Guetos de turistas que suben los precios
En zonas céntricas y playas, arrendar a visitantes es más rentable que a residentes, lo que expulsa a los locales
Los alquileres de viviendas para uso turístico tienen tantos detractores como defensores. En algunos casos, esta dualidad se da sobre la misma persona. “Siempre que viajo uso este tipo de alojamientos y mi experiencia es muy buena. Es cierto que nunca pienso en cómo afecta al lugar al que visito, aunque en el centro de Madrid, donde vivo, los alquileres se han disparado por el uso de estas plataformas”, reconoce la madrileña Ana Alonso. Un estudio elaborado con datos oficiales y de Airbnb muestra que los ingresos que obtienen los propietarios con el alquiler turístico son hasta cuatro veces superiores al del alquiler residencial. Según otro informe de Fotocasa, el 66% de los propietarios que han logrado alquilar su piso a los turistas creen que han tenido éxito gracias a la ubicación, en su inmensa mayoría céntrica o en la playa.
Uno de los alicientes de ir de vacaciones y alquilarle la casa a un residente es que se puede saborear la ciudad como un local. Pero a cambio, son precisamente los residentes locales los que se llevan la peor parte del auge de esta forma de viajar: los alquileres suben, los comercios comienzan a adaptarse a las necesidades de los turistas y en los edificios, los vecinos conviven con extraños que entran y salen sin orden.
El descontento entre los residentes de los barrios de moda crece. Pero cuando ellos se convierten en turistas, cada vez más, también usan estos servicios. Es el caso del pacense Lorenzo García, de 25 años, que se hospedó por primera vez la semana pasada en un apartamento que se alquilaba a través de Airbnb en Toledo. “Comparamos precios y merecía más la pena el apartamento. Estaba nuevo y en el centro. La experiencia ha sido fantástica. No sé qué dice la ley, pero todo parecía legal”, explica García.
Sindicatos de inquilinos en Madrid y Barcelona
Con fuertes subidas del precio del alquiler en 2016, Madrid (15,6% de aumento, según Idealista) y Barcelona (16,5%) han asistido esta semana a la presentación de una iniciativa que existe en otras ciudades europeas, pero que hasta ahora en España había pasado de puntillas: el Sindicato de Inquilinos. Los responsables de la agrupación aseguran que, por una cuota de afiliación de 30 euros al año, ofrecerán asesoramiento y defensa a quienes viven de alquiler. Reclamarán a las administraciones que haya un control de las rentas o contratos más estables que los tres años que fija la LAU (Ley de Arrendamientos Urbanos). En Barcelona, los impulsores son entidades y plataformas por el derecho a la vivienda. “Hemos dicho basta, si los propietarios siempre han estado organizados, es hora de que los inquilinos también lo hagamos. En Barcelona somos 200.000 familias y si nos organizamos podemos conseguir un cambio histórico”, afirmó Jaime Palomera, uno de los portavoces.
El Ayuntamiento de Barcelona cree que los alquileres turísticos se han convertido en un problema para la convivencia vecinal. “Es una actividad corrosiva para el derecho a la vivienda y a vivir en los barrios, porque impacta en los precios del alquiler y expulsa a los vecinos”. Con esta contundencia se expresaba el pasado jueves la concejal de Urbanismo, Janet Sanz.
El Gobierno de Ada Colau, para combatir este fenómeno, ha aumentado el número de inspectores para cerrar los pisos sin permiso. Barcelona multó a Airbnb por no retirar la oferta ilegal de su portal. Los pisos deben tener una licencia. La ciudad condal, ante el exceso de alojamiento, dejó de otorgar nuevos permisos en 2014 y la oferta quedó en 9.600 pisos. Y sin embargo, además de estos, hay 6.275 pisos turísticos que no tienen licencia, el 40% del total, según un estudio encargado por el Ayuntamiento.
La supervisión y el control de las casas en alquiler no es fácil. Sobre todo en los casos en que se ofrece solo una parte de la vivienda en la que reside el arrendador. La madrileña Ana Alonso ha alquilado en varias ocasiones solo una habitación en sus viajes. Una de ellas fue en Dubrovnik (Croacia). “Los caseros fueron muy amables y nos recomendaron sitios que no aparecen en las guías. Además, el precio, en comparación con los hoteles, era mucho menor”, defiende. Es el encanto de los anfitriones locales. La cuestión es si sus vecinos estaban tan contentos.
Estudios enfrentados
En Idealista, su cofundador y jefe de estudios, Fernando Encinar, admite que el alquiler turístico ha impactado en los precios: “Pero no es la única causa”, insiste. Cita también un mercado que ha permanecido “hibernando”, con los precios congelados durante la crisis; o la influencia de profesionales cualificados que llegan a las ciudades y pueden pagar más. “El alquiler turístico impacta en determinadas zonas, como en Lavapiés en Madrid o La Barceloneta, en Barcelona, pero en la mayoría de ciudades no es el principal factor de las subidas”.
Las universidades también analizan el fenómeno. El investigador de la Universidad de Lisboa Agustín Cócola reveló en su tesis Apartamentos Turísticos, Hoteles y Desplazamiento de Población que en el barrio Gótico de la capital catalana más de la mitad de los edificios tienen pisos turísticos. Cócola está organizando un congreso en la Universidad de Leeds donde participarán diez ciudades con trabajos que sí culpan al alquiler turístico de las subidas, aunque apunta otras causas, como los contratos que al renovar suben de precio o la irrupción de inversores extranjeros.
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