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Columna
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Millonarios patrióticos en EE UU

Un grupo de ultrarricos quiere salvar al sistema de sus excesos. En España sería imposible

Joaquín Estefanía

Es imposible que un movimiento de esta naturaleza aparezca en España. Aquí se burlarían de ellos. Se llaman Millonarios Patrióticos y hace unos cuatro meses acudieron al Congreso de EE UU para demandar que les subiesen los impuestos en aras de una mayor cohesión del sistema. A ellos, a los ultrarricos, a aquellos que tienen unos ingresos anuales por encima del millón de dólares o poseen un patrimonio de más de cinco millones de dólares. Son alrededor de 200 personas.

La campaña se denominó Liberar al Congreso. ¿Por qué? Porque entienden que una de las causas de la gran desigualdad existente en EE UU es debida en gran medida (aunque no sólo) a la labor de lobby que las clases más pudientes han realizado durante décadas para obligar a la Cámara de Representantes y la del Senado a promulgar leyes impositivas destinadas a aumentar su riqueza personal y su poder político. El paroxismo tuvo lugar durante las administraciones de Ronald Reagan y George W. Bush. Uno de estos millonarios patrióticos declaró entonces, irónico: “Se podría pensar que somos radicales, pero no somos comunistas. Somos gente que ha tenido éxito en el sistema capitalista. El capitalismo es un excelente sistema, pero no es un sistema perfecto”. Sus demandas eran un incremento del impuesto del patrimonio, una revisión de los agujeros fiscales por los cuales se evaden legalmente impuestos y, además, un aumento del salario mínimo. Quieren salvar al capitalismo de sus propios excesos.

La semana pasada, la rama neoyorquina de Millonarios Patrióticos, unas 40 personas, envió una carta al gobernador del Estado, Andrew Cuomo (hijo del mítico Mario Cuomo), exigiéndole más impuestos para los de su clase social y manifestando su “profunda preocupación por las dificultades económicas que afrontan muchos ciudadanos y por las anticuadas infraestructuras del Estado que necesitan una atención desesperada (...). Esta inversión humanitaria y en infraestructuras físicas será amortizada a través de la creación de puestos de trabajo, de mano de obra preparada para ocuparlos y de una reducción de la extrema desigualdad de ingresos que afecta actualmente a nuestro Estado”.

Estos millonarios son algo así como la generación siguiente de aquellos otros, como Warren Buffet, Bill Gates, etcétera, que hace unos años demandaron públicamente a la Administración de EE UU que recuperase el impuesto de donaciones y sucesiones en aras de una mayor igualdad de oportunidades entre los ciudadanos. Buffet, entonces el tercer hombre más rico del país, escribió en 2011 un artículo en The New York Times criticando al presidente Obama por permitir que los ciudadanos de clase media y baja carguen con el peso de las arcas públicas cuando los ultrarricos pagan pocos impuestos. “Mientras las clases medias y bajas luchan por nosotros en Afganistán, mientras los norteamericanos luchan por ganarse la vida, nosotros, los megarricos, continuamos teniendo exenciones fiscales extraordinarias”. Buffet contó que había pagado en impuestos, en 2010, el equivalente al 17,4% de su renta, mientras sus empleados tributaron entre un 33% y un 41%.

En un momento en que la política económica hegemónica es la política monetaria, conviene recordar que los impuestos pueden ser un buen indicador del estado de la democracia. Si se acepta que la calidad de ésta aumenta en la medida en que los ciudadanos sean más iguales, la presencia de un sistema tributario progresivo, reduciendo las desigualdades de renta y riqueza, puede verse como un instrumento que contribuye a mejorar la calidad democrática y, también, como un reflejo de la misma. La falta de progresividad en los sistemas tributarios actuales es el resultado de un proceso a redistribución a la inversa que se inició en los años ochenta del siglo pasado y que supuso una ruptura silenciosa con lo que había venido sucediendo desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Los estadounidenses millonarios patrióticos quieren dejar de ser un oxímoron.

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