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Entrevista:JUAN LUIS GALIARDO

"De 'latin lover', yo solo tenía la apariencia"

Juan Cruz

Juan Luis Galiardo tiene 71 años y ha estado a punto de morir. Ya está a salvo. Se le ve, además, guapo, elegante, rasurado; expresa en su rostro alegrías pasadas, cuando fue indómito galán del cine español, tentado por Hollywood y llevado (casi) a la locura por la insatisfacción rutinaria y rutilante a la que lo sometió ese mundo. Tanto enloqueció que, en mitad del desierto helado de un país nórdico, casi deja que se helara Charlton Heston, quien tuvo que ser asido y salvado mientras Galiardo abandonaba el lugar inconsciente de su dudosa hazaña. En el reparto lo sucedió su amigo Sancho Gracia, pero ya él se quitó de en medio para someterse a curas que lo dejaron listo, de nuevo, para la batalla nacional.

"He lanzado la prepotencia del macho y me he quedado con la ternura"
"No conozco otro crecimiento que el de la crisis, sé muy poco del placer"
"El abismo es la nada, no hay que tenerle tanto miedo. La nada es la nada"

Aquí ha sido de todo: actor, productor, su propio director, gigoló, actor de carácter; ha sido Quijote, ha sido Cervantes, ahora es Molière (bueno, El avaro) en una producción con la que recorre España. En medio ha hecho películas como El disputado voto del señor Cayo (con Antonio Giménez Rico), Pasodoble y El vuelo de la paloma (con José Luis García Sánchez), Todos a la cárcel (con Berlanga), Familia (con Fernando León de Aranoa), Pajarico y Tango (con Carlos Saura), La guerra de los locos (con Manuel Matji), El caballero don Quijote (con Manuel Gutiérrez Aragón) y, de nuevo con García Sánchez (y con guión de Rafael Azcona), Suspiros de España (y Portugal) y Adiós con el corazón. Además, fue abogado en la televisión, en el famoso Turno de oficio, de Antonio Mercero. Vivió en México, donde trabajó para televisión y cine... De modo que no ha parado, a pesar de la fama (bien ganada entonces) de gigoló que le dieron sus primeros años de esplendor físico y de noches (y días) de locura. Ha vivido dramas (de salud, personales, algunos derivados de su intensa vida de noche, cuando Madrid era la noche de Galiardo), pero un día su amigo Rafael Azcona le atajó, cuando Galiardo le estaba contando avatares de sus tragedias: "Con tus dramas, Dostoievski no hubiera escrito ni media página". Pero ahora, ya digo, ha tenido un disgusto serio. Ya no es la broma aquella que le hizo a Gutiérrez Aragón presentándose desnudo en el despacho del cineasta para soltarle que su cuerpo "decrépito y enflaquecido" ya era propio para representar al Quijote. No, ahora la salud le ha avisado fuertemente. Para contar qué le sucedió, qué le sucede y qué espera de la vida estuvimos con él en su casa, ordenadísima, rodeados de medicinas con las que abastece su esperanza de vida ("pues ahora no me puedo morir") y abriendo de vez en cuando, para tomar zumos, su nevera, "que es ahora la nevera del que no se cuidó".

¿Qué le ha pasado? Este año he tenido varios percances de salud. Me he asomado al abismo dos veces, un ictus y un carcinoma no definitivo. Una serie de traiciones, impagos de no sé qué Ayuntamiento, reciclaje de mi empresa... Una mezcla de pequeños y grandes percances, como todo el mundo. Azcona decía: Con lo tuyo, Dostoievski no hubiera escrito ni media página. Bueno, a lo mejor con lo que me ha pasado ahora hubiera escrito al menos una línea. ¿Y qué ha pasado? Que me he asomado al abismo y solo había abismo, nada más. Hubo un momento en que me podía haber dejado ir.

¿El abismo es el vacío? El abismo es el umbral de la muerte, que es lo que yo he visto dos veces este año. No lo había visto nunca. Pensaba que la muerte estaba ahí, que era de los otros, la muerte de mi madre, de seres queridos, pero cuando te asomas, o te quedas o renaces. Y esto es lo que me ha pasado a mí.

¿Qué ha pasado por su cabeza ante el abismo? Estuve ayunando, en la Buchinger [una clínica de Marbella], para recuperarme. Ahí me he encontrado con una parte profunda de mí, en aislamiento. El hígado y el riñón dejan de pesarte, y te liberan la mente. Y he sentido que soy un señor que tiene utilidad social, debo explicar que la tengo y no quiero mi jubilación. Voy a cumplir 72 años y hace mucho que no aspiro a que me den 1.860 euros, que es lo que parece que me corresponde. No. Tengo posibilidad de ser un factor productivo que tire del carro.

Desde su vida pasada, ¿qué es lo que vino con usted hasta el abismo, qué equipaje tiene ahora? He vivido hacia fuera. Yo buscaba a la madre fuera de mí, en el recuerdo en otras mujeres, cuando mi madre está dentro de mí. Mi femenino interior lo puedo desarrollar y lo he desarrollado con emotividad, con ternura, con todo lo que hay dentro de mí. Me he tenido que disfrazar de otra cosa que iba contra mi propia natura. Tenía que ser un personaje aguerrido, agresivo, colérico, para demostrar que aquí estaba. Ese equipaje se ha quedado fuera con la enfermedad. He lanzado la cólera, parte de ella, y me he quedado con la ternura y el humor. He lanzado la actitud prepotente del macho ibérico, del aparente supermán.

Su historia como actor y como personaje público tiene una sucesión de capas que le habrán pesado mucho en ese momento. Muchísimo. Tengo fotos significativas. Charlton Heston en Alaska mesándose los cabellos, la cara triste de un joven que tiene que aprender inglés cuando aún no ha aprendido bien castellano, español, y con esa cara diciéndose: ¡Me tengo que ir a Hollywood! ¿Por qué?'. El Quijote, el premio de la Unión de Críticos de la ciudad de Nueva York Es el recorrido en sí. Aquello estaba equivocado. Esto es el lenguaje de mi alma.

¿Por qué estaba equivocado aquello? Porque posiblemente yo representara externamente al latin lover, pero, en realidad, era el buscador de una madre. ¡Por Dios, no puedo representar algo que voy buscando! No soy seductor de nada, nunca me he acercado a la mujer más que buscando comprensión y ternura. Seguramente hay otros señores que representan ese latin lover y que tienen la mirada del seductor. Yo solo tenía la apariencia.

Bueno, sedujo mucho... Sí, pero seguramente estaban equivocadas. Ellas. Y yo también.

¿Qué imagen tiene ahora del galán Galiardo? Tengo piedad. Borges decía que el amor nace de la compasión y también de la admiración. Una mezcla. Tengo una cierta ternura y piedad. Lo tuve que vivir, pero no volvería a vivirlo, mi cara de perplejidad, mi tristeza y mi desconcierto, te garantizo que no. Ahora es un desconcierto lleno de humildad, de gran pureza de corazón: ¡hombre, por fin empiezo a ser algo! Me toca a los 72, pues muy bien, soy una promesa. Lo fui con 60, en los que tuve otro renacimiento, también a los 48. Bienvenidos sean los renacimientos.

¿Cómo era esa vida en medio del franquismo? Si fuera un cronista de sí mismo, mirándose desde fuera, ¿cómo se podría reproducir hoy en una película? Había distintas miradas. La mía era la del superviviente de aquella catástrofe. En casa se hablaba poco de la tragedia que subyacía. Mi tío Antonio, alcalde republicano de San Roque, condenado a muerte; mi padre, obligado con una pistola a ponerse uniforme y a vivir en el exilio en Badajoz y con el corazón partido. San Roque, la abuela Victoria, la familia rota, Badajoz... Yo vengo a Madrid a estudiar para ser ingeniero agrónomo y tampoco sé por qué. Supongo que porque mi padre lo era. Y la muerte de mi madre, claro, genera más desconcierto. Y la rebeldía. Soy un superviviente que tiene valores que compra la sociedad: alto, fuerte, guapo, simpático. Soy representante de una España que vendían Pedro Masó, Suevia Films, y éramos Teresa Gimpera, Sonia Bruno, Carmen Sevilla, Arturo Fernández, Juan Luis Galiardo Era una nueva España que nacía de la frivolidad más absoluta.

Junto a ellos estaban Saura, Berlanga, Azcona, jóvenes de la escuela de cine. Yo nazco entre los dos, en un recorrido en el que soy posible vehículo para las dos narraciones. En mitad de todo esto llega la oferta de Hollywood y viví el desconcierto de lo uno y de lo otro. Soy un actor tardío, me comprometo con el oficio de comunicador haciendo terapia con mis personajes a través de un recorrido. Y mi carrera empieza después de volver de México, que es cuando me comprometo. Resulta que puedo hacer terapia, ahorrarme mucho en psiquiatra y reconocerme en el poliedro de mi propia personalidad en esas caras tremendas que tenemos en los grandes personajes. Ese es el renacimiento en el que estoy. Ahora, más que nunca, porque creo que, si no, mueres. Si no te ves así, eres un nuevo bebé.

Estaba en varios mundos a la vez y Hollywood lo terminó de enloquecer. Me terminó de aniquilar. No sabía por qué estaba ahí ni qué querían de mí. Evidentemente, solo querían un físico y no un actor. Un arquetipo. Hubiera tenido que ir allí a formarme en una lengua y a formarme como actor para ellos, empezar de nuevo a los 32 años. Imposible. Tenía un problema muy serio con mi padre, se iba a morir, lo sabía, igual que se murió mi madre. Tampoco arreglé nada, y mis problemas estaban en el cementerio de Badajoz y en San Roque. ¡Qué cojones hacía yo en Los Ángeles cuando los problemas estaban en otro sitio!

¿Qué pasó con Hollywood, asumió el reto? Lo asumo, pero no estoy preparado. Algo asumo, pero en las noches terribles de Oslo, en aquellos partidos de tenis con Charlton Heston, yo me pregunto, y le pregunto: ¿Adónde voy?". Él me dice: Tienes delante el gran reto, tienes todas las facultades para hacerlo, pero ahora tienes que ir allí y vivir en soledad. Porque habría tenido que vivir en soledad. Estaba Juanita, mi niña Isabel que ya había nacido, mis padres, estaba todo por hacer. Era 1972. Acabé en el psiquiátrico por depresión.

Le dio miedo. Emocionalmente, lo tenía todo roto y por hacer. ¡Adónde iba! Además estaba solo, sin arreglar los problemas con mis cinco hermanos, víctimas de la rebeldía del mayor, de aquel levantamiento feroz contra mi padre. Tenía que arreglar demasiadas cosas.

Y entonces agarra a Charlton Heston y lo tira contra la nieve. No lo tiro contra la nieve. Cuando el perro lobo me va a morder, en la película La selva blanca, él se ha hundido en la nieve y lo tengo que sacar. Y no lo saco. Le pregunto: ¿Qué hago aquí? Todos se quedaron mirando porque, claro, yo estoy hablando con mi subconsciente. El único que lo comprende es Charlton Heston, porque ya lo había hablado conmigo.

¿Qué le dice? Me da la mano, me abraza y me llevan al hotel. Se corta el rodaje y me sustituye Sancho Gracia.

¿Cómo siente ese momento? Es el momento de la confusión. He pasado varios momentos. La gente no reconoce los momentos de confusión que atraviesa en la vida. Si esta entrevista sirve, en parte, es para transmitir que el ser humano siempre va a tener esos momentos de confusión, y que hay que aceptarlos en vez renegar de ellos y rebotarte. Yo he vivido esos momentos y he renacido de ellos. Tras la confusión de todo aquel horror, de estar perdido, es cuando doy el siguiente paso. No conozco otro crecimiento que el que viene de la crisis. No conozco otra cosa, conozco muy poco del placer.

¿Qué diagnóstico le dieron, qué síntomas tenía? El síntoma es la depresión. Después de asomarte al abismo, ¿qué es lo que este te puede producir? Hoy me asomo al abismo y solo veo abismo. Entonces me asomé al abismo y estaba la confusión, no solo la oscuridad relajante del abismo, había otras cosas, el subconsciente, los cocodrilos de ti mismo. Aquello era un abismo lleno de confusión, de miedo y de horror. Horror de mí mismo. Ahora, solo está el abismo, y en este caso puedes irte o volver. Después del ictus, con el que caí redondo, me dije que iba a ser imposible renacer. Y es posible renacer de un cáncer. Se trata de encontrar sentido a tu vida.

Vayamos un poco antes, al momento Hollywood. Asume el esplendor del vacío y decide cambiar. Le ayudan a salir. ¿Cómo fue el método de ayuda? Hay dos etapas. El desmarcarme de la psiquiatría López Ibor, del orden ortodoxo medicamentoso por el que toda enfermedad psíquica tiene que pasar. Creo que es un error y entro en una visión de lo psíquico y lo somático con un psiquiatra joven, Javi Burgos, quien empieza un proceso de psicoterapia que no llega a ser lo profundo que yo necesitaba. La cirugía del dolor fue con Manuel Trujillo, el gran terapeuta de Rojas Marcos, el terapeuta del proceso creativo. La cirugía del dolor. En cierto modo hacen como con el carcinoma, lo extirpan, y luego puede haber brotes reproductivos o no. Pero la cirugía del dolor lo que hace es la extirpación de lo dañino que hay en tu cerebro, el subconsciente amenazador permanente que está ahí y que no has limpiado porque no has sabido cómo hacerlo.

¿Qué es lo que ocurría, cuáles eran los síntomas? El desconcierto de mis propios actos. Los iba cambiando sin una pauta, sin orden; estaban conducidos por el deseo de salir, pero salir definitivamente no lo he hecho. Hay un tránsito de desconcierto con el que vives mucho tiempo.

¿Cómo recuperó su esencia de actor, su vocación? Más que recuperarla, la encuentro a mi vuelta de México, de un exilio obligado, de una emigración forzosa hacia una zona latina. Allí fui actor, pero con el deseo de volver a arreglar mis problemas familiares y de todo tipo. Encuentro la fuerza del comunicador, no del comunicador que habían entendido los demás, el galán; no, encuentro al hombre, el perdedor que soy yo ante la vida. En mi propio desconcierto, en mi propia pérdida de cada día, en mi fracaso, porque el hombre es un fracaso permanente, un fracaso que termina en un hecho terrorífico que es la muerte no asumida. El éxito es asumir la muerte como un hecho natural. ¿Cuánta gente lo acepta? En eso estamos. Por eso he vuelto del umbral de la muerte, para seguir arreglando cosas. En mi fracaso como ser humano, el del hombre en general, una pobre y miserable acción llena de desconcierto, encuentro el camino del intérprete. Don Quijote no es ni más ni menos que un loco visionario y un hombre que en el delirio hace actos que son desconcertantes para él y para los demás. En eso están los personajes que he ido recreando, que han creado otros para mí. Pero me reencontré en México.

¿Cómo le ha ayudado el actor a salir de todos esos procesos de perplejidad? Hay una realidad actoral y terapéutica, el teatro. El teatro me ha dado mucho más que el cine y la televisión. Los grandes personajes que he podido interpretar en los últimos años, incluido el último, Elavaro, de Molière, y la responsabilidad no solo de ser el emisor artístico, sino el creador en producción del espectáculo, el invento de un sistema de trabajo, hace que cada día encuentre una realidad satisfactoria. Interpretar y recibir el aplauso, pero también la dignidad de mi trabajo, el ser útil. Imagino que tú también te preguntarás alguna vez si tu vida tiene utilidad.

¿Cuándo renació como la persona que puede asumir a Juan Luis Galiardo Gómez y mirarse al espejo como tal sin sentir vergüenza? Después de sacar adelante Turno de oficio y después de encontrarme con Rafael Azcona. Turno de oficio me da una dimensión. Y los personajes que luego crea para mí Rafael con José Luis García Sánchez en El vuelo de la paloma y en Suspiros de España (y Portugal). Esos personajes que son el neorrealismo español, la crónica de una época en la que yo soy un pequeño muñeco, como me he sentido y me siento en la pantalla. Lo que soy en la propia vida, una marioneta. Ahí es cuando empiezo a decir: mi vida tiene un sentido, una dignidad. En aquel momento. Pero tiene mucha más fuerza ahora, porque he tenido que aceptar esa mirada al abismo.

¿No será también que se ha reencarnado en parte de sí mismo y que es sobre todo un actor: un hombre que mirándose en otro halla su propio espejo? Claro. Esa es la terapia. Te miras en un personaje y descubres rasgos de esa personalidad descrita por Molière, Sófocles o Azcona. Los descubres en ti y eso da una riqueza impresionante.

¿Y ese quién es ahora? Es un hombre que tiene deseos profundos de plenitud. El ego del actor te atenaza porque estás queriendo repercutir ante los otros, no ante ti mismo. Por eso anuncio hoy y aquí que ahora es el momento de plenitud de mi vida; ahora soy un actor que se sube cada día al escenario sin tener que preocuparse de la calificación que le den. Antes vivía pendiente de esa calificación. Ahora vivo solamente en el disfrute diario del toma y daca, mira lo que doy, mira lo que recibo del público diariamente. Es una maravilla. Las notas, los intermediarios, tienen menos valor. Antes vivía preguntándome qué habrían dicho. La calificación era importante, ahora ha dejado de tener importancia y vivo en el hecho puro del acto actoral. Todavía vivo en el afecto.

¿Es cierta esa anécdota según la cual le contó a Antonio Resines toda su historia personal y, cuando él iba a contarle la suya, usted le dijo: "Chatín, que me estoy muriendo de sueño"? Es cierta, pero es que era verdad. Él tenía que haber empezado primero, yo lo habría escuchado, y seguramente él se habría dormido después. Veníamos con Penélope Cruz y María Barranco. Habíamos estado rodando toda la noche en un palacio a 80 kilómetros de Praga y eran las seis de la mañana. De pronto, me veo a Antoñito al lado, y me produjo una ternura muy grande. Le pregunté por la relación con su hijo y no me contestó mucho, si hubiera contestado más, habría evitado que yo le contara lo mío. ¡Pero fue porque él no contestó!

¿Cómo está su ego ahora? Bastante gracioso, pisoteado, tengo un gran desprecio por lo que podríamos llamar ego. Tengo una nueva mirada, mi nueva personalidad está abierta. Vengo de estar en Sevilla con mi hija pequeña, y he permitido que me diga de todo. Y no he dicho nada. He estado con su madre y creo que he estado bastante calladito y en su sitio.

¿Cómo asumió el dolor, el ictus, el cáncer?, ¿qué huellas le han dejado? Le veo muy bien. Evidentemente, estoy muy bien, pero en aquella madrugada del 5 al 6 de octubre del año pasado podía haberme quedado en el sitio. Cuando llegué al hospital solo oía suspiros de mal agüero. Podría haberme quedado en una silla de ruedas, que era peor que morirme. Morirme era algo estupendo, te vas y es la nada. Nueve horas de operación, me pusieron la anestesia mientras bromeaba con la hermosísima enfermera diciéndole: "Con 72 años menos no te escapabas". Hasta que me quedé KO.

A las nueve horas me despierto preguntando qué ha pasado. Es la nada. El abismo es la nada. No hay que tenerle tanto miedo. Es lo que quiero transmitir con mi experiencia, estas son cosas que hay que compartir. La nada es la nada. Lo malo es haberme quedado con la baba colgando, y te digo algo muy serio: habría pedido ayuda a amigos para que me hubieran aliviado el tránsito, porque quedarse aquí jodiendo al prójimo me parece una barbaridad. He estado en esos pensamientos porque durante unos días me levantaba y me caía al suelo, había perdido el equilibrio. Me he recuperado muy pronto gracias al ADN de papá y mamá. Me han dejado un buen ADN. La temperatura del lado derecho está recuperada. Ha pasado un año, pero me podía haber quedado en una silla de ruedas. Lo que me permitió levantarme fue el Arriaga de Bilbao, no se podían perder las ocho funciones. La vergüenza torera del actor. El doctor dijo que me iba a dar otro ictus si perdía Bilbao. Tengo una compañía de 26 personas, ¡ocho funciones en Bilbao perdidas con el teatro lleno! No.

Y se levantó. No te quepa la menor duda, pero es que lo que decía el doctor era cierto. Soy un actor y un hombre comprometido. Si hubiera sido un actor contratado, a lo mejor me habría quedado en la cama, pero teniendo que pagar una compañía, con la responsabilidad de otros que dependen de ti, eso se llama vergüenza torera. No te puedes morir, no hay tiempo. Y con el pulmón, lo mismo. Solo he perdido un bolo. Estoy a punto de recuperar Badajoz, precisamente.

Y ahora, ¿qué quiere hacer? De momento he perdonado a José Luis García Sánchez, que ya es bastante. Estas cosas pasan, perdonarle a él y a Juan Gona cuesta, pero ya les he perdonado. Ahora creo que van a venir los grandes personajes de mi vida, no tengo prisa.

¿Quiénes son? No lo sé, sé que van a venir grandes personajes. Sé que voy a volver con una obra de mi amigo Rafael Azcona porque él hizo grande la obra Las últimas lunas. Ahora ya estoy en edad. Rafael decía que antes era demasiado joven, y solo hice un ensayo, pero ahora sí estoy en edad de hacerla. Ese es un personaje importante. Un teatro fórum, es teatro y coloquio del libro, un multimedia con un gran documental. Una obra como una unidad. Eso es lo inmediato. Pero estoy convencido de que es ahora. Por eso me encanta la plataforma que me dais para anunciar que estoy en la mejor disponibilidad.

Ya que él hizo personajes para usted, ¿qué concepto dibujó de usted Rafael Azcona? Creo que Rafael, si me pudiera encontrar, vería que soy menos pesetero, que busco menos el impacto para pagar las facturas de la tribu, que soy más puro ahora. Las facturas de este piso están pagadas desde hace tiempo, hace diez años no, y seguramente él podría dibujar otros personajes. Creo que en mí unía ese espíritu de la picaresca actualizada, el superviviente que usa la seducción, la palabra, para sobrevivir

¿Cuál sería su autocrítica? Soy demasiado intenso, puedo invadir los espacios con el deseo de hacerme ver y querer. Puedo estar invadiendo y molestando al prójimo por mi intensidad. Creo que eso no es bueno. Lo que sí es cierto es que ahora, en este renacer mío, de la misma forma que no me he quedado en la muerte, me pongo más en el sitio de los otros. Estoy muy contento, aunque solamente hace mes y medio que tengo esta sensación de ponerme en la piel de los otros un ratito. [Risas].

SOFÍA MORO

De Pedro Lazaga a Carlos Saura

El actor nació en San Roque (Cádiz) en 1940. Desde los 20 años no ha parado de trabajar en cine, teatro y televisión, hasta completar más de 200 trabajos.

En los años sesenta y setenta se especializó en papeles de galán juerguista en películas muy de la época, colaborando a menudo con Pedro Lazaga y compartiendo protagonismo con Alfredo Landa. Así, hizo No desearás la mujer de tu prójmo, La chica de los anuncios, El juego del adulterio, Terapia al desnudo, Mayordomo para todo, Hasta que el matrimonio nos separe...

En los ochenta, la serie Turno de oficio y las películas El disputado voto del señor Cayo y El vuelo de la paloma le dan otra dimensión, que confirma en los noventa con cintas como Familia

y Pajarico, de Saura, y ya en el nuevo siglo rematando con el Quijote de Manuel Gutiérrez Aragón.

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