Oficio de narrador
No creo que pueda ser más oportuno dar el Premio de las Letras, que otorga el Ministerio de Cultura, a José Luis Sampedro. Así lo considero por dos razones aparentemente antitéticas. Una, por su labor como escritor que concitó la atención de grandes mayorías de lectores con una literatura digna y preocupada por algunos de los grandes temas de todos los tiempos: la sensualidad y el paso irremediable del tiempo. Y dos, porque a la vez que novelista de éxito fue un teórico de la economía. Este es uno de los aspectos que suele olvidarse de Sampedro. No nos vendría mal recordar que es también autor de libros señeros en su especialidad, como Las fuerzas de nuestro tiempo y Lecciones de estructura económica.
Una de las últimas obras que ha publicado fue La senda del drago (2006), una novela para mí no demasiado lograda en la que sin embargo no descuidaba su pasión por la actualidad política más urgente y su sentido de la solidaridad humana más explícita. No era del todo redonda si la comparamos con Octubre, octubre (1985) o La vieja sirena (1990).
Sampedro las escribió como una búsqueda del pasado en el presente y viceversa. Tuvo que ceder al formato de la novela histórica, pero lo hizo asumiendo toda la complejidad de la condición humana en su búsqueda de la felicidad total. Para ello no escatimó el tejido denso, el peso de lo mítico y lo simbólico y la fuerza del amor incondicional. Historia y mito se cruzan en esta novela. Dialogan ambas instancias en busca de una clave que les revele el mundo. No es menor en la novelística de Sampedro la importancia del oficio para enhebrar las voces narradoras, contagiar al lector la sensación palpable de la irrealidad y la fantasía. Y, sobre todo, convencerlo de la importancia crucial de la pasión por la pasión.
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