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Columna
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'Blue' Galicia

Galicia luce hoy más azul que nunca. No sabemos qué pasará mañana, porque el futuro siempre es incierto, ni en las autonómicas, porque en esas sí se juzgará su manera de gobernar. Pero de momento, la Democracia Feijoniana ha cosechado un éxito indiscutible tras unas elecciones donde la mayoría le ha dado la razón. Efectivamente, el responsable de lo que pasa en Galicia era Zapatero, no Feijóo.

Rematada con éxito la caza y captura de los inductores de tanta crisis y tanta desgracia, ahora ya no queda más remedio que ocuparse de las soluciones. Se acabaron el plan A, la culpa es de Zapatero, y el plan B, la culpa es de Zp aunque no lo parezca. Ahora solo puede tirarse del plan C: en Madrid manda un gran gobierno con un gran presidente y la vida puede ser maravillosa.

Los vasos comunicantes que parecían existir entre los votantes socialistas y nacionalistas no funcionan

Lo malo de una estrategia basada en la culpabilización del adversario es que, al final, antes o después la culpa te acaba alcanzando. Feijóo afirmó la noche electoral que no tendría seguramente otra ocasión mejor. No se equivoca demasiado. La Democracia Feijoniana se ha quedado sin coartada. Todo cuanto pase a partir ahora será cosa suya, lo sea o no. Y si algo caracteriza a este tiempo incierto, es que no hay paz para los gobernantes.

Más que un problema, supone un reto. Como a Mariano Rajoy, el discurso que le ha servido para obtener un triunfo arrollador, ya no le vale para administrarlo. Su acción de gobierno va a necesitar un relato mejor que éste donde mandar en Galicia consiste en ir tapando los agujeros y desequilibrios que nos va infligiendo la incompetencia de Madrid.

Problemas, lo que se dice problemas, tiene la oposición. No le falta razón a Pachi Vázquez cuando alega que han pagado coste de la crisis y su mala gestión por el Ejecutivo socialista. Pero no resulta menos cierto que la desigualdad entre los resultados de las diferentes provincias tienen mucho que ver con los aparatosos jaleos internos del partido, con la sensación de que están a sus cosas mientras fuera arde el mundo.

Los socialistas se han visto muy castigados por su contumaz nominación como los villanos de la película. La mala noticia es que reculan en todo y en todas partes. Las buenas noticias son que retroceden tres puntos menos que la media de sus compañeros en el Estado y que la mayor parte de los 300.000 votos perdidos no se han ido a otra parte, simplemente se han quedado en su casa.

El socialismo gallego necesita clarificar su liderazgo y su propio relato alternativo. Competir con la Democracia Feijoniana por la Champions League de la austeridad, no parece el mejor camino. La ventaja reside en que ahora el tiempo juega a su favor. Ya no parece tanta verdad aquello tan citado de Andreotti sobre que el poder desgasta a quién no lo tiene. Esta crisis también ha trastocado eso. El poder ya no desgasta, abrasa.

Los nacionalistas han resistido bastante mejor de lo augurado por las encuestas. Una buena noticia si el objetivo consiste en resistir. Pésima, si la meta es gobernar. En una proyección de resultados a autonómicas, el BNG retrocedería un escaño por provincia. Pero esa es la menor de sus dificultades. La extrapolaciones solo ofrecen especulaciones más o menos vistosas. Cada convocatoria electoral tiene sus propios ritmos. El drama del nacionalismo se resume en que ya no progresa ni dónde solía, ni cómo solía. Los vasos comunicantes que parecían existir entre los votantes socialistas y nacionalistas no funcionan. Ya no rige la regla no escrita según la cual cuando los votos se perdían en el PSdeG, se acaban encontrando en el BNG.

La duda parece angustiar a una parte del nacionalismo. "Si no medramos ahora que la izquierda y derecha española parecen intercambiables y confundibles y tenemos un discurso clarificado y clarificador, para enfrontarlos ¿cuándo vamos a hacerlo?", se preguntan con razón. De momento, el nacionalismo ha reaccionado como acostumbra. Ha empezado todo el mundo a salir para decir lo que hay que hacer, pero nadie lo hace. Y cuando los problemas crecen, los liderazgos deben crecer con ellos. Una verdad que vale para todos. @antonlosada

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