"Ya no queda tiempo para amar la música"
Como en aquella primera frase que Paul Nizan proclamaba en Aden Arabia, Ryuichi Sakamoto tampoco permitiría a nadie decirle que los 20 años fueron la edad más hermosa de su vida. "Quiero decirlo en voz alta", escribe el músico en su autobiografía, La música os hará libres (Altaïr), en la que repasa de una manera sincera aunque un tanto abrupta su vida, de la infancia a la actualidad. Sakamoto (Tokio, 1952) arranca hoy en Madrid su gira española, que incluye Barcelona, Valladolid y Cartagena, donde mañana inaugurará el nuevo Auditorio y Palacio de Congresos.
En la habitación de un hotel alemán, el pianista (creador minimal conocido por sus composiciones experimentales y por sus bandas sonoras para películas de Bertolucci, Oshima, Almodóvar o González Iñárritu) habla por teléfono sobre música ("estoy recuperando a los románticos, salté de Bethoveen a Debussy sin pasar por ellos y ahora quiero retomarlos") y de sus memorias, un libro que nace de una serie de entrevistas con el director de la revista japonesa Engine. "En general no me gusta hablar de mi vida porque yo me expreso con mi música y no hacen falta las palabras, pero accedí a la propuesta de Engine porque se realizó con calma, en dos o tres años de largas conversaciones".
Sakamoto recuerda su juventud como una etapa confusa ("no es agradable no tener dirección y la juventud es, por definición, no saber nada, ni lo que uno quiere ni hacia dónde ir"), marcada por una infancia dura. El músico tuvo una relación difícil con su padre, un editor que no miró a los ojos de su hijo hasta que no fue adolescente. "Cuando quería decirme algo se lo decía a mi madre", recuerda. "Fue un hombre muy trabajador, cada día volvía a las tres o las cuatro de la madrugada y lo hacía cantando. Yo me despertaba, escuchaba cada vez más alto su canción. Recuerdo que le tenía miedo. Despertaba a mi madre asustado. Era un hombre muy estricto, le respetaba, pero no me gustaba. Era violento, una víctima de la guerra. Bebía mucho y muchas veces volvía borracho. Le recuerdo también con ráfagas de alegría, la literatura le animaba. La literatura le importaba de verdad".
Sakamoto apenas se reconoce en él, pese a que en su libro confiesa que con la edad ha descubierto en sí mismo defectos de su padre. "No soy nada estricto. Ojalá lo fuera. Soy un hombre vago y en ese sentido he llegado a respetar a mi padre porque él no paraba de trabajar". Con un pie en Nueva York (sus reflexiones sobre el 11-S han sido polémicas: "Bueno, lo cierto es que yo de alguna manera agradezco a ese atentando que me abriera los ojos. Es difícil de explicar") y el otro en Tokio, confiesa que con los años mira con más amabilidad a su país. "Veo sus valores, me reconozco más en su cultura. No sé si es la edad o la distancia, pero cada vez afecta más a mi trabajo. De joven me avergonzaba cuando decían que mi música era japonesa. Ahora me siento orgulloso cuando lo dicen".
Al preguntarle por lo que escucha, asegura que de todo, "menos musicales, que no me gustan nada". "Últimamente he comprado mucho country y tradicional hawaiana, nada que ver con esa de los hoteles". Dice que viaja con su ordenador cargado de música, vive enterrado entre discos y libros. "A veces sueño con una sola estantería perfecta con muy pocos discos. Pero mi realidad es muy distinta. Ahora tenemos música en todas partes pero ya no queda tiempo para escucharla de verdad y amarla. Es bueno aparcar tanta información y vaciar el cerebro. Es necesario para crear. No sé muy bien cómo hacerlo pero es una lucha necesaria".
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