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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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20-N: abramos una ventana

Si yo fuera Rubalcaba y -un suponer- perdiera las elecciones del próximo 20-N, me iría a hacer footing resoplando con satisfacción, y que gobierne el que salga, a ver si se entera. Quizá por eso, porque le quiero bien a quien hubiera sido el mejor candidato en tiempos normales, voy a votar a IniciativaVerds-Equo, desde la autonomía catalana, en donde ejerzo mi derecho y mi responsabilidad. Por lo demás, ni las campañas de los candidatos ni los alaridos de los medios de comunicación van a influir en mi determinación. Quiero aliviarme un poco de tanto partidazo profesionalizado y anquilosado. Quiero una ventana abierta al caos, aunque al principio no sea muy grande, una ventana a la que no sólo asome nuestra pasiva frustración. Quiero usar los codos, los dientes y el voto para abrir otro tipo de agujero en este sistema, que ya está podrido, pero desde el que sus purulencias caen siempre sobre los mismos. Agujeros nuevos por los que entrar para reventarlo.

"En este periodo histórico necesitamos mentes avanzadas y corazones generosos"

Llámenlo utopía. En ello estamos algunos, de nuevo. O todavía. Quiero participar en el caos. En esa parte del caos que es creativo, paridor de ideas.

El otro caos, el que nos cubre de impotencia -lo han conseguido: felicidades, señores planetarios-, es global. Recién aterrizada de El Cairo -ya saben, casi quince días antes de que ustedes lean esto-, que tiene sus propias brujas, redoblan en casa los tambores del Apocalipsis económico griego, ahora mismo llamado referendo. No tengo idea de cómo va a resolverse -o empeorarse- el asunto en los próximos días, pero la idea de que estamos rodeados de ineptos por todas partes menos cuando nos sentamos en la taza del váter, una idea ya bastante introducida en nuestras conciencias, se afirma y robustece.

Puestos así, ¿qué importa lo que digan los candidatos? Parecen no haberse movido de nuestros ayeres, de aquel sonambulismo, hoy podemos calificar de apacible -y suicida-, con que nos acercábamos -o no- a las urnas, convencidos de que los pilares de la tierra no podían vacilar. Vaya si podían.

Es hora de buscar un mundo nuevo, una forma nueva de hacer las cosas. Y, aunque, sin duda, queda por delante un trecho muy grande por el que avanzar desatascando el ambiente de tontos inútiles y sanguijuelas malévolas, la única forma decente que tenemos de hacerlo es votar, denunciar, denunciar y votar.

De modo que, cuando gane Rajoy, no me rasgaré las vestiduras: siempre que los pequeños hayan conseguido ser un poco más grandes, y hacerse oír; para que, representándonos, escuchemos de ellos lo que en estos momentos de crisis moral hay que decir.

En realidad, me parece una especie de chiste malévolo que en el momento en que la derecha más conservadora y anticuada se dispone a hacerse del todo con este país, se encuentre con que no hay país ni el santo que lo fundó, sino un magma diluido en otros magmas que a su vez se magmamizan -y perdonen el palabro-, según el día y la hora, según el talante de los intervinientes, y de las agencias de control financiero. Anda, a ver qué hace Isabel la Católica en este abrevadero.

Por otra parte, me resulta altamente fascinante, si no ejemplificador -que también- el hecho de que, en un periodo histórico necesitado como nunca de mentes avanzadas y corazones generosos, este país se disponga a otorgarle la mayoría absoluta a un registrador de la propiedad dotado de resplandeciente apariencia decimonónica. Parecería que, en nuestro afán por que nos registren lo que sea -quiero decir, por constar en algún libro de cuentas, y a ser posible con el saldo a favor-, nos empeñamos en recurrir a uno de esos personajes a los que Tolstói bien habría podido describir con una frase tipo "tenía el aspecto de disfrutar de una renta de cien rublos de oro al año". Es decir, un ínclito, pequeño y respetable valor seguro.

Vamos, anda. Que estamos en el momento de las grandes apuestas. Contra las apuestas de continuidad ahorrativa y de vuelta a la cultura del ladrillo, apuesta por quemar democráticamente lo viejo.

Porque otro mundo mejor puede que no sea tan posible como queremos, pero éste es absolutamente impresentable. Nuestros votos no pueden convertirse en pajaritos enjaulados.

www.marujatorres.com

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