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Columna
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Fraude o ignorancia

Nada tiene que ver el PP teórico de antes del 20 de noviembre con el posterior.

Joaquín Estefanía

¿No tenía el PP idea alguna de la profundidad y la naturaleza de la crisis económica (como en su momento le sucedió a Zapatero, por lo que fue acuchillado dialécticamente) o, conociéndola, perpetró un gigantesco fraude con su programa electoral? ¿Tenía un programa oculto —que es el que se está aplicando—, como sostenían algunos, o no tenía nada, como decían otros? ¿Son sectarios sus principales representantes en el Gobierno o unos malos gestores? Cuando pase el tiempo y se analice con un poco de distancia el periodo actual, los politólogos habrán de abrir un capítulo en relación con la calidad de la democracia, al comparar la práctica política aplicada por el equipo de Rajoy con lo que decía en la oposición, inmediatamente antes de llegar a La Moncloa.

No se trata, una vez más, de establecer las analogías y diferencias entre lo que decían y lo que han hecho en materia de abaratamiento y facilidades para el despido, subidas de impuestos directos e indirectos, deducciones para la compra de vivienda o adelgazamiento de la inversión pública en I+D. Es que todo el programa electoral (en sus dos versiones, la completa titulada Lo que España necesita, o la abreviada, Súmate al cambio. 100 propuestas para el cambio) es un sinsentido en lo concreto y en lo filosófico. Nada tiene que ver el PP teórico de antes del 20 de noviembre con el posterior, lo que acentúa las preguntas iniciales: ¿era ignorancia o engaño?

No son las contradicciones ya conocidas. Es que todo el programa del PP es un sinsentido si se compara con lo hecho

Obsérvense los ejes fundamentales del programa electoral, entre los que figuran textualmente el crecimiento económico y la generación de empleo, la mejora de la educación, la garantía de la protección social con la sanidad y la educación como prioridad, el fortalecimiento institucional y la regeneración política o la fiabilidad en el exterior. Se podrían entender algunos pasos atrás conforme avanzan los problemas económicos, pero no aquella apelación al diálogo sobre “todas las acciones y acuerdos políticos” que ofrezcan soluciones duraderas, en relación a las permanentes calabazas dadas a la oposición sobre un pacto de Estado para salir de la crisis. O las llamadas a la revitalización al Parlamento, reconociendo “el derecho de la oposición a promover iniciativas” o recuperando “el sentido constitucional del decreto-ley”, cuando casi el 80% de las iniciativas mandadas por el Gobierno a las Cortes se han hecho por este procedimiento sin que muchas de ellas estuviesen acuciadas por la urgencia que lo justifica.

Tanto desgaste en la palabra dada en tan pocos meses. Como cuando el PP defiende en su texto programático el compromiso a “preservar el carácter universal y la calidad de los servicios públicos que conforman el Estado de bienestar” o “con el mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones”. ¿Es posible que en las filas de la derecha haya quien siga defendiendo, sin sonrojarse, que los elementos claves de su proyecto (“ilusionante”) se centran en la generación de empleo y de oportunidades, la movilidad social y el compromiso con el bienestar, cuando toda la política económica de estos seis meses ha ido en dirección contraria?

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