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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Algo va mal con la Unión Europea

Lo que estamos viviendo hoy en Europa rima demasiado con lo que ocurrió en los años treinta

Antón Costas

La recesión ha tocado fondo, y las señales que llegan de las empresas y del empleo comienzan a ser alentadoras. Pero, lamentablemente, el futuro del crecimiento y el empleo en Europa no es nada halagüeño. El fantasma del desempleo, de la recuperación lenta y de la deflación sobrevuela sobre las sociedades europeas. La principal razón es que la política económica de la zona euro sigue bajo la influencia de malas ideas y de prioridades equivocadas. Veamos.

Primero. El desempleo es el principal problema social y económico, pero no es un problema político prioritario en Europa. En Estados Unidos sí lo es. Ben Bernanke, el expresidente de la Reserva Federal, afirmó que haría todo lo necesario, durante todo el tiempo necesario, hasta que el desempleo bajase del 7,5%. Su sustituta, Janet Yellen, mantiene esta prioridad. En Europa, cuando el euro amenazó con descarrilar, Mario Draghi afirmó que el Banco Central Europeo (BCE) haría todo lo necesario para “salvar el euro”, pero no dijo nada de salvar el empleo y la economía. Europa no tiene bien definidas sus prioridades, la estabilidad de la moneda domina sobre el empleo. Es una mala prioridad.

Segundo. En 2010, a la salida de la recesión de 2009, EE UU continuó con las políticas de ayuda a la economía. Esas políticas han logrado crear empleo, mantener un moderado crecimiento y reducir la deuda. En Europa, por el contrario, se impuso el mantra de la austeridad como solución a todos los problemas. El resultado ha sido una segunda recesión autoinfligida, que ha aumentado el paro, la desigualdad y la deuda. La austeridad no funciona. Punto. Es una mala idea.

Por qué esta mala idea domina la política económica europea es intrigante. Keynes señaló que, con frecuencia, los gobernantes son rehenes de viejas ideas que no funcionan. En todo caso, si alguno de ustedes está interesado en este enigma, les recomiendo leer el sugestivo libro de Mark Blytz Austeridad. Historia de una idea peligrosa.

Un nuevo mantra sustituye a la austeridad, que no funciona: la devaluación interna

Tercero. Como la austeridad no funciona y ha perdido todo crédito intelectual, los responsables de la política económica europea la han sustituido por un nuevo mantra: la devaluación interna. Es decir, por las reducciones salariales sistemáticas. Es también una mala idea. Tampoco funcionará. Al contrario, complicará la vida europea en todas sus dimensiones.

La moderación de los salarios, y su vinculación a las ganancias de productividad, es una buena cosa. Además, su contención temporal tiene sentido en un momento en que se requiere fortalecer la competitividad externa. Aunque tiene que ir unida a otras políticas que repartan la carga del esfuerzo de salida de la crisis de forma equitativa. Pero el discurso sobre la devaluación salarial va más allá y se está convirtiendo un nuevo mantra europeo.

No está de más señalar que los salarios no fueron los causantes de la crisis. Al contrario, los salarios reales, y su participación en la renta nacional, han venido descendiendo desde los noventa. De hecho, la expansión del crédito a familias que no podrían devolverlo ha sido interpretado por algunos economistas como un intento de darles la capacidad de compra que no tenían vía salarios. El resultado lo hemos visto y lo estamos padeciendo. Es mejor la solución de Henry Ford I, cuando decía que prefería trabajadores bien pagados para que le pudiesen comprar sus coches. Era un capitalista coherente con sus intereses.

Cuarto. De la misma forma que la austeridad provocó una segunda recesión, la devaluación salarial sistemática puede abocar a la economía europea a una deflación prolongada, que hará más difícil aún el desendeudarse. La austeridad pública junto con la devaluación salarial y el elevado endeudamiento es un bidón de gasolina pura para la deflación y el desempleo.

Europa no es un sueño que se construye solo, es una batalla diaria entre intereses nacionales

Quinto. La austeridad y la devaluación salarial asesinan a la economía social del mercado europeo. Y arriesgan la democracia. El capitalismo de masas, el que está asociado a la democracia, no puede funcionar sin que amplias capas de población tengan capacidad de compra.

La historia no se repite, pero rima. Y la que estamos viviendo hoy en Europa rima demasiado con lo que ocurrió a principios de los años treinta. Algo va mal con la Unión Europea.

Si la austeridad y la devaluación salarial no funcionan, ¿de qué depende el futuro del crecimiento y del empleo en Europa y España? Al menos, de dos cosas.

La primera, que el euro y el proyecto europeo sean capaces de ir más allá de su actual lógica, dominada, como acabo de decir, por una errónea elección de prioridades y por malas de ideas. Esto no vendrá de ninguna conversión a lo San Pablo de los países que hoy imponen esa lógica. Requiere que los países mediterráneos estén más presentes en el juego europeo. Europa no es un sueño que se construye mientras dormimos, es una batalla diaria entre intereses nacionales. Y los intereses españoles están aún muy poco presentes en los organismos europeos y en los grupos de trabajo de la Comisión Europea, que es donde se construye de verdad Europa.

La segunda condición es que los españoles seamos capaces de articular un nuevo contrato social, un new deal, para fortalecer una economía productiva, innovadora y con capacidad de crear empleo de calidad y buenos salarios. Para lograrlo necesitamos construir una santa alianza entre tres objetivos: fortalecer nuestra base industrial; fomentar el conocimiento útil, aquel que pone en relación la capacidad de crear conocimiento e investigación que hoy tenemos con las necesidades de innovación de la industria, y fortalecer la capacidad de empleo de calidad mediante una formación profesional vinculada directamente a la industria. Sobre esta santísima trinidad hablaré en mi próximo artículo.

Antón Costas es catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona

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