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Columna
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En honor a los Vázquez

La Democracia Feijoniana debe respirar aliviada. Por fin se va quebrando este insoportable cerco mediático al cual estaba siendo sometida por la hipercrítica e inmisericorde prensa gallega. Medios e inteligencia del país finalmente han comenzado a centrar sus aceradas miradas sobre el verdadero problema de la Nazón de Breogán: la oposición.

La Democracia Feijoniana ha debido de asumir, con gallardía y firmeza pero casi en la clandestinidad, noticias tan excelentes para Galicia como el retraso en las licitaciones del AVE, o que la primera promesa rota del marianismo sea el compromiso de aplazar la devolución de la deuda. No hay tiempo. Los equipos de investigación más avezados en las redacciones del cuarto poder galaico andan ocupados desnudando valientemente las flaquezas de la desnortada alternativa.

El líder del PSdeG ha ganado una posición con el principio de Cela: "El que resiste gana"

El presidente Feijóo ha recuperado su acreditada faceta de tertuliano para explicarnos -así, en plan comentario y tal- que en su opinión operarse en un hospital es una cosa y ducharse otra bien distinta. No pasó de nota a pie de página frente a los folletinescos planes de Carmela Silva para hacerse con la presidencia de su comunidad de vecinos, sin renunciar ni al carné de su videoclub. Wikirrueda ha filtrado que las elecciones se pueden adelantar sin siquiera tener que explicar la razón, entretenidos como estamos con la reproducción en 3D de otro aviso de Beiras sobre la inminente llegada del fin del mundo, mientras todos nos regodeamos en la miseria moral y la inmundicia intelectual; que no digo que no, pero sí que resulta extenuante.

La restauración popular prolongará su ciclo inevitable con una gran victoria, avisan los augures. La izquierda y el nacionalismo caminan juntos de la mano, pero peleados consigo mismos, hacia la derrota segura; quién sabe si hacia la extinción. Los Vázquez encarnan los adversarios soñados por Feijóo. Un argumento que ya hemos escuchado. Feijóo también constituía el candidato ideal para Touriño y el ciclo de bipartito era más seguro que una silla bebé. Rajoy era el contendiente perfecto para los socialistas. No ganaría nunca, decían.

En honor a los Vázquez, conviene decir que la cosa está mal, pero no tan mal. Las crisis en los partidos tras una derrota electoral siempre se suceden así. Como las gripes. Tienen cura, pero solo se curan pasándolas. Hay que pasar por quienes reclaman autocrítica, pero resulta tan conveniente como raro que empiecen dando ejemplo. Se debe pasar entre quienes demandan nuevas ideas, pero siempre se queda uno con las ganas de que expliquen alguna. Es insoslayable oír clamar con más fuerza por nuevos ciclos y más rotación cuantos más años se lleve apalancado en la burocracia del partido. Incluso resulta inevitable sentir la demanda de un proyecto que "ilusione y devuelva la esperanza", como si en lugar de un programa de gobierno se fuera a grabar un disco de La Oreja de Van Gogh.

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Lo cierto es que la interinidad se acaba para la oposición. Los socialistas caminan hacia la consolidación de un liderazgo que ha sabido estar en comisión de servicios y ahora opta a la plaza sin competidores. Por el camino, ha ido pagando el precio de su empeño por acometer una renovación profunda y necesaria entre los cuadros socialistas, desplazando de la primera línea a una generación que se ha ganado a pulso un merecido descanso. No debería negársele ni ese mérito, ni su voluntad de lucha. El ruido que ahora mismo rodea a Pachi Vázquez tiene más que ver con la legítima pelea por la supervivencia que con la disputa efectiva de una posición que ha ganado siguiendo aquel principio formulado por Cela: "En este país, el que resiste gana".

Los nacionalistas afrontan una asamblea en la que, por primera vez, concurre un grupo pequeño y bien organizado dispuesto a echar a los demás para quedarse con la marca. A Guillerme Vázquez debe apuntársele el mérito de haber dinamitado la posibilidad de otro falso consenso y, de paso, abrir una oportunidad para que emerja un liderazgo renovado, preparado y capaz de armar un buen discurso. Carlos Aymerich tiene el valor de intentarlo. Solo hay que querer escucharle. No verlo es una cosa. No querer verlo, otra bien distinta.

@antonlosada

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