"La culpa del 'crash' ha sido la conjunción de los vejestorios de la banca y los niñatos de 20 y 30"
La asociación de artesanos de Reikiavik construyó el restaurante Idnó en 1896 para encerrar entre sus paredes blancas y rectas todos los encantos de la vieja tradición islandesa. En este lugar orgullosamente relamido, con vistas al estanque y al Ayuntamiento, citó Björk a El País Semanal en vísperas de la publicación de Biophilia, su octavo álbum de estudio y su trabajo más ambicioso hasta la fecha.
La escenografía no parecía casual: la cantante reparte su tiempo (y el de su marido, el artista Matthew Barney, y la hija de ocho años de ambos) entre la capital islandesa y Nueva York, lugar tradicionalmente escogido para sus encuentros con la prensa. Pero esta vez era diferente. Dramáticamente distinta de la última. Desde la publicación de Volta (2007), su último disco, este pedazo de tierra volcánica ha sufrido la mayor crisis económica que se recuerda y sus gentes aún tratan de descifrar los engaños con los que unos pocos llevaron el país a la bancarrota. Y Björk Gudmundsdóttir, como el resto de sus compatriotas, parece haberse vuelto en un acto de contrición a la clase de sólidas declaraciones éticas y estéticas que representan lugares como el Idnó, tan alejados de la ciencia ficción financiera.
"No solo los banqueros pagarán por el desastre, también los políticos"
"Es obligación de los músicos hacer su arte más táctil e intuitivo"
Mientras al otro lado de las altas y estrechas ventanas el martillo (meteorológico) de Thor golpeaba inclemente el lugar que vio nacer a la cantante hace 46 años, Ben, un pelirrojo enviado desde Londres por su discográfica, Universal, se afanaba con un iPad en la mano en demostrar por qué este trabajo, más que un disco a secas, pretende ser "un universo en sí mismo". Para su concepción, Björk creó diez canciones: un todo artístico (la clase de todo artístico que en la era de la desmembración por temas aún sigue siendo un disco) inspirado en la naturaleza y en la tecnología. También fabricó una serie de imposibles instrumentos con lutieres de medio mundo, como el gameleste, híbrido de gamelán y celeste con el que se abre el primer sencillo, Crystalline.
Y ahí termina la parte estrictamente musical. Porque la artista también ha ideado, con la ayuda de algunos de los mejores desarrolladores de tecnología para iPhone e iPad del mundo, a los que citó en algún punto de 2010 en Reikiavik, una aplicación específica para cada uno de sus temas. Mezcla de juegos didácticos y relucientes alardes de diseño tecnológico, se venden por separado y pretenden acercar conceptos de biología, astrofísica y musicología a una nueva generación de nativos digitales, que en un futuro no lejano podrían no ser capaces de reconocer una tormenta aunque la tengan encima de sus cabezas si no es con la ayuda de un app de meteorología.
En julio, Manchester asistió a la primera conquista de esta fascinante revolución, la enésima que emprende la diva de la insobornable apuesta por la vanguardia desde sus comienzos hace casi tres décadas al frente de la banda The Sugarcubes. El festival de la ciudad acogió, además de su bestial cambio de imagen, el nuevo concepto de espectáculo en directo de Björk. Biophilia, que inspirará un documental del realizador posmoderno Michel Gondry, también marca su emancipación del formato tradicional de gira; ya saben, el de hoy en Helsinki, mañana en Madrid. La cantante se plantea erradicar de su agenda para los próximos años la aburrida sucesión espacio-temporal de conciertos y sustituirla por un programa de residencias de varios días, que incluyan en las ocho ciudades escogidas talleres con niños, encuentros con músicos locales y otras interacciones culturales. De momento, en sus planes, aún sin perfilar, no figura España.
Mientras todas esas ideas bullían en su cabeza, la cantante, con el pelo del color de una zanahoria madura y vestida con un anónimo estampado escandinavo de tienda de segunda mano, mantuvo esta charla alejada de los tópicos que la suelen pintar como a una inuit del espacio exterior; como a un elfo con la cabeza siempre en otro lugar. Como se verá, desde la crisis, Björk ha aumentado su perfil político. Lo que no ha cambiado es su inglés metálico, esa forma tan islandesa de aspirar las palabras hacia el final de las frases que dotan a la formulación más anodina de una irresistible cualidad musical, ni el hecho de seguir siendo la única estrella del pop que pide permiso al periodista hacia el final de la entrevista para excusarse en el servicio.
¿Cómo se siente ahora que los titulares llegados de Islandia se los disputan las bancarrotas y las erupciones volcánicas que impiden el tráfico aéreo? Venir aquí es un antídoto perfecto a la clase de ilusiones y quebraderos de cabeza que da la fama. Podría comprobarlo dando una vuelta de mi brazo por la ciudad. A esta gente le da igual por lo general que uno salga en las portadas de las revistas extranjeras.
¿Se parece al lugar que le vio nacer? La ciudad era muy distinta. Cuando yo nací tenía 80.000 habitantes [ahora, 270.000]. Se ha producido un gran éxodo de los pueblos a la ciudad. Hay muchos nuevos suburbios. Pero el centro sigue teniendo ese aroma de lo conocido y un tanto disparatado. Todo lo que ha crecido alrededor es lo que me resulta ajeno...
¿En qué tipo de ambiente creció? Viví al otro lado del lago hasta los seis años, luego nos mudamos a unos apartamentos. Y ya muy jovencita, cuando el punk vino a cambiarme la vida, me alquilé un apartamento y empecé a frecuentar malas compañías y a escupir sobre los escenarios.
Se diría que no solo usted ha cambiado: el país parece otro del de hace, por ejemplo, cuatro años, antes de la gran estafa y el histórico hundimiento de Islandia... Ha cambiado enormemente... Es obvio. La explicación que yo le encuentro a ese hecho es que fuimos una colonia durante seis siglos. Un país tremendamente pobre y con un enorme complejo de inferioridad. El progreso no existía, vivíamos en el Medievo. No habíamos asimilado la industrialización... Luego obtuvimos la independencia en 1944 y la primera generación fue ganando confianza en sí misma. La segunda, un poco más. Y la tercera, rebosante de arrogante confianza en sí misma, fue la de los banqueros que nos llevaron a la ruina... Fueron solo una veintena de malnacidos...
Al pensar en ellos, ¿no le seduce la idea de volver a empuñar el micrófono como en sus días más punkis, recogidos en el documental 'Rock en Reikiavik', y berrear al frente de bandas como Tippi Tikarrass? Es tentador, desde luego. Al principio me invadió una profunda y devastadora rabia, como uno de esos dibujos animados japoneses cuando se enfadan de verdad y se desata un huracán. Yo siempre me había mantenido al margen, sin ensuciarme con asuntos como la política o el medio ambiente. Hasta 2006, cuando llegaron las noticias del proyecto de construcción de la tercera procesadora de aluminio de la isla, un número muy alto para una pobre isla tan pequeña. Era gigantesca, como si esto fuese China o algo parecido. Fue ese el momento en el que mucha gente pensó que ya bastaba de acumular proyectos de multinacionales y desangrar esta tierra. Empecé a trabajar en este proyecto, terminé mi gira, vine a casa, empezamos a buscar soluciones con poetas, literatos, pintores y activistas de toda condición. Tratábamos de identificar qué cosas podíamos hacer como pueblo además de fábricas de aluminio. Fuimos a centros de producción rural y comenzamos a confeccionar listas de alternativas al aluminio... que podían ocupar nuestro tiempo como islandeses. Todo el sistema, las decisiones de los políticos eran tomadas sin tener en cuenta lo que la gente quería. Reunimos a 150 expertos y redactamos un documento. Se lo dimos al primer ministro. Señalaba qué leyes había que cambiar para dar una segunda oportunidad a las partes más rurales de Islandia...
En 2007, su primer ministro estaría ocupado en otros asuntos más lucrativos. Estaban a punto de malvender la isla a la multinacional Alcoa. Entonces llegó el colapso y todo se paró. Por primera vez me vi quedando con economistas y teniendo todas aquellas conversaciones tan intensas. Pero aquella rabia ya la asimilé. Luego pensé que todo este desastre había provocado que la humildad volviese a regir la vida de mis compatriotas.
¿Es esa una cualidad intrínsecamente buena? Probablemente. Es interesante, porque vivimos en una democracia joven y ahora nos hallamos en el proceso de reformar la Constitución.
En eso tampoco se parecen a ningún otro país. Han convocado a los ciudadanos a formar parte del comité que la reforme... Así es. Ha sido muy dramático. Mucha gente ha perdido su dinero, sus pensiones, su trabajo y hasta sus casas, pero hemos llegado a la conclusión de que eso puede encerrar cosas muy positivas para nuestra sociedad, que, por otra parte, es muy pequeña. Además nos hemos propuesto encarcelar a los culpables.
¿Acabarán realmente en la cárcel? Aquellas noticias sonaron a reclamo turístico: ¡Venga a Islandia, el asombroso país volcánico que enjaula banqueros! Pues aparque su cinismo, porque algunos ya están cumpliendo condena... Lo más interesante es que no solo pagarán los banqueros, sino también los políticos. Espero que principalmente los de derechas, que fueron los que lubricaron bien el sistema para que se lucrasen salvajemente unos pocos y así convertirnos de nuevo en un país del Tercer Mundo. En cierto modo hubo cierto alivio con el crash, porque contemplamos desplomarse un montón de castillos en el aire...
¿Nunca incurrió en esos años en el pecado de la codicia? [Piensa y balbucea una respuesta]. Todos nos compramos algo que no necesitábamos, pero básicamente la culpa fue de esa conjunción intergeneracional entre los vejestorios de la banca, señores de 70 u 80 años fascinados con el neoliberalismo y la desregulación, y los niñatos de 20 y 30 que trabajaban en firmas de capital riesgo. Aunque a lo mejor, no sé, no entiendo tanto del tema, solo he tomado el mismo curso acelerado de ruina económica que el resto de islandeses.
¿No implica la estética punk que usted aún lleva a gala cierto posicionamiento político? Lo que sucede es que en nuestro país, la izquierda, tan boba y complaciente, tan anclada en los años sesenta, fue casi tan culpable. En los años del desmadre, a nadie le resultaba fácil llevar la contraria. Nadie quiere ser el cenizo aguafiestas. En cualquier caso, en un país como Islandia, el punk se asimiló desde una perspectiva escasamente política. Era más una cuestión de individualismo, de fomentar el hazlo tú mismo. Cuando empezamos el sello Empty Records teníamos en realidad mucho que ver con mi abuelo, que era un señor muy de derechas con una tienda de lámparas en el centro de Reikiavik. Él nunca esperó que nadie viniese a hacer por él lo que era su responsabilidad hacer. En Escandinavia, la izquierda ha logrado cosas increíbles, pero también ha fomentado cierta inacción... No sé si deberíamos seguir hablando de política.
¿Por qué? No quiero aburrirle...
Estamos en la ciudad que eligió a un cómico, Jón Gnarr, de alcalde... No suena a asunto aburrido este de la política islandesa... Creo que fue lo mejor que pudimos hacer. Un gran jódete para la gente que estaba en el poder antes. Le metió miedo a la clase política y cambió ciertas rutinas.
Tras 30 años de abnegada dedicación a la innovación continuada en su arte, ha quedado claro que la rutina le incomoda. ¿Se plantea cada nuevo disco como una distinta y fenomenal forma de complicarse la vida? No, me sale así; desde mis tiempos en la escuela de música sabía que lo mío no era seguir el camino pautado.
¿Dónde se colocaría usted en el pop de nuestro tiempo, que a veces resulta tan escorado hacia la simpleza y la gratificación inmediata? Siempre me ha gustado el pop. Y de hecho, ahora escucho a Beyoncé, me encanta su voz...
¿Qué me dice de Lady Gaga y de sus afanes vanguardistas? No sé, no me gusta mucho. Su música es demasiado fría. A mí me gusta Beyoncé; es una buena cantante. Pero, insisto, siempre me gustó el pop, solía escuchar a Michael Jackson...
¿Recuerda qué estaba haciendo el día en que murió? Recibí un mensaje de texto de mi amigo [el diseñador de moda dadaísta] Jeremy Scott. Él estaba en Los Ángeles, así que se enteró muy pronto. Sufrimos mucho juntos por teléfono. Todo el mundo necesita la sencillez del pop a veces, ese poder único para hacer a las personas comulgar de una misma copa al mismo tiempo. Luego siempre he tenido un gran interés, por razones obvias, por la música experimental. Creo que tampoco es tan malo el momento actual. En los sesenta también había pop de pega, pero lo hemos olvidado y solo recordamos a Jimi Hendrix y cosas así. Hay una cosa buena de la crisis de la industria: que la gente que quiere hacer dinero se dedica a otra cosa.
Como oyente, ¿de qué modo se enfrenta usted a la música? La música es algo bastante simple. Te hace sentir bien, la necesitas, la disfrutas... Y eso sí que es simple. Nada la destruirá. Creo que esto de la música grabada durará. Pero a lo mejor peco de romántica.
¿Es posible seguir siendo punk cuando uno es millonario y famoso? Depende de lo que se entienda por el término. Nunca me gustó la música punk en sí misma, sino más bien la infraestructura, la autosuficiencia... Se trataba más bien de no ir de víctima por la vida. Si quieres sacar un álbum, hazlo por ti mismo y no te lamentes por las esquinas. En ese sentido me sigo sintiendo así. Nunca seré una víctima.
Pero no negará que se halla en la posición afortunada de la estrella a la que nadie osa contradecir en nada... Yo pagué por la grabación de Biophilia, siempre he sido capaz de hacerlo con las ventas del álbum anterior [toca madera]. No salgo tan cara, compongo con mi ordenador portátil en casa, no me gusta escribir en un estudio. Así que no resulta tan costoso, comparado con según qué cosas... Conseguí un premio en Suecia [el Polar], con ese dinero pagué la construcción de los instrumentos empleados en el álbum. Y la gente que ha ideado las aplicaciones, bueno, con ellos alcancé un acuerdo y nos repartiremos las ganancias a medias.
¿Diría que la recesión ha colocado el hecho de la producción artística en un lugar más sensato? Absolutamente. Coja el ejemplo de estos genios de la informática que me han ayudado en este proyecto. Los busqué por todo el mundo, nos reunimos en mi restaurante favorito de Reikiavik y les expliqué mi pretensión; a todo el mundo le resultó una buena idea. Pero no estaba planeado de antemano. En otro tiempo, en ese mundo que pretendían los fanáticos de las fábricas de aluminio, no habría sido posible.
¿Podría explicar el concepto del álbum para que lo entendiese su padre, el viejo electricista permanentemente afiliado al sindicato? Es solo un álbum. Para mí, eso es lo más importante. Cuando comencé a componerlo tenía una aspiración: escribir música en horizontal, con una pantalla táctil. Era la consecuencia lógica de mis experimentos con instrumentos como el lemur. No existían los iPads en aquella época. Empecé a volcar mis sentimientos acerca de la musicología en una pantalla. Me forzó a escribir canciones de una nueva y fascinante manera. Luego, dos años después, salió el iPad y entonces fue una sorpresa. Nos permitió terminar, entregar al oyente, un disco en el formato de la pantalla táctil, el mismo en el que fue concebido. ¿Cree que mi padre lo habría entendido?
Una de las grandes conquistas de la tecnología últimamente es su enorme capacidad para llegar a todos, pero imaginemos que su padre aplicara la dialéctica marxista... ¿No será todo esto una burda plusvalía para lograr vender discos ahora que no hace falta pagarlos? No lo creo. Para mí la decisión fue bastante idiosincrásica. Llevo toda la vida imaginándome la música sobre una superficie plana, con colores que se identifican con las notas. Por ese motivo imaginará que las posibilidades que brinda un iPad se me antojaron como una revelación. Siempre he escrito melodías mientras camino por la calle, nunca empleé el piano o la guitarra. Ahora tengo un aliado inesperado en esos cacharros. Las aplicaciones pueden ser positivas para hacer que los músicos atraviesen barreras que nunca creyeron que superarían. Es un nuevo tipo de tecnología, cuya virtud es que ya no es burda como solía. Le aseguro que no lo he hecho para ganar dinero. Creo que es una revolución la pantalla táctil para asuntos como la educación. Imagine las posibilidades para los niños disléxicos. Albert Einstein lo era. Y Walt Disney. Son gente con una enorme capacidad para las tres dimensiones. Cuando yo iba al colegio, el 90% del tiempo se lo dedicábamos a los libros. El resto lo repartíamos entre un poco de carpintería, las clases de coser... Hoy eso ha cambiado. Creo, por tanto, que es obligación de los músicos hacer su arte más táctil e intuitivo.
Es asombroso lo mucho que todos esos aparatos han cambiado nuestras vidas... A veces da un poco de miedo. Pero nuevamente creo que lo fundamental es ser mayor para decidir por ti mismo. Nunca una herramienta es completamente inocente. Cuando descubrieron el fuego, podías elegir. ¿Cocinarás con él o destruirás la casa de tu vecino? Es importante tratar de responder a las preguntas de esta índole de un modo particular y no con un pronunciamiento en general para todos los casos. Sucede lo mismo con la energía nuclear...
¿Nos aleja la tecnología de la naturaleza? Solía hacerlo, pero ya no es así. Ahora es más sofisticada. Te permite, entre otras muchas cosas, vivir en un pueblito y mantener un perfil cosmopolita. Puede, en suma, resultar enormemente liberadora. Como músico, ya no tengo que irme a trabajar a un estudio asqueroso de los años setenta con moqueta llena de chorretones en las paredes. Puedo escaparme al campo y componer al pie de una montaña realmente inspiradora. Y, como le decía, creo que la nueva tecnología táctil es valiosísima como herramienta educativa.
Valor y educación son dos conceptos que andan reñidos últimamente en los países europeos... ¿Qué siente al ver que las primeras víctimas de los recortes económicos en estos tiempos tan ciegos son la educación y la cultura? Una profunda tristeza. Es una coincidencia nefasta. Yo lo veo en mi hija. Emplea la tecnología para aprender cosas a una velocidad asombrosa. Ahora nos ha dado a las dos por jugar con una aplicación que te permite saber los nombres de Estados Unidos. Yo nunca supe eso. En el colegio me enseñaron sobre historia y geografía europea. Resulta tan intuitivo que aprendes sin darte cuenta... Y eso sí, mi hija me da mil vueltas.
¿Es consciente de la relevancia cultural de su madre? Bueno, tiene ocho años, pobrecita. Por supuesto que hay ocasiones en las que tengo que explicarle la razón de que la gente se me acerque en mitad de la calle con esas expresiones entre beatíficas y suplicantes. Por lo menos ha dejado de parecerle una pesadilla. Ya tiene edad para entender que todos los trabajos tienen una contrapartida y que la de este no es peor que la de los demás, solo un poco diferente.
No venderse, no callarse
No, no es su estilo el de morderse la lengua. Poco después de conocerse el derrumbamiento financiero, la más célebre exportación artística de Islandia arremetía contra los gestores de su país. En octubre de 2008 firmaba una tribuna en 'The Times' en la que atacaba a los responsables políticos y económicos no solo por la bancarrota, sino por haber intentado vender la extraordinaria naturaleza islandesa a las multinacionales.
Siempre buscando la vanguardia, la compositora, cantante y actriz (con Lars von Trier) se ponía absolutamente del lado de la fuerza de la naturaleza. Quizá por eso su nuevo trabajo, recientemente publicado en Universal, se titula 'Biophilia', afición por la biología.
Nació en Reikiavik en 1965. Pronto sintió la llamada de la música. Comenzó en el movimiento punk y en el grupoThe Sugarcubes. (En la foto, en 1990).
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