¡Vivan los cómicos!
1 Hoy, después de haber visto ayer No habrá paz para los malvados, la película de Enrique Urbizu, lo que más me pone es hacer un elogio tremendo de José Coronado. No conozco a Coronado, no soy cómico (al menos no soy actor), mi relación con los cómicos españoles es mínima y en el cine español sólo tengo un amigo. Advierto esto porque a veces da la impresión de que cualquier elogio del cine español resulta ya sospechoso, como si sólo pudiera hacerlo quien tiene algún interés personal en él. Es verdad que resultan sonrojantes los ataques de entusiasmo gremialista que aquejan a algunos cómicos españoles, pero también es verdad que no son más sonrojantes que las grotescas pretensiones de tanto literato cebado de petulancia que abomina por principio de cualquier película española: en el mejor de los casos, esto último es esa forma de provincianismo a la inversa que consiste en creer que todo lo que viene de dentro es malo y todo lo que viene de fuera es bueno; en el peor de los casos, es una simple manifestación de un complejo de inferioridad. Por lo demás, no conozco razones para sostener que el cine español de los últimos 50 años es menos rico que la novela, la poesía o el ensayo español; si acaso, hay razones para sostener más bien lo contrario.
"Siento gratitud por estos tipos que dejaron de vivir su propia vida para enriquecer la nuestra"
2 Bien. La película de Urbizu es estupenda, pero Coronado está colosal en su papel de policía legendario con un oscuro pasado y un presente abyecto que alcanza al final de la historia una extraña, sangrienta forma de redención. Como Ryan Gosling en Drive, Coronado pronuncia poquísimas palabras, pero dice una enorme cantidad de cosas y consigue el milagro de que salgamos del cine conmovidos por el destino de un policía tan corrupto y destruido por el alcohol y la derrota como el que interpretó Harvey Keitel en Bad lieutenant. Qué cosas: Coronado -este tipo al que tantos consideraban un guaperas sin sustancia- tuteándose con los grandes. Aunque, bien pensado, no es una historia infrecuente entre los cómicos españoles. A Fernán-Gómez, todos queríamos ponerle estatuas cuando era viejo, pero cuando era joven le escupíamos por el colmillo (como para extrañarse de que al final de su vida mandase a la gente a la mierda). Y no se me olvida el titular que publicó este periódico al día siguiente de la muerte de López Vázquez: López Vázquez, patrimonio nacional. ¿Patrimonio nacional? ¡Dios santo! ¡Con lo que nos habíamos pitorreado de él cuando se ganaba la vida como un valiente en bodrios tipo Lo verde empieza en los Pirineos o El divorcio que viene! Todos aceptamos ya -qué remedio- que Bardem, Banderas o Cruz son actores formidables, pero ¿qué me dicen de Antonio Resines, un tipo que llena la pantalla con la misma autoridad con que la llenaba Fernán-Gómez y que ha encarnado tan bien como López Vázquez al español común? ¿Qué me dicen de Sancho Gracia, con su aire rocoso de Harvey Keitel hispano?
3 Mentí: yo también soy cómico. La primera vez que interpreté un papel fue hace 35 años, cuando mi profesor de música en los Maristas, alias Beethoven, montó una versión teatral de La naranja mecánica en la que interpreté a un borracho asqueroso que destrozaba a bastonazos la estatua de la Inmaculada que presidía la entrada del colegio. Yo, a qué negarlo, estaba muy en mi papel, y la interpretación cosechó grandes elogios, al menos por parte de mi madre, pero lo cierto es que a continuación no me llovieron las ofertas. Sólo 30 años más tarde David Trueba volvió a ofrecerme otra oportunidad: se trataba de interpretar a un borracho asqueroso que orina en una calle de Madrid mientras piropea a Pilar López de Ayala. Yo habría aceptado el papel aunque el guion me hubiera exigido hacer el espagat ataviado con el traje regional extremeño, pero antes de contestar le hablé a David de Beethoven y su versión de La naranja mecánica y le pregunté: "¿No crees que corro el riesgo de encasillarme?". David entendió, y el resultado, espléndido, pueden verlo en su película Bienvenido a casa. Pero mi carrera no acaba de despegar.
4 Hablando de Sancho Gracia. La gente de mi edad se crió con la televisión que dirigía Adolfo Suárez, donde el futuro presidente nos alimentaba con los westerns de John Ford (hechas las sumas y las restas, una de las mejores cosas que nos han pasado en la vida), pero también con series de producción española: nuestro primer D'Artagnan fue Sancho Gracia; nuestro primer Raskolnikov, José Luis Pellicena; nuestro primer conde de Montecristo, Pepe Martín; nuestro primer David Copperfield, Paco Valladares; nuestro primer Jean Valjean, Pepe Calvo. Así que yo sospecho que muchos ya nunca pudimos leer Los tres mosqueteros, Crimen y castigo, El conde de Montecristo, David Copperfield o Los miserables sin ponerles a sus protagonistas la cara de aquellos cómicos españoles. Sólo por eso uno siente gratitud por estos tipos que dejaron de vivir un poco su propia vida para vivir otras y enriquecer la nuestra.
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