Tensión creativa
El éxito del entorno empresarial de Silicon Valley deja en evidencia la pobreza del mundo de las ‘start-up’ en la eurozona
La larga crisis económica no ha impedido que en algunas economías se mantenga la tensión innovadora, la creación de empresas en sectores intensivos en tecnología. Es el caso de Estados Unidos, donde en torno al denominado Silicon Valley emergieron hace décadas empresas que protagonizaron una nueva revolución tecnológica, la articulada en torno a las tecnologías de la información y de la comunicación (TIC). De ese liderazgo aquella economía sigue obteniendo resultados favorables, en términos de asimilación de nuevas ventajas competitivas y de ganancias de productividad que propician la combinación de atributos de las TIC ligados a la conectividad y a la movilidad crecientes.
La conformación de ese ecosistema innovador no hubiera sido posible, en primer lugar, sin la existencia de centros educativos y de investigación facilitadores de esas innovaciones, y de incentivos suficientes en el sistema económico a la creación de empresas, a la asignación de talentos, a la capacidad para asumir riesgos, incluido el de desaparición de las propias empresas recién nacidas o aquellas otras contestadas por las emergentes.
Esa tensión, cercana a la que el sociólogo J. Schumpeter asimilaba a la destrucción creativa necesaria en toda dinámica innovadora, ha sido igualmente posible por la existencia de mecanismos de financiación flexibles, adecuados a la singular naturaleza de esos proyectos más intensivos en riesgo. La proliferación continua de tentativas, de ideas, de proyectos aventurados en no pocas ocasiones no hubiera sido posible sin la presencia de mecanismos de financiación no bancarios, desde el desarrollo de los fondos de capital riesgo hasta la canalización de recursos directos de inversores individuales, de business angels, conscientes de esa singular relación entre riesgo y rentabilidad esperada, tan distinta a la dominante en los negocios tradicionales.
Esa versatilidad financiadora se extiende a la captación directa en las redes sociales, a la articulación de grupos tan poco convencionales como la mayoría de los emprendedores. La desintermediación respecto a las instituciones tradicionales también se está operando en sectores como los de los medios de comunicación o la educación.
El contraste sigue siendo notable con el panorama dominante en la eurozona. Algunos de esos determinantes de la innovación han sido asimilados por algunas economías del norte de Europa. En mucha menor medida en las economías del sur, donde son pocos los estímulos públicos y privados. Es el caso de España. La pobreza de recursos de las universidades y el divorcio de la mayoría de ellas de la realidad ayudan a entender esa parquedad de iniciativas empresariales o su huida hacia otras latitudes más acogedoras. Las exigencias de trámites burocráticos para la creación de empresas, la inadecuación de las fuentes de financiación, la ausencia de reconocimiento social a los que emprenden o el estigma de los que fracasan ayudan a entender la pobreza innovadora y la ausencia de posiciones mínimamente importantes en sectores de tecnología avanzada. Bien haría la nueva Comisión Europea, cuya composición se negocia en estos días, en asumir el fortalecimiento de la innovación y el progreso tecnológico como prioridades en esa intensidad inversora que el conjunto de la eurozona precisa para alejar el riesgo de estancamiento y el no menos relevante retraso tecnológico.
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