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Tribuna
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La quimera del oro electrónico

Es un tremendo disparate pensar que al bitcoin se le permitirá alguna vez sustituir al dinero emitido por los bancos centrales

Maravillas Delgado

¿Es el bitcoin la burbuja más grande de la actualidad, o es una gran apuesta de inversión en la vanguardia de la tecnología financiera de la nueva era? Mi mejor conjetura es que a largo plazo, la tecnología que sostiene la criptomoneda va a acabar prosperando, pero que el precio del bitcoin se derrumbará. Si se lo había perdido, la cotización de la moneda ha subido un 600% en los últimos 12 meses y un 1.600% en dos años. Dado que su precio se sitúa por encima de los 5.000 dólares (cotización del 12 de octubre), una sola unidad de la moneda virtual ahora vale más de cuatro veces el precio de la onza de oro. Algunos fieles promotores y creyentes de bitcoin predicen que este precio llegará a niveles mucho más altos en los próximos años.

Lo que ocurra a partir de este momento dependerá mucho de cómo reaccionen los gobiernos. ¿Van a tolerar sistemas anónimos de pago que faciliten la evasión y el crimen? ¿Crearán sus propias monedas digitales? Otra pregunta clave es cómo los numerosos competidores de Bitcoin pueden penetrar en el mercado con sus propias "monedas alternativas" o "alt-coins".

En teoría, es sumamente fácil clonar o mejorar la tecnología bitcoin. Lo que no es tan fácil es duplicar el liderazgo establecido por Bitcoin en cuanto a credibilidad, así como el gran ecosistema de aplicaciones que se ha congregado a su alrededor. Por ahora, el entorno regulatorio permanece como uno de acceso libre para todos. El gobierno de China, preocupado por el uso de la criptomoneda en la fuga de capitales y la evasión fiscal, ha prohibido recientemente los intercambios de bitcoin. Japón, de manera diametralmente opuesta, ha consagrado el bitcoin como una moneda de curso legal, en un aparente intento por convertirse en el centro mundial de las tecnologías financieras, las llamadas fintech.

Estados Unidos está tomando pasos vacilantes para seguir a Japón en la regulación de las fintech, pese a que el desenlace aún está muy lejos de vislumbrarse con claridad. Es importante destacar que el bitcoin no necesita ganar cada batalla para justificar su precio altísimo. Japón, la tercera economía del mundo, usa muchísimo efectivo en sus transacciones (alrededor del 20% de la renta es líquida), por lo que el éxito del bitcoin en este país es un triunfo trascendental.

En Silicon Valley, los ejecutivos que se frotan las manos por recibir ganancias invierten a su vez en Bitcoin y en sus competidores. Después de Bitcoin, la moneda virtual más importante es Ethereum. La arrolladora ambición al estilo de Amazon que tiene Ethereum es permitir a sus usuarios emplear la misma tecnología general con el propósito de negociar y redactar "contratos inteligentes" para casi cualquier cosa.

A principios de octubre, la capitalización bursátil de Ethereum llegó al nivel de 28.000 millones de dólares, frente a los 72.000 millones de Bitcoin. Ripple, una plataforma propulsada por el sector bancario para reducir los costos de transacción para transferencias interbancarias y transferencias al extranjero, está en un distante tercer lugar, situándose en 9.000 millones. Detrás de estas tres primeras existen decenas de competidores que comienzan a alzar vuelo.

La mayoría de los expertos están de acuerdo en que la ingeniosa tecnología detrás de las monedas virtuales puede tener amplias aplicaciones para la seguridad cibernética, la misma que actualmente plantea uno de los mayores desafíos a la estabilidad del sistema financiero mundial. Para muchos desarrolladores, el objetivo de lograr un mecanismo de pagos más barato y más seguro ha suplantado la ambición de bitcoin de sustituir al dólar.

Sin embargo, es un tremendo disparate pensar que al bitcoin se le permitirá alguna vez sustituir al dinero emitido por los bancos centrales. Una cosa es que los gobiernos permitan pequeñas transacciones anónimas con monedas virtuales; de hecho, esto sería deseable. No obstante, es otra cosa completamente distinta que los gobiernos permitan pagos anónimos a gran escala, lo que haría que sea extremadamente difícil cobrar impuestos o contrarrestar la actividad delictiva. Por supuesto, tal como puntualizo en mi reciente libro sobre las monedas del pasado, del presente y del futuro, los gobiernos que emiten billetes con grandes denominaciones también corren el riesgo de contribuir a la evasión de impuestos y al crimen. Pero, al menos el efectivo tiene volumen, a diferencia de las monedas virtuales.

Será interesante ver cómo evoluciona el experimento japonés. El gobierno ha indicado que obligará a que los intercambios con bitcoin estén controlados con respecto a posibles actividades criminales; será obligatorio recopilar información sobre los poseedores de depósitos. Incluso así, uno puede estar seguro de que los evasores de impuestos de todo el mundo buscarán maneras de adquirir bitcoins anónimamente en el extranjero para luego lavarlos a través de cuentas japonesas. Llevar papel moneda dentro y fuera de un país es un coste importante para los evasores de impuestos y para los criminales; al adoptar las monedas virtuales, Japón corre el riesgo de convertirse en un paraíso fiscal al estilo de Suiza – con leyes de secreto bancario imbuidas en la tecnología.

Si al bitcoin se le despojara de su casi anonimato, sería difícil justificar su precio actual. Tal vez los especuladores de la criptomoneda están apostando a que siempre habrá un consorcio de países forajidos que permitan el uso anónimo de bitcoin, o incluso actores estatales como Corea del Norte que se aprovecharán de ella. ¿Caería el precio del bitcoin a cero si los gobiernos pudieran poner bajo una mira perfecta las transacciones? Talvez no. A pesar de que las transacciones de en la criptomoneda requieren de una cantidad exorbitante de electricidad, con algunas mejoras, el bitcoin podría aún superar las comisiones del 2% que cobran los grandes bancos en tarjetas de crédito y débito.

Por último, es difícil imaginar que es lo que podría impedir que los bancos centrales creen sus propias monedas digitales y usen la regulación para inclinar el terreno de juego a su favor, hasta que sean ellos los ganadores. La larga historia de la moneda nos dice que el sector privado es quien innova, y que el Estado, con el transcurso del tiempo, es quien regula y se apropia. No tengo ni idea sobre a dónde se dirigirá el precio del bitcoin durante los próximos dos años, pero no hay razón para esperar que la moneda virtual evite tener un destino similar.

Kenneth Rogoff es profesor de economía y políticas públicas en la Universidad de Harvard y fue economista en jefe del Fondo Monetario Internacional (FMI).

© Project Syndicate, 2017.

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