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Los banqueros centrales hechizan Davos

Davos convierte en estrellas a los responsables de los organismos monetarios Lagarde pide a los Gobiernos que no se relajen con las reformas y los ajustes

Alicia González
Mark J. Carney, gobernador del Banco de Canadá, en Davos.
Mark J. Carney, gobernador del Banco de Canadá, en Davos. Chris Ratcliffe (Bloomberg)

Alguien comentaba que, comparadas con las reuniones de Davos, las de la Organización de Países Exportadores de Petróleo (OPEP) parecían una convención de monjes tibetanos y no le faltaba parte de razón. El Foro Económico Mundial ha crecido tanto en tamaño y espectacularidad que cada año se parece más a un festival lleno de estrellas. De todo tipo: empresariales, universitarias, políticas, económicas y, en esta ocasión, hasta la realeza del centro y norte de Europa se han sumado al espectáculo.

Aunque, en realidad, las verdaderas estrellas de esta edición han sido los gobernadores y los presidentes de los bancos centrales. “Ustedes son nuestros nuevos héroes, los banqueros centrales son nuestros héroes y les debemos estar agradecidos”, llegó a decir en un debate un entusiasta Anshu Jain, co-consejero delegado de Deutsche Bank. Los escasos debates sobre los retos que afrontan las economías desarrolladas y las emergentes y cómo manejar el fin de la crisis han tenido lugar alrededor, casi en exclusiva, de la política monetaria. Incluso de forma importada, a través del enfrentamiento que han mantenido el Bundesbank y el Banco de Japón en torno a la amenaza nipona de acabar con la independencia del banco central y el riesgo de que ello derive, según el alemán, en una guerra de divisas.

En la edición de este año del Foro Económico Mundial ha reinado una cierta complacencia

“Los bancos centrales no deben suplir los errores de los políticos”, advertía desde Davos la canciller Angela Merkel. Pero la crisis ha acabado con muchos mitos, incluso con ese. “El límite de actuación es nuestro mandato, la estabilidad de precios. Y la política desarrollada por la entidad en esta crisis demuestra que podemos hacer mucho dentro de nuestro actual mandato”, reconvenía un exultante presidente del Banco Central Europeo (BCE), Mario Draghi, ahora bajo cuestión por su papel en la supervisión del Monte dei Paschi, en su época de gobernador del Banco de Italia.

Porque una letanía inevitable allí donde había un responsable económico, un banquero central o un alemán —en este caso, daba igual en que trabajara— era insistir en que la política monetaria no lo puede todo y en que los Gobiernos deben hacer su parte para poner en marcha la economía real y seguir adelante con los ajustes y las reformas. “Me preocupa la sobredependencia que hemos generado en torno a los bancos centrales. Parecen el único jugador del partido. Y pueden comprar tiempo, pero no resolver los problemas. El debate ha cobrado una dimensión absurda”, decía un antiguo banquero central, Axel Weber, ahora al frente de UBS. Existe la amenaza, como decía la directora gerente del Fondo Monetario Internacional, de que sin ese impulso reformista o una relajación de la austeridad provoque una recaída en la crisis. “¡No se relajen!”, pidió ayer Christine Lagarde a los Gobiernos, sobre todo europeos.

Es lo que Mark Carney, la estrella de todos los banqueros, ahora al frente del Banco de Canadá y a partir del 1 de julio frente al Banco de Inglaterra, denomina riesgo de complacencia. “Cuando llegue aquí el jueves por la noche, el tema era que el riesgo de un episodio desordenado se había reducido notablemente. Anoche en la cena, ya se daban por eliminados. Y los riesgos son aún muy elevados”, clamaba ayer. No son pocos los responsables políticos que han alertado que la banca en la sombra sigue sin regular, que el sector sigue trabajando con productos muy complejos y que sigue teniendo un peso demasiado grande en la economía.

Un riesgo latente es el impacto de la inyección masiva de liquidez en la inflación futura

El debate sobre el día después de la crisis y la retirada de los estímulos no ha hecho más que empezar, pero ha puesto en evidencia que “no hay un solo mundo”, como apuntaba Ray Dalio, presidente de Bridgewaters Associates, uno de los mayores fondos de inversión del mundo. Dalio ponía como ejemplo el rápido crecimiento del endeudamiento en China en contraste con la recesión en Europa. De ahí que el presidente de la corporación China de Inversiones (CIC), Jin Liqun, pusiera el acento en el riesgo inflacionista derivado de la liquidez masiva inyectada por los bancos centrales en la crisis. “Quizás hay que frenar a los bancos centrales”, decía Liqun. Y lo cierto es que es un terreno incierto para todos. “Tenemos que ser modestos y reconocer que no sabemos qué nos traerán estas políticas en el futuro”, admitía el gobernador del banco de Italia, Ignazio Visco.

Esa discusión quedará para otra edición. Davos funcionó ayer a medio gas, con buena parte de los participantes en las pistas de esquí, un hecho que Carney atribuía, entre bromas y veras, a la complacencia que se había instalado entre los hombres de negocios que acuden a este Foro Económico, el primero de los últimos cinco años sin riesgo de catástrofe inminente. Solo una pequeña manifestación empañó el soleado día. Tres activistas, una ucrania y dos francesas, pertenecientes al grupo feminista Femen protestaron en topless, pese a los 14 bajo cero, contra la élite mundial concentrada en Davos.

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Sobre la firma

Alicia González
Editorialista de EL PAÍS. Especialista en relaciones internacionales, geopolítica y economía, ha cubierto reuniones del FMI, de la OMC o el Foro de Davos. Ha trabajado en Gaceta de los Negocios, en comunicación del Ministerio de Economía (donde participó en la introducción del euro), Cinco Días, CNN+ y Cuatro.

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