Tres décadas buscando una energía propia
España ha pasado a las renovables sin poder fijar una política energética de Estado
La historia energética de los últimos 30 años en España es la autobiografía de un fracaso. El relato de la imposibilidad de romper con la dependencia de los combustibles fósiles o de trazar un plan de energías nacionales que no cambie con cada Gobierno. Entre medias, el país carece de interconexiones de gas y electricidad con el continente y ha sido incapaz de crear una hoja de ruta que conduzca a un mix energético (combinación de energías) propio con la mirada puesta en el futuro. “En energía caminamos a tientas”, resume Mariano Marzo, profesor de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona. ¿Cómo hemos llegado a esta situación?
Desde 1975 hasta ahora, España ha tenido más de una decena de planes energéticos. Casi cada tres años ha aparecido uno nuevo, con sus propias señas de identidad. Haciendo bueno el dicho: “orden y contraorden: desorden”. Los Planes Energéticos Nacionales de 1975 y 1978 se basaron en la energía nuclear como fórmula para reducir la excesiva dependencia de un petróleo zarandeado por la crisis de 1973. Muchos recordarán nuestra aventura con el átomo. En principio, la idea era construir 24 centrales nucleares, además de las tres (Cabrera, Garoña y Vandellós) ya existentes. Poco después, en 1978, se dejó el empeño en 14. Sin embargo, en 1982, el primer Gobierno de Felipe González frenó la industria. Estableció una moratoria nuclear y paralizó la construcción de Valdecaballeros I y II, Lemóniz I y II y Trillo. Esta estrategia suponía “una clara apuesta por el carbón nacional como sustituto del petróleo”, recuerda Sergio Fernández Varela, responsable de utilities de la consultora Everis.
En aquellos días nadie reparó en el gas natural. Porque quien tenía, en principio, los años contados era el carbón. Una directiva de 1993 de la entonces Comunidad Económica Europea del Carbón y del Acero (CECA) restringe las ayudas a la roca negra y el viento energético vira hacia otros destinos. En 1997 entra en funcionamiento el gasoducto del Magreb y en una década se duplica la llegada de gas. Al tiempo acuden a la partida las energías renovables, donde se pagan los kilovatios verdes vertidos a la red a un precio superior al resto de la generación convencional. Pese a todo, con sus luces y sombras, “el gas crece esos años de forma sostenida (principalmente por la liberalización del sector y su uso en plantas de ciclo combinado) y se sitúa como segunda fuente en el mix de energía primaria”, describe Bruno Chao, managing director de resources de Accenture.
El tiempo descuenta los meses. En los siguientes planes energéticos nacionales —como el que abarca 2001-2010— se insiste en el aumento de la presencia del gas (que llega a tener un peso del 33% en la generación eléctrica) y casi a la vez se lanza una estrategia (2000-2010) de energías renovables para darles más presencia en el mix. Pero el relato exige una parada.
Tras las centrales nucleares se optó por el gas natural y por el vatio verde. Pero la dependencia del petróleo supera el 50%
Mientras se deshoja la margarita nuclear y los vaivenes entre los distintos planes energéticos imposibilitan tener una cesta de energías clara y definida, el petróleo continúa siendo protagonista. Porque si hay un país anclado a la importación de los combustibles fósiles es España. Nuestro grado de dependencia exterior del carbón, el gas y el petróleo es hoy del 70,5% frente una media del 53,2% de la Unión Europea y del 25% de Estados Unidos. Una fotografía que no ha cambiado tanto desde los años noventa o 2000. “El mix de energía primaria de España tiene un sesgo excesivamente petrolero, pesa demasiado respecto a otros países de la OCDE”, admite Juan Luis López Cardenete, profesor del IESE y ex director general de Unión Fenosa. Mucho tiene que ver una anomalía que solo sucede aquí: el 90% del transporte español transcurre por carretera. Este desequilibrio se justifica “por la ineficacia del tránsito ferroviario de mercancías y por la falta de vías navegables en nuestro país”, explican en la Asociación Española de Operadores de Productos Petrolíferos (AOP).
El peso del crudo
Por eso el crudo y sus derivados continúan teniendo una fuerte presencia, a pesar de que se intenta limitar su impacto. El consumo final de productos petrolíferos en 2000 supuso el 61% del gasto de energía y durante 2013 representó el 50,8%. Una caída media de un punto al año durante algo más de una década. Pese al descenso, revela un ritmo lento en la lucha contra la dependencia del mundo fósil.
En esta tensión entre oferta y demanda, en 1997, durante el primer Gobierno de José María Aznar, se liberaliza el mercado eléctrico. “Un intento de liberalización que en la práctica no fue tal”, matiza Natalia Fabra, profesora de Economía de la Universidad Carlos III de Madrid. Hasta ese momento era un sistema muy intervenido en el que la Administración fijaba el precio de la electricidad, que cubría en principio los gastos de generación, transporte y distribución de un grupo de compañías (privadas) muy reducido. Con el cambio, el mercado eléctrico pasa a pagar a todas las centrales por igual, independientemente de sus costes. La mayoría sale ganando. De hecho, la apertura al mercado (tan temida por las eléctricas, que exigieron una compensación en forma de costes de transición a la competencia) acabó siendo un regalo para algunas.
Con ese escenario de partida, los precios de la luz han subido un 5,9% al año entre 2001 y 2012. Al tiempo que los consumidores continúan aumentando su deuda con las empresas. Desde luego, con esos porcentajes apenas sorprende que “España tenga una de las facturas eléctricas más caras de Europa, y eso sin tener en cuenta el déficit de tarifa”, reflexiona Natalia Fabra. O sea, la diferencia entre los derechos reconocidos a las compañías y los ingresos que se perciben a través del recibo conforme con los precios que fija el Gobierno. A día de hoy, el monstruo supera los 22.000 millones de euros. La nueva ley eléctrica ha aliviado algo el problema y por primera vez en 14 años el sistema tendrá superávit. A costa, es sí, de recortar sobre todo la retribución a las renovables. De momento, “el año pasado registraron en conjunto un descenso en su generación eléctrica del 1,6%”, precisa Francisco García, profesor de la EOI. Pero nos adelantamos en el tiempo. Hay que retroceder otra vez a la búsqueda de un mix que sigue sin aparecer.
Gas a golpe de decreto
Como vimos, la década de los noventa fue la del gas. Llega, básicamente, desde Argelia. Se busca un suministro más barato y geopolíticamente seguro. Convertida la independencia energética en una obsesión para todos los gobiernos, la opción es implantar una serie de centros de licuefacción del hidrocarburo en la península que garanticen el almacenamiento y el suministro interior. Unos veinte años después, “el país sufre un exceso de tratamiento de gas porque se han construido las plantas a golpe de real decreto”, critica Arturo Rojas, socio de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Todo bajo la regla no escrita de que el mejor mix es el más diversificado. Algo contra lo que se alzan algunas voces. “Tener muchas fuentes en tu cesta energética significa que la tendrás que pagar muy caro”, avisa Gonzalo Escribano, responsable del programa de Energía y Cambio Climático del Real Instituto Elcano. “No hace falta tanta, tanta, flexibilidad”, incide.
Congelada la energía nuclear, descartado el carbón y con un gas natural que sufre el desequilibrio entre la oferta y la demanda, el país busca en las renovables otro Santo Grial. Estamos a comienzos del nuevo milenio. En ese momento se ponen sobre la mesa estrategias concretas para impulsarlas. Ahí está el Plan de Fomento de las Energías Renovables (2000-2010), el Plan de Energías Renovables (2005-2010) y el aún vigente Plan de Acción de Energías Renovables (2011-2020), que busca potenciar el ahorro y la eficiencia.
Llegan las renovables
Porque el objetivo de la “transición energética” era conseguir una especie de Arcadia verde del vatio. Con el fin de alcanzar ese lugar idílico, el anterior Ejecutivo fijó unas generosas primas para el uso e instalación de las renovables, sobre todo termosolares. El efecto llamada para las empresas eléctricas y grandes fondos de inversión internacionales fue inmediato. Vieron la posibilidad de transformar una ayuda concebida en principio para desarrollar una tecnología en un rentable activo financiero. El Gobierno limitó en 2013 este maná y desde entonces ha llegado un aluvión de demandas de inversores que se sienten perjudicados por los recortes en las retribuciones. Pagando justos por pecadores, bastantes pequeños ahorradores (agricultores, familias) que en su día invirtieron de buena fe en esta industria han visto cómo ahora su inversión y muchos de sus ahorros se esfuman tras el cambio normativo. “Nos precipitamos: lo que teníamos que haber hecho en 15 años lo hicimos en dos”, admite Mariano Marzo. Pero no es solo un problema de precio “sino también de capacidad, se ha instalado mucha más potencia de la que se necesita”, precisa Eloy Álvarez Pelegry, director de la cátedra de Energía de Orkestra (Instituto Vasco de Competitividad).
Tal vez sea así, pero una vez más el mix energético vuelve a resentirse. Ahora con el sambenito que identifica a las renovables como caras y especulativas. Falso. “España fue pionera en esta tecnología hace 20 años y ha tenido un impacto positivo (al no emitir dióxido de carbono) en la cesta energética”, señala Peter Sweatman, fundador de la consultora Climate Strategy. ¿Pero quién se acuerda de la naturaleza? Solo cuando el fracking (una técnica de extracción de gas y petróleo que consume mucha agua) truena.
Durante tres décadas, el mix en España ha estado en manos del “ahora”. En esa deriva hemos pasado por el carbón y la energía nuclear (años ochenta), el gas natural (noventa) o las renovables (2000). Tal vez es tiempo de diseñar una política de Estado mirando al futuro, ser fiel a ella y no desperdiciar más las energías.
Enchufados al corto plazo
La política energética española es un coche cuyas luces empiezan a fallar en medio del túnel. “Somos uno de los pocos países de la OCDE que no tiene una perspectiva energética de cara a 2040”, advierte Mariano Marzo, profesor de Recursos Energéticos de la Universidad de Barcelona. Al contrario. Seguimos las directrices que marca la Unión Europa en su conocida estrategia 20/20/20. O sea, un aumento, con el objetivo puesto en 2020, de hasta el 20% de las energías renovables en el mix, mejora de un 20% de la eficiencia y una reducción del 20% en la emisión de gases de efecto invernadero.
No existe ninguna hoja de ruta que explique hacia dónde debe ir España. Durante más de 30 años ha sido imposible consensuar un plan energético de país. Cada Gobierno llega con el suyo y desmantela —con mayor o menor destrozo— el anterior. Manda el corto plazo y parece “imposible elaborar una política de Estado de energía que dure más de una legislatura”, se lamenta Mariano Marzo. Por el camino, las pymes y los particulares tienen una de las facturas eléctricas más caras de Europa. A quién le sorprenden, entonces, las palabras de Luis Buzzi, socio responsable de energía para España, Italia y Portugal de EY. “Se ha echado en falta durante estas décadas una estrategia nacional a largo plazo que fuese el canal conductor de una política estable y cuya planificación, aunque indicativa, estuviera coordinada con las anteriores”. Narrado de otro modo. “Europa necesita una política energética única, el riesgo es que no sea la mejor”, zanja Juan Luis López Cardenete, profesor del IESE y ex director general de Unión Fenosa.
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