Todo está en su sitio
He aquí una imagen que parece remitir a un mundo protector, en el que todo funciona. Funciona la cerilla, funciona el rascador de la caja (muy bella, por cierto), funciona la pipa, funcionan los pulmones del hombre que la sujeta entre los dientes, funcionan sus ojos (y de qué manera), funcionan las gafas y funcionan las orejas sobre las que se asientan las patillas de las gafas. ¡Qué bien se debe de estar, por otra parte, dentro de esa chaqueta tan acogedora! ¡Qué eficacia la de la camisa blanca y la corbata oscura en el conjunto! La lámpara, con la sombra que proyecta sobre la pared, transmite la idea de un rincón íntimo, quizá dedicado a la lectura. No se aprecia el sillón, pero intuye uno que debe de ser cómodo, de los que sujetan los riñones y alivian las molestias lumbares. No se pierdan tampoco la naturalidad con la que colaboran entre sí las manos del sujeto y la postura casual de cada uno de los dedos, como si no hicieran nada del otro mundo. Se me ocurre que si yo fuera ese hombre tranquilo y ahora mismo me diera por levantarme del sillón, encontraría ante mí una casa perfecta, en la que ni gotearía la cisterna del retrete ni haría ruido el motor de la nevera. Aunque tal vez prefiriera permanecer eternamente ahí, donde me encuentro, saboreando la primera bocanada de humo que se mezcla ya con la saliva, mientras la expresión del tipo hacia el que se dirigen mis ojos me da una idea para el personaje de una novela policiaca que estoy a punto de empezar. Qué vigor el de los microcosmos. Y qué fuerza, aún, la de la fotografía en blanco y negro.
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