa a la clase trabajadora era un trampantojo. Lo que se ha hecho durante este tiempo ha sido fusionar el Gobierno con los intereses de algunas de las más importantes empresas. Exxon Mobile, a la secretaría de Estado, General Dynamics y Boeing, a la cabeza del departamento de Defensa. Y los chicos de Goldman Sachs, para todo lo demás. “El puñado de políticos de carrera a los que se ha puesto al frente de alguna agencia gubernamental parecen elegidos, bien porque no creen en la función básica de las agencias, bien porque directamente creen que la agencia no debería existir” (Decir no no basta, Paidós). Steve Bannon, el defenestrado estratega de Trump, lo confirmó: el objetivo es “la deconstrucción del Estado administrativo”. Y añadió: “Si te fijas en la lista de candidatos a un puesto en el Gabinete, han sido seleccionados por una razón, y es la deconstrucción”.

Se cumplen buena parte de los negros pronósticos que se hicieron. El ex corresponsal de EL PAÍS en EE UU en aquel momento, Marc Bassets, en un muy recomendable libro recién publicado (Otoño americano, Elba) corrobora las líneas centrales de lo que entonces se escribió y explica las causas del traumático paso del primer presidente negro en la historia norteamericana a un presidente supremacista y xenófobo.

Una de las causas de la presencia de Trump en la Casa Blanca fue el voto de los perdedores de la globalización en los Estados del llamado “cinturón del óxido” en el medio este del país, aquella zona que un día fue el corazón de la industria pesada. Allí es donde un trabajador le comenta que el trabajo de un persona es la última línea de defensa contra los peligros de la vida. Antes, los empleos industriales eran buenos empleos, el obrero estaba protegido por el sindicato, podía vivir una vida confortable, una vida de clase media. En muchos sitios ello ha desaparecido y los nuevos empleos, si existen, no ofrecen ni salarios decentes ni los beneficios de los antiguos.

Esta no es la única explicación sobre Trump, pero sí una de las más potentes.

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