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ELECCIONES 2011
Columna
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¿Autogobierno o pagaduría?

La recta final de esta campaña aplastada por las noticias procedentes de Grecia, de Italia y de los mercados financieros en general nos ha proporcionado, aun así, algunos gestos esclarecedores. Se diría que Mariano Rajoy, envalentonado por las encuestas favorables, empieza a mostrar sus cartas; y que Alfredo Pérez Rubalcaba, desahuciado por esos mismos sondeos, se sincera porque no tiene ya nada que perder.

Desde esta perspectiva se entiende mejor que, tras unas semanas de templar gaitas, el candidato del Partido Popular se soltase el otro día la lengua -dentro de lo que de él cabe esperar, of course- y dijera desdeñosamente que ni siquiera sabe qué significa en concreto el "pacto fiscal" que reivindican Convergència i Unió y el Gobierno de la Generalitat. Y digo yo que, si lo que don Mariano necesita son aclaraciones técnico-conceptuales, podría pedir a sus correligionarios vascos o a sus aliados navarros que le explicasen en qué consiste el concierto económico. Una vez entendido esto, ya sería sencillísimo asimilar que el "pacto fiscal" reclamado por CiU, por Esquerra Republicana, por Iniciativa y -según los estudios de opinión- por más de dos tercios de los catalanes es algo semejante al concierto económico en la mecánica recaudatoria y en los resultados, aunque evite la etiqueta del privilegio vasco-navarro para no caer de buenas a primeras en pecado de inconstitucionalidad.

Dice el PSC que para Cataluña no es igual Rubalcaba que Rajoy. No son lo mismo, pero se parecen una barbaridad

No es que Alfredo Pérez Rubalcaba se muestre más proclive que su adversario a hablar del "pacto fiscal". La receptividad de ambos es idéntica. Pero, además, el candidato del PSOE hizo aflorar el pasado lunes su vena jacobina, y propuso una reforma urgente del sistema de financiación autonómico para obligar a las autonomías a gastar por lo menos el 80% de sus presupuestos en sanidad, educación y otras partidas sociales.

Ya hoy, sin reforma alguna, el gasto social absorbe el 75% del dinero de las comunidades autónomas; de ahí, justamente, que los polémicos recortes en curso de aplicación en Cataluña afecten de manera sensible a escuelas y hospitales: porque no hay otra forma de reducir de verdad el déficit acumulado. Pero la idea de Rubalcaba de aumentar en otros cinco puntos porcentuales esa parte cautiva o bloqueada de los presupuestos, dejando apenas el 20% restante para todo lo demás (desde las obras públicas a la cultura, desde la policía y las cárceles a la promoción turística o el fomento económico), eso supone rebajar el teórico autogobierno de Cataluña, o de Aragón, o de Asturias, al nivel de una simple pagaduría.

De una pagaduría, sí. Del organismo administrativo que recibe de la superioridad unas determinadas transferencias financieras de carácter finalista, y con ese dinero se limita a pagar los salarios de médicos, enfermeras, maestros/as, profesores/as, las compras del material necesario para la tarea de todos esos colectivos, las facturas de la luz y la calefacción, etcétera. Un gobierno es otra cosa: un gobierno tiene derecho a tomar decisiones, a priorizar, a resolver si, con determinada suma de dinero disponible, construye una depuradora de aguas, o un nuevo centro escolar, o contrata más personal sanitario, u organiza una gran exposición de pintura abstracta en Nueva York, o... Un gobierno, pues, tiene la posibilidad de equivocarse en sus prioridades, y puede y debe ser castigado por ello en las urnas. Un pagador no; este se limita a ejecutar puntualmente los pagos que le vienen dictados desde arriba, sin margen para el error..., ni para la iniciativa.

Ignoro si en Aragón, Extremadura o Cantabria la mayoría de los ciudadanos están conformes con la metamorfosis que propone Rubalcaba. En Cataluña quiero creer que no, porque ni reivindicábamos la Generalitat hace 35 años, ni hicimos un nuevo Estatuto hace un lustro, para acabar teniendo en la plaza de Sant Jaume una pagaduría más o menos aseada.

Como repite la campaña del PSC, para Cataluña no es lo mismo Rubalcaba que Rajoy. No son lo mismo, pero se parecen una barbaridad.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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