Padrinos para los naranjos del abuelo
Dos hermanos rehabilitan un negocio familiar con un sistema de captación de fondos colectivo
El día en que los economistas madrileños Gonzalo (29 años) y Gabriel Úrculo (32 años) recibieron las llaves de la vieja finca agrícola de su abuelo en Valencia se echaron las manos a la cabeza. “Había árboles que estaban mal, de los grifos no salía agua… Estaba que se caía. Yo me asusté”, cuenta Gabriel sobre una de las acequias de la parcela en Bétera. En sus manos estaba la decisión de mantener o vender 25 hectáreas de naranjos familiares en práctico abandono. Jóvenes, con idiomas, educación y experiencia internacionales, en cinco años, han transformado aquel espacio en una empresa que exporta naranjas a 15 países europeos y están ya planeando ampliar el negocio. ¿Cómo lo han hecho? Con el crowdfarming: convirtiendo a sus clientes en agricultores virtuales.
“Mi abuelo compró la finca en los años 70. Producía naranjas para intermediarios. En el año 2000 murió y en 2010 mis padres nos dijeron que si no nos hacíamos cargo de la finca la tendrían que vender. Y dijimos que sí, sobre todo por inconsciencia”, ríe Gonzalo a escasos metros de la masía del Carmen, sede de la empresa Naranjas del Carmen.
Empezaron repitiendo el sistema del abuelo, pero el precio era insostenible. “El año pasado los intermediarios pagaron las naranjas a 13 céntimos el kilo”, explican. En 2012 empezaron a vender cajas a países europeos pero en 2015, con 10.000 naranjos envejecidos e improductivos y una demanda en aumento los hermanos Úrculo tomaron una decisión. Volver a la sostenibilidad.
Padrinos de la comida
Apadrinar la comida está de moda. Una sencilla búsqueda en Internet arroja cientos de resultados en decenas de ciudades. Desde pequeños productores locales hasta grandes explotaciones, muchos agricultores que han decidido salir de la rueda del mercado y hacer visible la mano que impulsa sus negocios. En este caso, la de los consumidores.
Uno de los pioneros en establecer este sistema fue Emili Domènech, propietario de Mas Claperol, una pequeña granja en Olot (Girona) que compró su primera vaca en 1997 con dinero de familiares y vecinos. "Yo era productor de queso y yogures y compraba leche ecológica a un productor local. Cuando empecé a tener problemas con el suministro pensé en tener mis propias vacas pero fui al banco y no quisieron darme crédito porque solo podía ofrecer el tractor como aval. Así que, por necesidad, pedí dinero a amigos y familiares y compré ocho vacas a las que pusieron nombre. Les dije que les devolvería el dinero pero ellos dijeron que preferían producto. Y no me arrepiento. Este sistema resultó mejor que un banco y encima, sin intereses", cuenta al teléfono.
“El interés que tuvo la gente me desbordó. Se me fue de las manos. Llegué a tener hasta 30 vacas todas apadrinadas. Si hubiera querido ganar dinero con esto habría ampliado la granja, pero tuve que poner lista de espera porque mi objetivo no era enriquecerme sino vivir de esto de una manera sostenible”, explica.
El interés por conocer el origen de lo que comemos es creciente y el sector lo sabe. "Desde tu casa, en la ciudad y sin picaduras", ese es uno de los lemas de Ecocomena, una red de productores locales de miel con envío a domicilio. Desde Escopete (Guadalajara), en tres años se ha extendido por decenas de países en Europa y Latinoamérica y cuenta ya con 900 padrinos. "El sector pasa por una etapa muy dura, de declive, pero al mismo tiempo el interés por las abejas va en aumento y esto es una oportunidad", explica uno de los socios de la empresa, Jesús Manzano.
El consumidor se ha empoderado y empieza a organizarse en pequeños grupos que eligen al proveedor y compran de manera directa. Como ejemplo, la web grupo a grupo, coordina a 160 grupos de consumo de toda España y a 471 proveedores de productos tan diversos como carnes, bebidas, productos de droguería e incluso alimentación ecológica para bebés.
“El riesgo que corríamos era nulo. Lo único que necesitábamos era una página web, que nos hizo un amigo medio gratis”, ríe Gabriel. “Teníamos que replantar prácticamente la mitad de la finca y nos preguntamos qué y cuánto íbamos a plantar para responder a la demanda. Entonces, decidimos trasladar el problema al cliente: ¿Tú que quieres que plante? ¿Qué es lo que vas a consumir?”, detalla Gonzalo. A partir de ahí el procedimiento es sencillo. “Cada árbol que plantamos tiene un nombre, el del consumidor o la familia o la oficina que es la dueña del naranjo. Todo lo que produzca ese naranjo es suyo. Como hasta los cinco años el naranjo no empieza a producir, durante esos años le reservamos la producción de uno de los grandes. El consumidor puede venir a recogerla o pagar los costes logísticos de mandársela a casa”, precisa Gonzalo.
Esta fórmula, a la que han llamado crowdfarming (la fusión de crowdfunding, financiación colectiva, y farming, agricultura), les ha permitido financiar la plantación de 2.000 árboles nuevos para los que buscan padrino. En los tres meses de vida del concepto, 735 ya lo tienen. Por 80 euros el primer año y 36 a partir del segundo, los consumidores obtienen 80 kilos de naranjas anualmente que se recogen solo en temporada. El compromiso “es mutuo y anual”, sin compromiso de permanencia.
Para poner en marcha un sistema que, aseguran, no utiliza ni herbicida ni pesticida, buscaron el apoyo de la ingeniera agrícola Ana Pérez. “Hemos plantado árboles a seis metros en lugar de a tres como estaban antes y como la naranja es una fruta que aguanta muy bien en el árbol, recogemos a demanda del consumidor, no almacenamos nada”, cuenta. “Tenemos limoneros, naranjos y pomelos y en verano plantamos un pequeño huerto que funciona muy bien”, explica Ana paseando entre los árboles.
En la finca trabajan entre cinco y ocho personas pero ¿se puede vivir exclusivamente de esto? “Hasta 2012 los dos trabajábamos en otra cosa para poder vivir. Este es el primer año que hemos conseguido beneficios. Con este sistema hemos financiado los árboles, tenemos cubierta la inversión de los primeros cinco años y como cada naranjo tiene una vida productiva de unos 25 años, no solo tenemos vendido el árbol sino también la cosecha y a un precio que no varía”, detalla el hermano menor.
La masía del Carmen, en el centro de la finca, está protegida por Patrimonio por el alto valor de sus azulejos al haber sido casa de Manuel González Martí, fundador del Museo Nacional de Cerámica. La monumentalidad del edificio y su decoración han despertado la curiosidad de estudiantes y clientes que ya se han interesado en pasar unos días en sus habitaciones. En vista del éxito, los hermanos Úrculo piensan ya en expandir el negocio a otros campos como la oleicultura o el turismo y dicen no arrepentirse de haberse embarcado en esta aventura: “El campo nos permite una creatividad muy grande. En la agricultura no está todo inventado”.
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