¿No hay alternativa?
La recesión demuestra que Europa no encuentra el equilibrio entre disciplina fiscal y crecimiento
El rigor es necesario, siempre que no se convierta en rígor mortis. Los números, tozudos números, empiezan a demostrar lo que hasta ahora ha sido una especie de secreto a voces: Europa no ha sabido encontrar un equilibrio entre disciplina fiscal y crecimiento. La política económica de inspiración alemana ha llevado a demasiados países a poner en marcha políticas presupuestarias demasiado contractivas al mismo tiempo. Ha obligado incluso a consagrar ese dogma de fe (los déficit están prohibidos; cualquier pecado al respecto conlleva una dura penitencia) en las constituciones y en los tratados, a pesar de que parecía claro que la salida de esta crisis no pasa por gestionar igual la zona euro de punta a cabo.
Las políticas keynesianas permitieron evitar una segunda Gran Depresión: pero fue un error recetar keynesianismo en todas partes, al mismo tiempo, y con la misma dosis sin tener en cuenta las condiciones de cada país. La zona euro se ha pasado ahora justo por el otro extremo: habría que permitir pisar el acelerador o el freno con el gasto público en función de las condiciones de cada economía, pero en cambio se ha impuesto una política de talla única —y lo que es más grave: se ha dado a entender que no había alternativa— y ahora solo se permite pisar el freno.
El impulso que quiso dar en su día el presidente francés François Hollande a las políticas de crecimiento no se ha visto por ningún lado. Los países con margen de maniobra, como Alemania, se desviven por no gastar un euro más de lo que debieran. En esas condiciones, la Europa del Sur, que ha aplicado políticas de austeridad a rajatabla, se desangra por esa mecánica rudimentaria de las políticas fiscales aplicadas con mano de hierro por las presiones de Bruselas, Fráncfort y Berlín (aunque quizás el orden debería ser el inverso).
Las protestas de ayer son solo el principio: los sociólogos explican que el “silencio de las víctimas” se acabará en breve. Las sociedades pueden resistir devaluaciones internas como las de ahora siempre que vean un horizonte de salida; de lo contrario, el jaleo está asegurado con experimentos sociales como el de Portugal, que llegó a bajar salarios para darle ese margen a sus empresas, algo que al final fue rechazado, y experimentos económicos como el de España, que se ha visto obligada a subir el IVA en plena recesión. “Desde un punto de vista abstracto siempre se puede atender una deuda. Pero hay un umbral político, social, moral incluso más allá del cual esa política se hace inaceptable”, escribió Jack Boorman, del FMI, hace unos años. (Paradójicamente, el FMI parece últimamente la única institución que recuerda este tipo de cosas; quizá por eso Berlín se ha enfrentado abiertamente al Fondo en las últimas semanas en temas como el de Grecia, pero esa es otra historia).
“Europa ha entrado en un nuevo mundo prácticamente sin tener conciencia de ello”, dice Jean Pisani-Ferry, del think tank de Bruselas Bruegel. El fantasma de un Gobierno ausente (Comisión, Consejo y Eurogrupo no han podido eliminar la sensación de que ese viraje está comandado por Alemania, y Francia aún no acierta a decir esta boca es mía porque atraviesa una grave situación económica que aún no ha emergido completamente) y la falta de un dispositivo de seguridad en la eurozona han acabado pariendo un modelo de gobernanza discutible.
La Comisión no cambia de discurso pese a que las orejas del lobo de la recesión ya han aparecido, en parte por el sobreajuste en la periferia, que no se ha compensado con políticas de crecimiento donde ese tipo de alegrías eran posibles. Con la esperanza de tranquilizar a los mercados, Europa ha presionado para recortar los déficit públicos y se ha olvidado del crecimiento y de graduar el ajuste. La consolidación fiscal se convierte así en una chaqueta de fuerza. Y Europa es incapaz de desembarazarse de ella: el dogma sigue ahí a pesar de que los números decretan recesión y pesimismo. Con la boca pequeña, varias fuentes de Bruselas apuntan a que quizá haya que esperar a que la recesión llegue a Alemania y la crisis de la deuda a Francia para empezar a ver, de veras, dinero sobre la mesa, y no solo vehículos financieros, mecanismos y demás complicadísimos sistemas de resolución de crisis.
En medio de este desaguisado, las izquierdas siguen vagando por Bruselas como fantasmas, y es Berlín quien está al volante prácticamente en solitario. Esta crisis tenía que dejar atrás los dos grandes axiomas de los últimos años: la racionalidad de los mercados (que durante una década se equivocaron de medio a medio asignando el mismo riesgo a Grecia, a España y a Alemania, explica el economista Paul De Grauwe) y lo que el profesor Antón Costas llama “la perversión de la política”, que tenía que dejar paso a una nueva forma de gestionar después de la tormenta que al cabo no termina de aparecer.
Todo sigue igual: Europa sigue anclada en un intermezzo en el que el nuevo orden no acaba de llegar y el antiguo régimen se resiste a desaparecer. No hay cambio de política económica a pesar de que los errores de diagnóstico y de prescripción se demuestran un dato tras otro. A pesar del martillo de Eurostat, no se detectan grandes virajes a la vista. No va a haber un presupuesto europeo capaz de hacer políticas anticíclicas cuando sea necesario. No parece que vaya a haber una unión bancaria lo suficientemente potente como para paliar los errores de diseño del euro. Ni siquiera con las minucias Europa tiene la grandeza suficiente como para reconocer los errores: Grecia vuelve a estar a los pies de los caballos tras el fracaso del Eurogrupo de esta semana.
España es otro caso de libro de que las cosas no funcionan y aún así nada cambia. El comisario de Asuntos Económicos, Olli Rehn, aseguró ayer que Madrid no deberá acometer nuevos recortes para corregir los más que probables desvíos en la meta de déficit en 2012 y 2013. Y sin embargo, “sería un error interpretar eso como un final para la austeridad”, explica Wolfgang Münchau, director de Eurointelligence; “habrá necesidad de tomar nuevas medidas de austeridad adicionales en 2014, lo que supone que la disciplina fiscal va a continuar durante la recesión”. Eso es una suerte de condena: lo que están deletreando desde hace meses los dichosos mercados no es “recorte usted el déficit” sino “asegúrese de que va a volver el crecimiento”. Con más y más recortes, con subidas fiscales adicionales, en ausencia de verdaderas ayudas y de políticas de crecimiento en el Norte, la salida del túnel que parece ver algún ministro conduce en el Sur de Europa directamente al mar.
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