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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

¿Adiós a los mercados emergentes?

Varios países en desarrollo han logrado desacoplar ciclos políticos y ciclos financieros

El entusiasmo por los emergentes parece haberse enfriado. De repente, a lo largo de 2013, los inversores parecen haber (re) descubierto que todo lo que brilla en los mercados emergentes no es oro. La ola de protestas, de Brasil hasta Turquía, pasando por Perú o Rusia, recordó a los neófitos que estos mercados son, ante todo… emergentes, es decir, economías altamente expuestas a brotes sociales masivos e infartos políticos repentinos. Los acontecimientos en Egipto y en Siria y en el norte de África lo recuerdan también de manera trágica.

De hecho, uno podría definir una economía emergente precisamente como un país en el cual los ciclos políticos y sociales tienen impactos de gran calado en los ciclos económicos y financieros. Como lo hemos apuntado en el libro publicado en 2013 (Banking on democracy: financial markets and elections in emerging countries, MIT Press, 2013), las últimas tres décadas han sido marcadas en estos países por una multitud de crisis financieras masivas, cuyos desencadenantes tenían (casi) siempre ingredientes políticos. Durante muchos años el paradigma ha sido México, una economía sometida a crisis financieras y económicas cada seis años. Esta puntualidad metonímica marcó la vida del país: todos los sexenios, conforme los votantes iban a las urnas, se desataban turbulencias financieras, desplomes de las Bolsas y, a veces, crisis globales, como la abierta por México en 1982 (año electoral). De nuevo en 1994 se repetiría el patrón con el famoso Tequilazo, como había ocurrido en 1978 y ocurriría de nuevo en 1988, todos ellos también años electorales.

Este fenómeno no ha sido específico de México: las grandes crisis brasileñas de 2002 o la argentina de 2001 se desataron en años electorales. Tampoco ha sido exclusivo de América Latina. En Turquía, Rusia, Corea o Indonesia, las crisis financieras tuvieron ingredientes, causas y efectos políticos. Los disturbios de 2013 en las calles turcas, brasileñas, peruanas o egipcias tienen ecos en las Bolsas locales y atizan las preocupaciones de los inversores, tanto nacionales como internacionales. Las primaveras árabes que han recorrido toda África del norte y Oriente Próximo entre 2010 y 2013 recuerdan que los mercados-frontera siguen siendo nitroglicerina financiera, inestables y (a veces) altamente explosivos. Igualmente, las expropiaciones y nacionalizaciones sufridas por algunas multinacionales españolas (y de otros países) en Argentina, Venezuela o Bolivia en los últimos años también operan como una llamada de atención: el riesgo político no es una ficción remota en los emergentes.

Sin embargo, algo cambió en la década pasada. Los vientos nuevos se llevaron con ellos algo del fuerte olor de azufre de estas economías. En 2000 algo inédito ocurría en México: por primera vez el ciclo político se desacoplaba del ciclo financiero. Dicho de otra manera, la alternancia política vivida en México, con la llegada al poder de un nuevo partido político después de 70 años, no provocaba, como en los sexenios anteriores, un infarto en los mercados. Las siguientes elecciones celebradas en México confirmarían la tendencia: los ciclos políticos en este país dejaron de ser motivos de crisis financieras y económicas. La elección y la llegada al poder del actual presidente, Enrique Peña Nieto, no causó ningún revuelo bursátil. México no ha sido un caso aislado; al contrario. Unos años antes, la reelección de Lula en Brasil, en 2006, también sancionó un desacople de los ciclos electorales y financieros. Por primera vez, el candidato y luego presidente Lula no provocaba espantadas de los inversores, como había ocurrido en 2002 y en anteriores ocasiones. En América Latina el precursor de estos desacoples ha sido Chile: desde la década de los noventa, las elecciones presidenciales no son motivo de turbulencias en los mercados. Chile tendrá de nuevo una elección presidencial en noviembre de 2013, y como en ocasiones anteriores, es de esperar que no sea motivo de ninguna disrupción financiera y económica, gane quien gane. Apuesto que también ocurrirá lo mismo en Colombia cuando el país elija a su nuevo presidente en mayo de 2014 y luego en Brasil (octubre del mismo año).

EE UU y Europa sufren abruptos movimientos en las Bolsas y las primas de riesgo

Si bien las Bolsas se dan puntualmente algún susto electoral, como ocurrió en julio de 2011 en Perú con la llegada al poder de Ollanta Humala, lo llamativo de esta última década es cómo algunos de los emergentes han deshecho esa maldición política, cómo desengancharon los movimientos bursátiles abruptos de los procesos electorales. De ahí que podamos pensar que algunos de ellos sean cada vez menos emergentes y se estén normalizando. Y aquí viene la otra gran paradoja de esta nueva década: mientras Brasil, México, Rusia y Corea del Sur desacoplaron sus ciclos, en los países de la OCDE, y en Europa en particular, cada vez más las variables políticas interfieren con las variables financieras. La crisis europea se abre de hecho con las elecciones de 2010 en Grecia y la llegada del PASOK al poder. Luego, cada elección en un país europeo bajo sospecha, la dimisión de algún ministro relevante o la quiebra de una coalición (e incluso las reuniones burocráticas en Bruselas) ha sido una ocasión para disparar las primas de riesgo, provocar rebajas de ratings o caídas contundentes de las Bolsas. Lo mismo está ocurriendo con EE UU: la crisis de 2008 y la caída de Lehman Brothers en septiembre de ese año también coincidieron con la elección presidencial (dos meses después, en noviembre).

Estamos así ante una doble paradoja: mientras los emergentes se gradúan —con grados de inversión y desacoples entre ciclos políticos y ciclos financieros—, EE EUU y Europa experimentan el movimiento contrario —rebajas de ratings y pérdidas de la calificación triple A, movimientos abruptos en las primas de riesgo y en las Bolsas, todo ello en función de las incertidumbres amplificadas por la política. La quiebra del Gobierno en Bélgica u Holanda, las elecciones en Italia o la dimisión de un ministro en Portugal, todos estos eventos políticos tienen ahora ecos a veces múltiples en los mercados financieros. La elección presidencial francesa de 2012, con la llegada de un socialista al poder después de 20 años, provocó el nerviosismo en todas las Bolsas europeas, tensando las primas de riesgo en Grecia y los demás periféricos y demostrando si fuera necesario que (casi) ningún país europeo es ahora inmune.

Las fronteras entre las categorías países emergentes y países OCDE se han borrado. Cada vez más países emergentes son miembros de la OCDE (Chile e Israel entraron, por ejemplo, en 2010). Algunos incluso (como Singapur) se incorporaron al muy selecto club de los países triple A, mientras la mayoría de los europeos perdía la calificación. ¿Llegó la hora de decirle adiós a los emergentes como categoría cómoda y lectura fácil de un mundo que ya es historia y del siglo pasado?

Javier Santiso es profesor de ESADE Business School y autor de Banking on Democracy (MIT Press, 2013).

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