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LA CUARTA PÁGINA
Tribuna
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La transición energética

El cambio climático es un fenómeno global de consecuencias potencialmente catastróficas para nuestro modo de vida. Hace falta un esquema más sostenible donde los combustibles fósiles den paso a las renovables

EDUARDO ESTRADA

Las necesidades de energía en el mundo crecen de forma continua debido a dos factores: el aumento de la población y el del consumo per capita asociado a un mayor nivel de bienestar de los países más pobres. Por esta razón se registra un incremento medio en el consumo total de energía del orden del 1,5% anual. Pero lo más grave es que la calidad de la energía producida empeora, con el resultado de que las emisiones de dióxido de carbono (CO2) a la atmósfera asociadas al uso de los combustibles fósiles, está aumentando a un ritmo superior, aproximadamente un 2,5% anual en lo que va de siglo. La razón no es otra que la presencia creciente del carbón como fuente de energía primaria, especialmente en los países más poblados y con desarrollo más rápido, China e India, que compensa con creces la sustitución parcial del carbón por gas natural en otros (esencialmente en Estados Unidos debido a la extracción masiva de gas de esquisto).

Para colmo, dos países muy industrializados y comprometidos en la lucha contra el cambio climático han contribuido al empeoramiento de la calidad de la energía. En Japón, tras Fukushima, el cierre de la práctica totalidad de las centrales nucleares en funcionamiento, que proporcionaban el 30% de la electricidad del país, ha llevado a que una gran parte de esa energía sea ahora generada a partir de combustibles fósiles, habiendo abandonado formalmente los objetivos fijados de reducción de emisiones. En Alemania, uno de los países líderes en la promoción de energías alternativas, y por la misma razón, se han cerrado un cierto número de reactores nucleares cuyo resultado ha sido el aumento de la contribución del carbón como fuente de energía y el de las emisiones anuales por primera vez en décadas.

La energía es un ingrediente tan esencial en toda actividad humana que las condiciones de su suministro, tanto en cantidad como en calidad, son un factor determinante para la sostenibilidad de nuestras sociedades. El rasgo más significativo en la estructura actual de dicho suministro es la presencia dominante de los combustibles fósiles (más del 85% de la energía primaria comercial proviene de esta fuente) y los peligros derivados de este hecho. En primer lugar, de dependencia respecto de los países en donde se sitúan las principales reservas, dada la extrema heterogeneidad con que están distribuidos en la corteza terrestre; en segundo lugar, sus limitaciones intrínsecas al no ser una fuente renovable, lo que se traducirá en las próximas décadas no tanto en su escasez como en la mayor dificultad para extraerlos y mayores precios, aunque a largo plazo es evidente que llegarán a agotarse; y en tercer lugar, sus efectos medioambientales.

Conviene detenerse un momento en este punto debido a su potencial gravedad. El CO2 que se emite como consecuencia del uso de los combustibles fósiles es un gas de efecto invernadero y modifica las condiciones en las que la atmósfera regula los intercambios energéticos con el entorno y, en última instancia, la temperatura y otros fenómenos ligados a dichos intercambios. No hay dudas razonables acerca del aumento de dicho gas en la atmósfera debido a la actividad humana, ni tampoco de que los niveles actuales son superiores a los registrados al menos en el último medio millón de años en la historia del planeta, con un ritmo instantáneo en términos geológicos. La consecuencia es lo que se ha venido en llamar cambio climático, y lo que está menos claro es cómo influirá de forma concreta en nuestras sociedades, pero se trata de un fenómeno de dimensión global como es difícil imaginar para otros posibles efectos de la actividad industrial, y de consecuencias potencialmente catastróficas para nuestro modo de vida.

Justamente este carácter global es el factor que determina la dificultad para luchar contra él. Las consecuencias sobre un determinado país no están relacionadas con lo que haga ese país, sino con el conjunto de todos ellos y, como quien tiene la capacidad de dictar normas son los Gobiernos nacionales, no hay incentivos para que estos actúen. Únicamente la conciencia de los peligros derivados de dicho cambio puede servir de acicate actualmente para que las autoridades nacionales tomen medidas que, en el corto plazo, pueden ser impopulares e incluso lesivas económicamente aunque resulten obligadas con una perspectiva de más largo plazo. El caso es que no se ve por el momento una actitud decidida, más bien estamos en época de retrocesos debido a la ocurrencia de la crisis como demuestran los datos enunciados anteriormente, en particular los referidos a las emisiones de CO2.

Parece, pues, evidente que tarde o temprano tendremos que afrontar lo que ha venido en llamarse una “transición” energética hacia un esquema más sostenible. En otras palabras, hacia una producción de energía menos basada en los combustibles fósiles. El ritmo con que debe ser recorrido el camino hacia esa transición ha sido estudiado por el Panel Intergubernamental para el Cambio Climático (IPPC) y la Agencia Internacional de la Energía (IEA) en forma de escenarios que permitan afrontar cambios más o menos “aceptables” en las condiciones climáticas del planeta. Desafortunadamente, los datos empíricos muestran que nos alejamos de cualquier escenario mínimamente “controlable”, lo que no es extraño dada la falta de decisión real de los países decisivos en este campo.

El cambio en el suministro energético, guiado por la previsión de los peores efectos del actual u obligado por las circunstancias cuando probablemente muchos de esos efectos se hayan materializado, será largo y requerirá que se actúe en muchos sectores: regulación, precios, concienciación, innovación tecnológica, etcétera, con medidas de gran calado, algunas de las cuales no serán fáciles comprender por la opinión pública. Por supuesto que los combustibles fósiles serán parte importante de la ecuación durante mucho tiempo, lo que implica que los problemas de dependencia seguirán presentes y que cualquier alivio en este sentido será positivo. Lo importante es que su absoluta predominancia actual vaya disminuyendo y vayan adquiriendo más importancia las energías no basadas en el carbono, renovables y nuclear. Ambas tienen problemas específicos para su despliegue; por eso el cambio es difícil. Pero durante mucho tiempo una adecuada combinación de renovables y nuclear puede ir sustituyendo a los combustibles fósiles que componen la mayor parte de nuestra dieta energética actual. Es concebible, en un horizonte muy lejano, un escenario con energías renovables únicamente, aunque la ocurrencia de tal escenario sólo sea posible, incluso con actitudes de los poderes públicos más decididas que las actuales, en plazos de una escala incomparablemente más larga que aquella en la que debemos actuar. Por eso resulta un pésimo negocio, desde el punto de vista medioambiental, la sustitución de energía nuclear por combustibles fósiles, como está sucediendo en algunos países, o la utilización de las renovables para disminuir parte de la potencia nuclear en lugar de sustituir potencia fósil.

El impulso a las renovables, que es el ingrediente básico de la transición energética, se ve afectado también por las dificultades de todo fenómeno global. Aunque su despliegue en masa sea inevitable a largo plazo, en el corto puede ser costoso para quienes lo afronten aunque todo el mundo se beneficie de sus efectos. De ahí la necesidad de regular con inteligencia los incentivos a dicho despliegue y la posibilidad de que se produzcan consecuencias lesivas desde el punto de vista económico, como en los casos de España o Alemania, durante periodos limitados de tiempo. Pero estos accidentes del camino no cambian la importancia estratégica del impulso a las energías renovables, pieza central de esa transición energética, ni pueden comprometer su desarrollo, especialmente el tecnológico, incluyendo la fase de inserción en el mercado. No sólo la actividad de innovación tecnológica es básica para permitir el cambio masivo a un nuevo esquema energético de forma ordenada y eficiente, sino que servirá (en nuestro país puede decirse que está sirviendo ya) para crear un potente sector industrial de futuro, nuevos puestos de trabajo y actividad económica ligada a nuevas exigencias sociales. No me cabe duda de que se producirá la transición energética a que me estoy refiriendo, el problema es si se impulsará con tiempo y de forma ordenada o vendrá forzada por circunstancias fuera de nuestro control.

Cayetano López, físico, es director general del CIEMAT y exdelegado español en el Consejo del CERN.

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