Janet Yellen, independiente y transparente
Las decisiones de ayer, referencia de la banca central ante su secuestro por los Gobiernos
Las decisiones de este miércoles de la Fed acarrean un doble interés. Por sí mismas —su tamaño manejable—, por el calendario pausado en que se han adoptado —tras un año desde el primer alza de tipos—, por sus efectos previsibles en los mercados: en parte ya descontados.
Desde esa óptica, el formato de la política monetaria adaptativa de Bern Bernanke/Janet Yellen (recuerden que esta fue copiloto de aquél) se ha basado en tres compases. A saber, rapidez en el despliegue de estímulos a la demanda cuando amenazaba la recesión; perseverancia en ampliarlos, para afrontar el estancamiento; y prudencia a la hora de levantarlos para no estrangular la recuperación.
Y también interesan porque hasta el fin del mandato de Yellen (inicio de 2018), esa pauta queda como referencia imbatida de la independencia y la transparencia como signos de identidad de un banco central moderno. Aunque Donald Trump pretende disolverlos, su intento tendrá que competir con la comparación de los logros alcanzados.
La independencia de los bancos centrales se ha revelado como un instrumento eficaz. Desde luego para combatir la inflación excesiva (frente a la tendencia de todo nuevo poder a actuar como sindicato del gasto), algo documentado (y discutido). Pero también para obtener la estabilidad monetaria: ahora esto parece un lujo ya obvio, pero no lo era en los años setenta y ochenta, incluso noventa.
Los manuales de la Fed recuerdan la primacía de la estabilidad de precios a largo plazo, frente a la habitual tendencia de la política de ocuparse del corto plazo. Las medidas inflacionarias de efecto inmediato generan booms extraordinarios, a veces muy populares, pero a largo suelen conducir a una economía menos estable, más volátil. Y los controles gubernamentales sobre los bancos centrales acaban desacreditándoles y agravando el problema.
Hace mucho tiempo que el debate político-económico y la literatura académica se ocupan de estos dilemas. El monetarista Milton Friedman, padre del neoliberalismo, prefería reglas legales para la política monetaria que bancos centrales independientes (Should there be an independent central bank?, 1962). La historia escogió el camino alternativo, hacia la independencia jurídica o de facto.
La Reserva Federal, primero, y el BCE, después, lo han recorrido, seguidos de decenas de otros homólogos. Ahora bien, independencia respecto de los Gobiernos no significa desentenderse del mandato social, ni de las necesidades económicas generales.
Una tendencia creciente subraya la transparencia como complemento de la independencia. Muestra de la misma sería la forward guidance, una estrategia de futuro conocida y previsible (por ejemplo, la expansión cuantitativa no convencional) de Bernanke, Yellen y Mario Draghi.
Su comunicación clara a los mercados permite “aumentar la eficacia de esas políticas”, además de constituir su específica rendición de cuentas ante la opinión pública, subrayan Nergiz Dincer y Barry Eichengreen en una potente investigación (Central banck transparency and independence..., en International Journal of Central Banking, 2014). Luminosa.
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