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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El club del rencor

La única forma de entender la negativa a ampliar Medicaid es verla como un acto de puro rencor

Paul Krugman
Una silla de ruedas abandonada fuera de un centro médico en Atlanta.
Una silla de ruedas abandonada fuera de un centro médico en Atlanta.David Goldman (Ap)

Los republicanos de la Cámara de Representantes han votado 37 veces a favor de revocar la ObamaRomneyCare, la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible, que crea un sistema nacional de seguros sanitarios similar al que tiene Massachusetts desde 2006. No obstante, casi toda la ley entrará plenamente en vigor a principios del año que viene.

Hay, sin embargo, una forma de obstrucción que sigue estando al alcance del Partido Republicano. El año pasado, el fallo del Tribunal Supremo que confirmaba la constitucionalidad de la ley también otorgaba a los estados el derecho de no aplicar uno de los elementos del plan, una ampliación de Medicaid financiada por Gobierno federal. Efectivamente, algunos estados dominados por los republicanos parecen dispuestos a rechazar la ampliación de Medicaid, al menos al principio.

¿Y por qué querrían hacer eso? No van a ahorrar dinero. Al contrario: perjudicarán sus propios presupuestos y deteriorarán sus economías. Y el rechazo a Medicaid tampoco sirve a ningún fin político claro. Como explicaré después, probablemente perjudique a los republicanos durante los años venideros.

No, la única forma de entender la negativa a ampliar Medicaid es verla como un acto de puro rencor. Y el coste de ese rencor no solo va a traducirse en dólares perdidos; también se traducirá en un sufrimiento gratuito para algunos de los ciudadanos más vulnerables.

Una breve introducción: la Obamacare se sostiene sobre tres pilares. Primero, las aseguradoras deben ofrecer la misma cobertura a todo el mundo independientemente de su historial médico. Segundo, todo el mundo debe contratar un seguro —la famosa “obligatoriedad”—, de modo que las personas jóvenes y sanas no puedan optar por esperar a hacerse mayores o enfermar para asegurarse. Tercero, las primas estarán subvencionadas, a fin de que todo el mundo pueda permitirse el seguro. Y este sistema entra en vigor el año que viene, les guste o no a los republicanos.

Según este sistema, por cierto, algunas personas —fundamentalmente individuos jóvenes y sanos que ahora mismo no están asegurados por sus empresas y cuyos ingresos son demasiado altos para beneficiarse de las subvenciones— terminarán pagando más por el seguro de lo que pagan ahora. La gente de derechas está proclamando a bombo y platillo este detalle como si fuera una especie de horrible sorpresa, cuando de hecho, todo el mundo lo sabía perfectamente desde que empezó el debate. Y, por lo que sabemos, se trata de un número reducido de personas que, por definición, son relativamente adineradas.

Aquí tenemos un caso en el que los políticos gastan mucho dinero en hacer daño a los pobres

Volvamos a la ampliación de Medicaid. La Obamacare, como acabo de explicar, cuenta con subvenciones para hacer que los estadounidenses con rentas bajas puedan permitirse un seguro médico. Pero ya tenemos un programa, Medicaid, que proporciona cobertura sanitaria a los estadounidenses con rentas muy bajas, a un coste que las aseguradoras privadas no pueden igualar. De modo que la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible, con buen criterio, recurre a una ampliación de Medicaid en vez de al sistema de seguro obligatorio más subvención para garantizar la asistencia a los pobres y casi pobres.

Pero Medicaid es un programa conjunto del Gobierno federal y los estados, y el Tribunal Supremo ha permitido a los estados no llevar a cabo la ampliación si no quieren. Y parece que algunos estados van a aprovechar esta “oportunidad”. ¿Qué va a significar esto?

Un nuevo estudio de RAND Corporation, una institución investigadora no partidista, analiza las consecuencias de que 14 estados cuyos gobernadores han declarado estar en contra de la ampliación de Medicaid rechacen efectivamente la ampliación. El estudio llega a la conclusión de que la consecuencia sería un tremendo golpe económico: los estados que la rechacen perderían más de 8.000 millones de dólares de ayudas federales y también se verían en la tesitura de tener que pagar unos 1.000 millones de dólares más para cubrir las pérdidas en las que incurrirían los hospitales al tratar a quienes no estén asegurados.

Mientras tanto, al rechazar Medicaid se negará cualquier cobertura sanitaria a unos 3,6 millones de estadounidenses y, de estas víctimas, prácticamente todas estarán viviendo cerca del umbral de pobreza o por debajo de él. Y dado que la experiencia nos demuestra que la ampliación de Medicaid va asociada a una disminución considerable de la mortalidad, esto se traduciría en muchísimas muertes evitables: unas 19.000 al año, según calcula el estudio.

Piensen en ello un minuto. Una cosa es que los políticos se nieguen a gastar dinero en ayudar a los pobres y los vulnerables; esa es la historia de siempre. Pero aquí tenemos un caso en el que, en la práctica, los políticos están gastando grandes cantidades, en forma de ayuda rechazada, no en ayudar a los pobres sino en hacerles daño.

Y como he dicho, ni siquiera tiene sentido como política cínica. Si la Obamacare funciona (y funcionará), millones de votantes con rentas medias —la clase de personas que podría apoyar a cualquiera de los dos partidos en futuras elecciones— disfrutarán de grandes beneficios, incluso en los estados que rechacen la ampliación. Así que este rechazo no va a desprestigiar la reforma sanitaria. Lo que puede que sí haga, sin embargo, es dejar claro a los votantes con rentas más bajas —muchos de ellos no blancos— lo poco que al Partido Republicano le importa su bienestar, y aumentar la ya considerable ventaja que el Partido Demócrata le saca, especialmente entre los latinoamericanos.

En otras palabras, racionalmente, los republicanos deberían aceptar su derrota en el terreno sanitario, al menos por ahora, y pasar a otra cosa. Sin embargo, su resentimiento parece anular todas las demás consideraciones. Y millones de estadounidenses pagarán el precio.

Paul Krugman es premio Nobel 2008 y profesor de Economía en Princeton

© New York Times Service 2013

Traducción News Clip

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