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Adiós a 80 años de secreto bancario

Suiza se prepara para compartir datos bancarios a través de un acuerdo de intercambio automático de información con un centenar de países

Fachada de la sede del banco suizo UBS en Zurich.
Fachada de la sede del banco suizo UBS en Zurich.A. Wiegmann (REUTERS)

Desde el pasado 1 de enero, los bancos suizos han comenzado a recopilar información sobre las cuentas de sus clientes extranjeros para empezar a arrojar algo de luz sobre un sistema bancario opaco, que se mueve desde hace casi ochenta años en una densa niebla que ha permitido ocultar grandes patrimonios al fisco de los países del resto del mundo.

Suiza acordó en 2014 sumarse al proceso de intercambio automático de información financiera y fiscal que impulsó la OCDE. Un protocolo que entra en vigor este año y que obligará a partir de 2018 a intercambiar los datos bancarios con el centenar de países que lo han suscrito. Un paso que acabará con el legendario secreto bancario suizo. Concluirá así un sistema que ha permitido al país helvético acaparar el 25% del patrimonio extranjero en las arcas de algunos de sus más de 250 bancos de Ginebra y Berna.

Con este sistema quedarán atrás casi ochenta años de opacidad, de un sistema que permitía la elusión fiscal y garantizaba la seguridad y el anonimato a millonarios y poderosos de todo el mundo. Suiza comenzó a convertirse en paraíso fiscal a mediados de los años 20 del siglo pasado cuando Francia estableció un impuesto sobre la renta de hasta el 75% para combatir los efectos de la Gran Recesión. Al mismo tiempo, se produjo una fuga de capitales de Alemania para evitar pagar por las reparaciones de la Primera Guerra Mundial, según relata Nicholas Shaxson en un formidable libro sobre los paraísos fiscales (Las islas del tesoro). Pocos años después, las autoridades suizas aprobaron, en 1934, la Ley de Banco, que regulaba el secreto bancario y castigaba su violación. Entre 1920 y 1938, el patrimonio extranjero depositado en los bancos se multiplicó por diez, según cuenta Gabriel Zucman en La Riqueza oculta de las Naciones.

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Hoy el sector financiero suizo es de los más prósperos del mundo. Sus entidades han extendido sus tentáculos por todo el planeta. Y están preparadas para la transición hacía la transparencia fiscal. Aunque el acuerdo impulsado por la OCDE permite algunas condiciones. La entrega de los datos será confidencial y solo puede usarse a efectos fiscales. Hasta ahora, Suiza solo compartía información sobre cuentas si se lo solicitaban países con quienes tuviera firmados convenios de doble imposición, pero ni siquiera en esos casos la cooperación era fácil y fluida. Jueces e inspectores de Hacienda en España se quejan de las trabas burocráticas que encuentran cuando piden a Suiza información sobre las cuentas de españoles.

Los grandes bancos suizos hicieron lo imposible por evitar el mal trago. ¿Cuáles son sus estrategias para que el negocio siga adelante? Myret Zaki es autora de varios libros sobre la banca suiza y las finanzas opacas. Esta economista, directora de la revista económica Bilan, explica a EL PAÍS que “el mercado de banca privada (reservado para clientes con grandes patrimonios) se desplaza ya hacia zonas de jurisdicción anglosajona”. Y precisa: “A saber: Londres, el Caribe, Hong Kong o Singapur. Entornos donde impera el derecho anglosajón. El sector necesita de privacidad y estricta confidencialidad, que la plaza financiera suiza ya no puede proveer”.

Cambios para los empleados

Las consecuencias de la nueva situación que vive la banca suiza son palpables. Lukas Hässig, especialista en información económica y autor del popular blog Inside Paradeplatz, comenta: "El fin del secreto bancario va a ser muy duro para Suiza y la gente que trabaja en el sector. Para sobrevivir, nuestros bancos necesitan ofrecer mejores servicios al cliente: más rentabilidad y mejor consejo. El gran problema es que los bancos suizos no parecen tener mejor estrategia que la de desplazar todos los sectores no esenciales del negocio a países con menor coste salarial".

El mayor gasto de los bancos es la suma de salarios y servicios informáticos, que puede llegar hasta el 80%. “Lo caro es la gente”, sentencia el bloguero. “Por ello, intentan reducir la masa salarial externalizando servicios y contratando recién graduados. Por ejemplo, UBS se está instalando en Frankfurt”. Y añade: “El ingreso medio en Suiza es de unos 8.000 euros mensuales. Para un suizo irse a trabajar a Alemania con un salario peor será difícil. Y como en todos los sectores, los mayores de 50 años son los grandes perdedores de este juego”, concluye Hässig.

Un reciente estudio de la consultora internacional Boston Consulting Group muestra que el patrimonio derivado hacia territorios offshore —Islas Vírgenes, Hong Kong y Singapur, principalmente— ascendía a finales de 2015 a 10 billones de dólares. “Suiza sigue siendo el destino más grande para la riqueza offshore —en refugios fiscales— en 2015, manteniendo casi un cuarto de todos estos activos en el mundo”, señala la consultora, que explica cómo los bancos suizos tienen filiales en estos territorios.

Según Saki, la razón última de esta estrategia reside en que el marco jurídico anglosajón asegura dicha privacidad, gracias a estructuras como los trusts. “Son herramientas que Suiza puede manejar perfectamente, aunque no desde su territorio nacional en las circunstancias actuales”, indica. “Puede afirmarse que la banca privada ha dejado de existir en Suiza tal y como la conocíamos, y que se acabaron las cuentas numeradas secretas; especialmente para los nacionales de países de la UE, como España. Ahora, los grandes bancos se han volcado en el asset management, o gestión patrimonial, sobre todo a nivel institucional. Por ejemplo, fondos de pensiones que necesitan preservar su rentabilidad”.

De hecho, Suiza mantiene importantes fortalezas, como la robustez del franco suizo que sirve de moneda refugio. “Sin duda, el franco suizo se ha convertido en una inversión muy interesante”, afirma Saki, economista de origen egipcio. Se calcula que en estos momentos en Suiza hay activos privados extranjeros por valor de unos 850.000 millones de euros, la mitad de lo que había antes de la guerra fiscal que enfrentó a Suiza con EE UU desde 2009.

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