Las orejas al lobo
El BCE le ha visto las orejas al lobo de la deflación. La japonización de la eurozona dejo de ser una advertencia de exagerados para cobrar cierta virtualidad a medida que se conocían los últimos registros de inflación. Entre elevadas tasas de paro, contracción de la renta disponible de las familias y moderada reducción de su endeudamiento, la presunción de que los precios pueden seguir bajando inhibirá aún más las decisiones de gasto. Y diferir la recuperación de la demanda interna es hacerlo con la superación de la crisis, renovando las amenazas que pesan sobre la integridad de la eurozona. Por eso es comprensible la decisión adoptada por el BCE.
La baja inflación se instalará en la eurozona durante un “prolongado periodo de tiempo”, ha admitido el BCE: a esa tasa de variación de los precios en octubre del 0,7% probablemente le sucedan otras más bajas. Por eso han sido adecuadas las decisiones de recortar el tipo al 0,25% y el de la Facilidad Marginal de Crédito al 0,75%, al tiempo que extiende el régimen de full allotment para las operaciones principales de financiación y las de largo plazo (LTRO, a través de las cuales suministra financiación ilimitada y barata a los bancos) hasta 2015. Como oportuna ha sido esa manifestación de que entre su “artillería” quedan todavía otras armas, como la aplicación de tipos negativos a los depósitos de los bancos en el BCE, si la desinflación amenaza en mutar en deflación.
Es probable que la actitud del BCE no sea del agrado de los más fervientes defensores de la tradición del Bundesbank, a cuya imagen y semejanza nació el BCE. La decisión del jueves no fue unánime, pero el Consejo de Gobierno ha optado por lo que más le interesa a la eurozona. Al actuar y comunicar en la forma que lo ha hecho, esa institución demuestra que se ha tomado en serio su muy restrictivo mandato consistente en garantizar la estabilidad de precios. En las actuales circunstancias, ese territorio en el que ha entrado la tasa de inflación es más inquietante que si estuviera próxima a ese 2% de objetivo que tiene marcado a modo de límite.
Aunque la reacción de los mercados financieros no deba ser la única referencia, ni la más importante, para juzgar la adecuación de esas decisiones, no pueden pasarse por alto los efectos favorables que ha tenido sobre las curvas soberanas y los tipos interbancarios. Y desde luego, sobre el tipo de cambio del euro, todavía un freno a la competitividad de no pocas empresas que tratan de paliar la debilidad de sus mercados domésticos con ventas fuera de la eurozona.
Es verdad que estas decisiones del BCE apenas contribuirán a abaratar las cargas de los endeudados. Tampoco garantizan la existencia de nuevos flujos crediticios, a menos que las inyecciones de liquidez a los bancos queden de alguna forma condicionadas al aumento del crédito a las pequeñas y medianas empresas de las economías periféricas, y a tipos de interés razonables, menos reveladores de la fragmentación financiera que sufre el área monetaria.
Siendo necesarias esas actuaciones del BCE, las amenazas que pesan sobre la recuperación de la eurozona solo se alejarán cuando las demás instituciones y Gobiernos contribuyan a legitimar su celo por la preservación de la moneda única como lo acaba de hacer el banco central. Ello exige acompañar el ajuste fiscal y salarial del sur de inequívocas decisiones de estímulo en las políticas fiscales y de rentas en las economías del norte. De lo contrario, la diferencia más relevante con los años de estancamiento de Japón, será básicamente la existencia de una tasa de desempleo en aquella economía mucho más baja que la que seguirá soportando la eurozona.
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