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EL HOMBRE QUE FUE JUEVES
Columna
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Estudio Uno: sí, se puede

Marcos Ordóñez

Como tantos de mi quinta, descubrí a Shakespeare, a Miller, a Ibsen, a Chejov y a Buero en Estudio Uno, en los tiempos en que la primera y única cadena de televisión programaba teatro. Algunas de aquellas filmaciones, vistas de nuevo, nos dan risa; otras mantienen un pulso formidable. No creo que el teatro filmado robara público a la escena, como se temió en un primer momento, sino todo lo contrario: se alimentaron mutuamente. ¿Por qué, entonces, cayó en picado Estudio Uno en los primeros ochenta? Mi teoría es que empezó a perder empuje con la voluntad de "desteatralizar" el producto, es decir, "abrirlo" a exteriores: salvo contadas excepciones, se creó un híbrido de considerable fealdad (ni era cine ni era teatro) que no sedujo a nadie. En otras palabras: que no se supo encontrar un lenguaje específicamente televisivo a la hora de llevar el teatro a la pequeña pantalla. Cuestión de presupuesto o cuestión de desidia, porque bastaba echar un vistazo, sin ir más lejos, a las notables producciones de la BBC, mucho menos costosas que sus grandes series y con una planificación sensata y atenta a todas las claves escénicas. Más tarde, la cadena francesa Arte comenzó a presentar extraordinarios montajes de Chéreau, de Vitez, de Brook, de Bob Wilson. Algunos estaban filmados en salas (en el festival de Aviñón, cada año) y otros reconstruidos en estudio, pero siempre con varias cámaras y una esmerada labor de montaje. Estamos de acuerdo en que nada reemplazará al teatro en directo: ese es su medio natural. Pero yo he dado gracias a los dioses por poder ver (o ver otra vez) grandes espectáculos filmados, desde el Mahabharata de Brook al King Lear de Richard Eyre pasando por Elaine Stricht at the Liberty. Las filmaciones de teatro sirven para fijar lo efímero por naturaleza y para despertar el apetito teatral: están dirigidas a quienes lo vieron y quieren recordarlo y a quienes no lo vieron y quizás así corran a por el siguiente.

No creo que el teatro filmado robara público a la escena, como se temió, sino todo lo contrario

El año pasado, Estudio Uno volvió a televisión con una adaptación de La viuda valenciana, que se me escapó. Sí he visto, en cambio, la versión de Urtain, de Juan Cavestany, que se emitió la semana pasada. Un lujo de versión, grabada en los nuevos estudios de Alta Definición de Prado del Rey, con una gran realización de Andrés Luque, quizás deudora en exceso de la atmósfera de Toro salvaje, de Scorsese, aunque tampoco le pondremos peros al modelo (que, por otra parte, ya impregnaba el montaje original). Y con valores añadidos: cuando yo la vi en el Valle-Inclán no estaba Alberto San Juan en el reparto.

Lo fundamental es que el temblor, la fuerza, la impresionante entrega de los actores y la (nunca mejor dicho) pegada del espectáculo, no han perdido un átomo de voltaje. Apunto una más que posible razón: diría que por primera vez han trabajado en equipo teatreros y "televiseros", incluso a nivel de producción. Andrés Luque ha filmado, pero su tocayo Andrés Lima ha dirigido, de nuevo, la puesta en escena. Se nota, y cómo, la compenetración y la ilusión de ambas partes. Esa indispensable mixtura es, sin duda, el camino a seguir. ¿Teatro en televisión? Sí, se puede, vaya si se puede. Y con un siguiente paso: alternar los clásicos y las obras ya estrenadas con el encargo de piezas nuevas a nuestros dramaturgos, como hizo la BBC en los sesenta, cuando dio cancha a la generación de Pinter, Wesker y Stoppard. (Por lo que me cuentan, Radio 3 ya ha comenzado a hacer lo propio en su espacio Ficción sonora. ¡Que no decaiga!).

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