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Reportaje:JOSÉ CORONADO | ESTRELLAS

Madurando a lo grande

Carlos Boyero

El fatigoso interrogante ¿el actor nace o se hace? gozó de popularidad en ciertas épocas, pero las inanes respuestas siempre se las llevó el viento. Personalmente me parecen buenos aquellos a los que siempre me gusta ver y escuchar en la pantalla, aunque no tengo más remedio que reconocer el talento en algunos cuya personalidad me desagrada o me deja frío. Hay actores que eran rudos y torpes y que envejecieron como dioses física y emocionalmente, ahí está el admirable Tommy Lee Jones. O guapos aficionados al numerito y al método en su juventud que cuando se despojaron de tics fueron geniales, como Paul Newman. José Coronado no tenía la culpa de poseer su dionisiaco físico, pero tuvo que esperar mucho tiempo para que un director explotara su arte. El regalo mutuo que se ofrecen Enrique Urbizu y él, y de paso a los espectadores, fue impagable en la honda, dura y romántica La vida mancha, o componiendo al expolicía venal, brutal y trágicamente enganchado en el amor al ni contigo ni sin ti de La caja 507. Han vuelto a crear un villano memorable y con matices en No habrá paz para los malvados. Se llama Santos Trinidad. El nombre tiene clave. Coronado se afea, lleva botas de punta y pelos de zumbado, trasiega cubatas con ansia, está lógicamente más solo que la una, da miedo, es un hijo de puta coherente y con un punto épico. Expresa lo máximo con lo mínimo. Es terrible y secreto. Deja poso. El tiempo no podrá machacar esa creación.

Carlos Boyero es crítico de cine en EL PAÍS.

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