Navarredonda o el origen
El horizonte de la lengua y el habla no cabe ceñirlo a los límites territoriales de una comunidad autónoma de una sola provincia, como es el caso de la madrileña. Constreñir las voces a una zona geográfica, máxime si es reducida, resulta ser arriesgado desafío. Sin embargo, los estudiosos del lenguaje y del léxico procuran sistematizarlos y adaptarlos, también, a fronteras terrestres. Buscan abordar así su tratamiento científico. Con esta intención parece nacer el diccionario de madrileñismos acopiado por el lingüista y lexicólogo Manuel Alvar Ezquerra, elaborado por el autor durante una década junto a un equipo selecto de recolectores y editado el pasado mes de abril.
¿Hay un lugar específico donde nace la palabra? Esta sería la pregunta a la que Alvar Ezquerra sale al encuentro en su cuidada recopilación: la respuesta es Navarredonda. ¿Por qué esta localidad serrana y no otra? Porque el autor sitúa allí el origen geográfico de muchas de las numerosas voces incluidas en este interesante glosario léxico. En él se puede comprobar, por cierto, que el vocablo cheli, tan caro aquí, significa hermano mientras que la palabra queli, es sinónimo de la casa propia. Grave para el pundonor local resulta averiguar que la palabra gilipollas, entendida habitualmente por el común como un insulto con perfiles de cretinez y arrogancia, es en este diccionario uno de los sinónimos de madrileño. Mas la cuestión sigue abierta: ¿existe un paraje específico donde son alumbradas la voz y la palabra? El escritor estadounidense Norman Mailer descubrió un concepto que él denominaba lifemanship; vendría a equivaler a organización de la vida cotidiana. Si aplicamos el hallazgo conceptual de Mailer a la realidad madrileña puede afirmarse que las palabras y voces aquí surgidas, señaladamente en Navarredonda, tienen que ver, y mucho, con la demanda social de elementos necesarios para organizar el discurrir cotidiano en el campo, la casa, la era, la fragua o el molino, en los sentimientos y las cosas, y convertir la vida en una aventura hacedera, propiamente viable.
En el diccionario aflora también la riqueza del medio rural madrileño, fauna y flora incluidas: la cultura cerealera de Arganda, Campo Real y Torrejón de Ardoz; la variedad de voces de la llamada sierra pobre; los motes tan comunes en la zona de Colmenar Viejo; la tradición ganadera y taurina de la ribera jarameña... El duro acontecer urbano, sin duda, puede haber inducido también algunas de las peculiaridades lingüísticas locales. Como colofón, este diccionario nos permite hallar en su lecho la información necesaria para averiguar una cuota importante del origen y uso de las cosas y de todo aquello que sirve para vivir.
Diccionario de madrileñismos. Manuel Alvar Ezquerra. Ediciones La Librería; 496 páginas; 17,95 euros. Madrid.
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