El cirujano valiente

La primera vez que le vi fue en su consulta. Yo estaba muy cansado y desesperado con la medicina tradicional. Sentado en mi silla de ruedas frente a él, noté que, mientras hablas, su mente lúcida y rápida comienza a trabajar. Enseguida él es capaz de devolver la esperanza. No es un doctor muy normal, se arriesga contigo y te habla con una seguridad que no te deja dudas. Si algo no funcionase, está preparado para solucionarlo de una u otra forma. En esos momentos es algo que necesitas. Tu terapia pasa a ser doble: tu ánimo en alza y un maestro a tu lado.

No es de muchas palabras, pero sí de ir al grano. Aunque si le pides aclaraciones, te las resuelve sin rodeos. Es un maestro por su habilidad con la microcirugía, placas, tornillos, por la genialidad de sus ocurrencias, porque sabe cómo llevarlas a buen fin, porque se involucra contigo, porque sabe cómo devolver la esperanza.

En su consulta, para las posteriores revisiones, siempre nos vemos una gran familia. Nos hemos juntado los casos extremos que no somos, o no nos sentimos, bienvenidos en otras consultas. Cuando sale en los medios con otro nuevo caso sorprendente, ya sabemos que es otro más de la familia.

Trabaja de manera incansable con su equipo, realizan más de mil operaciones al año. Hay muchos casos desesperados y no se quiere dejar a ninguno. Impone un ritmo de trabajo a su alrededor sin descanso. Su mejor secreto es el trabajo, y su clínica es la mejor escuela para muchos que aprenden del maestro. Y de estos alumnos, que ya son grandes doctores, nos beneficiamos todos.

Igual que su medicina reconstructiva coge parte de un lado para reparar otro, la fundación que lleva su nombre opera en África con el beneficio obtenido aquí. Yo creo que África le tiene muy pillado. Vuelve varias veces al año para operar en largas jornadas, demostrando una vez más su maestría y, sobre todo, su generosidad.

P. A. García Ayala es paciente del doctor Cavadas.